domingo, 28 de febrero de 2021

Nicanores

 

Abc, 28 de Noviembre de 2001


Ignacio Ruiz Quintano

Para comprender el «birlibirloque fiscal» con que nos ha sorprendido el Gobierno o el «patriotismo constitucional» con que ha tratado de asombrarnos la Oposición, no hay más remedio que recurrir al buen Chesterton, que fue quien más risueñamente expuso los riesgos que venimos corriendo desde que Europa se convirtió en el lugar de la paradoja.

Para Chesterton, la paradoja no debía tener otro uso que despertar la mente, y ponía como ejemplo la del ingenioso Oliver Wendell Holmes: «Danos las superfluidades de la vida y dispénsanos de las necesidades.» Desde luego, como paradoja resulta entretenedora y, por consiguiente, atrayente, con ese atractivo de ser una contradicción en los términos. La pega que le ponía Chesterton era que muchos convendrían en que habría un gran peligro en basar todo el sistema social sobre la noción de que lo necesario no es necesario, al modo que algunos han basado toda la Constitución británica sobre la noción de que la necedad siempre obrará como sentido común: «Sin embargo, aun aquí podría decirse que el ejemplo envidioso se ha propagado y que el sistema  industrial moderno asegura en realidad: “Danos las superfluidades, como el jabón de alquitrán de la hulla, y nos dispensaremos de lo necesario, como el grano”.»

La paradoja, pues, se hizo ortodoxia, «pero de lo que no se dan cuenta las gentes es de que no sólo la política práctica, sino también la filosofía abstracta del mundo moderno, ha sufrido esa torcedura», y así se explican los casos del «birlibirloque fiscal» del Gobierno y del «patriotismo constitucional» de la Oposición, aunque ya sabemos que, intelectualmente, estos casos, más que paradojas de Wendell, parecen nicanores de Boñar, es decir, hojaldres de una clase política tradicionalmente pastelera cuyos miembros creen que son prácticos porque no son lógicos.

Hojaldre, dice el Covarrubias, es la torta de manteca que, de muy sobada con ella, está hecha hojas una sobre otra, lo mismo que todos esos latiguillos con que nos desayunamos en los periódicos y que constituyen el único alivio del hambre de pensamiento político que pueda haber en España, que nunca ha sido mucha, aunque Aznar acaba de establecer un «laboratorio de ideas», es decir, una nicanorería. El nicanor es a los políticos lo que la manzana era a los barberos: un recurso para llevarse algo a la boca. Lo que pasa es que estos nicanores no son como los de Boñar; deshacerse, se deshacen, pero no saben a nada. Entre los de mayor consumo están «Estado de Derecho», que sabe poco a Kant; «Sociedad Abierta», que sabe poco a Popper; «Patriotismo Constitucional», que sabe poco a Habermas...

«¡Es prenda de mi uso!», protestará Zapatero, que cada día, por cierto, se parece más a su patrono, San Crispín, motivo por el cual Aznar le ha levantado el nicanor del patriotismo para su flamante nicanorería, esa «sociedad de pensadores» que, a imitación de los franceses, agrupa a los patriotas más enérgicos, «los amigos de la Constitución», cuya primera sede fue el refectorio del convento de los jacobinos, en la parisina calle de Saint-Honoré. ¡Y pensar que el sinsorgo de Fukuyama quería vendemos el indigesto nicanor hegeliano del «Fin de la Historia»!

Si la izquierda historicista no puede salir al recreo porque Aznar le quita los nicanores, ¿qué será de la izquierda? No sé qué tendrá que ver con este asunto la noticia de que la página  «web» de Atapuerca aparece, de repente, entre las más visitadas del mundo, aunque lo que la izquierda necesita es un líder alto y fuerte, como esos parientes que van con el niño, «a ver si le quitan el nicanor ahora», en lugar de tanta dispersión humanitarista. Porque viene Goytisolo y dice: «Tenemos que ayudar al Islam a adoptar el laicismo.» Y al día siguiente, con lo de la «pildora del día siguiente» encima, va la democracia cristiana y se hace centrista, cosa que carece de definición, pues no deriva de la razón y las ideas, sino de la voluntad y las jefaturas. El centro, que al principio era un donut, hoy es otro nicanor.

En cuanto a lo del patriotismo, hagan caso de Steiner: «Patria es el lugar en el que a uno lo dejan  trabajar.»


Don Nicanor tocando el tambor

Aznar acaba de establecer un «laboratorio de ideas», es decir, una nicanorería. El nicanor es a los políticos lo que la manzana era a los barberos: un recurso para llevarse algo a la boca. Lo que pasa es que estos nicanores no son como los de Boñar; deshacerse, se deshacen, pero no saben a nada. Entre los de mayor consumo están «Estado de Derecho», «Sociedad Abierta», «Patriotismo Constitucional»...

P-4R


 

Orlando Luis Pardo Lazo

Vine a Reykjavík porque me dijeron que aquí vivía mi padre. Y era cierto. Lo he visto. Aquí vive aún. Mi padre y el resto de mis perdidas palabras.
Eyjan. Fjarlægð. Skák. Fortíðarþrá.

Sonidos sin sentido que respiran de nuevo a mi alrededor. En la violenta soledad del paisaje. En el vértigo de la noche, asomado al abismo del balcón de este planeta. En el humo de una bahía que es todas las bahías del mundo y es ninguna y es exclusivamente aquella que se evapora en la boquita pútrida y puta de La Habana.

Vine a Reykjavík porque me dijeron no sólo que vivía, sino que aquí podría abrazarlo.

Oler su barba. Refugiarme en los surcos de su camisa, mientras me mece en un sillón que le sacaba música a la madera. Recordar los cuentos que contaba en mis madrugadas de asma y miedo a morir antes del amanecer. Cuentos con misterios o acaso con mentiras sobre otra isla inventada que él bautizó Íslandi. Hielo, andi, espíritu, ís. Tierras tiernas y extrañas que se pronunciaban justo como él me llamaba a mí: Landi.

Aquí a Dios no le da pena lamer con un lenguaje de fuego su amor por los hombres y los hijos del hombre. Eso, en los años setenta en Cuba significaba amor por mi padre y por mí. Aquí la muerte nunca debería de verdad. Ni la mía, ni la de mi padre. Porque de niño yo no quería morir. Porque de niño no quería dejar sin hijo al hombre que era mi padre, papi, pipo, pabbi, papá.

Vine a Reykjavík porque no nos dio tiempo a terminar una larga y penosa partida de ajedrez. Era agosto y la angustia. El verano en Cuba es la estación más venenosa. Mi padre accedía gustoso a interpretar el rol de un rusito malo, Boris. Mi padre concedía gustoso que yo encarnase al héroe prodigio norteamericano, Bobby. Eran los setenta y el socialismo, fueron Spassky y Fischer: dos vidas inverosímiles, como las nuestras ahora.

Biografías que se fueron vaciando hasta repletarse de un blanco terminal. Palabras imperdibles pero impronunciables, sacadas como del sombrero del mago Mumín. Y de los mil y un diccionarios baratos que tampoco nos decían nada: fortíðarþrá, skák, fjarlægð, eyjan.

Vine a Reykjavík porque la fuerza de la ingravidez no deja otra opción. Por el magnetismo de la memoria. Para que la muerte de mi padre recobre el peso irreparable de su irrealidad. Para que la muerte del hijo de un hombre sea menos huérfana, pero más única. Para ver de nuevo cómo nos aguantábamos la cabeza con ambas manos, doblados como auroras de sombra sobre el tablero de ajedrez. O cómo era secar la nieve miope de sus gafas de Gran Maestro sin título. Y para retarlo. Y vengarme. Y pagarle con la misma moneda de infancia, sin despedida ni desesperación: Peón-4-Rey.

Es tu turno ahora, padre, papi, pipo, pabbi, papá.

[Septiembre de 2015] 

 

 

Domingo, 28 de Febrero

 

 
es inútil marchar por el cielo y con el cielo al hombro

Discutían qué querría decir aquello de «resucitar de entre los muertos»

 DOMINGO, 28 DE DICIEMBRE

En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» Estaban asustados, y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube: «Éste es mi Hijo amado; escuchadlo.» De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:

-No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.
 

Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de «resucitar de entre los muertos».


Marcos 9,2-10

sábado, 27 de febrero de 2021

Todos al tren



Edgardo en Eloísa está debajo de un almendro

 

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


    Soy lo que queda de un estado de excepción (la excepción, en España, siempre fue la normalidad) de un año cuyos dos últimos meses, por decisión de la Región Más Libre de España, he sido recluido en una esquina y condenado a vivir en un restaurante, magnífico, que te ofrece la ilusión de viajar en un tren indio.


    –Pues vive usted como un marajá. ¿De qué se queja?
    

Lejos de mí la funesta manía de pensar, como aconsejan en el pueblo del filósofo Ramoneda, pero la sensación de estar “excepcionalizado” (¡ilegalmente “excepcionalizado”!, aunque en España, donde la libertad pasa por “mariconada”, eso siempre haya dado lo mismo) no es la de marajá. En mi caso, esa sensación oscila entre verme de Kipling en “El hombre que pudo reinar” y verme de Edgardo en “Eloísa está debajo de un almendro” (Edgardo es un excéntrico exiliado en su cama, decorada como compartimento de la Renfe, que viaja en tren con la imaginación, el modo, por cierto, más sostenible de viajar, ahora que la estulticia estructural de España se ha echado en brazos de la sostenibilidad).
    

Por otro lado, el Estado (Leviatán no es un sinónimo, como creen los liberalios) se tambalea, y me temo que sus restos (mandos autonómicos y así) nos obliguen a marcarnos un satí, o inmolación de sus viudas, que somos nosotros. En la zozobra me acuerdo de Toniolo, el octogeneraio italiano condenado a vivir en perpetuo movimiento ferroviario: el Estado no le garantizaba techo, pero le proporcionaba un carné para ir en tren de balde. Para él, era un tren a ninguna parte:
   

 –Nunca me he parado a dormir en la estación, sino que viajo también de noche, bajo al final del recorrido y vuelvo a subir en otro tren que parte –dijo Toniolo a ABC.
    

El tren de Toniolo es la Agenda 2030, nuestra última estación como hombres libres (“Libres ¿para qué?”), una solución habitacional para el PP sin sede de Casado y un “proyecto de vida en común” (¡valiente ortegada!) para españoles que lo son porque no han podido ser otra cosa.

[Sábado, 20 de Febrero]

Lo que va de ser los amos a hacerse los amos


LO QUE PASÓ

Hacerse el amo es todo lo contrario de serlo. El amo de una cosa la cuida o la descuida, allá él, pero no hay temor alguno de que, para demostrar sus derechos de propiedad o dominio, coja la cosa en cuestión y la destruya, que es, precisamente, como procede aquel que quiere hacerse el amo


Julio Camba
 
Sevilla, 22 de Febrero (1938)

    Hay un extranjero amigo mío que no se explica todavía lo ocurrido en España.

    –¿Qué pasó –me pregunta– para que llegasen ustedes a la situación actual?
    
Pues pasó –le contesto– que los españoles estábamos de vacaciones y habíamos dejado la casa en poder de los criados. Esto fue lo que pasó. Habíamos dejado la casa en poder de los criados, y los criados quisieron hacerse los amos. ¿Le parece a usted poco?
    
Porque aquella casa era la nuestra –sigo contestando–. Muy vieja y bastante destartalada, con muchas grietas y muchos desconchados, pero era la casa que habíamos heredado de nuestros padres y que debíamos transmitir a nuestros hijos. Entre sus paredes venerables se encerraba toda la historia de la familia, generación por generación, y nosotros no íbamos a permitir que nadie se hiciese allí el amo sin más ni más, de la noche a la mañana.

    No sé si mi amigo el extranjero conoce esta expresión tan española de “hacerse el amo”. Hacerse el amo es todo lo contrario de serlo. El amo de una cosa la cuida o la descuida, allá él, pero no hay temor alguno de que, para demostrar sus derechos de propiedad o dominio, coja la cosa en cuestión y la destruya, que es, precisamente, como procede aquel que quiere hacerse el amo.

    –Yo soy el amo de este baile dice un día un matón, apagando la luz del local donde se baila y lanzando al aire un par de tiros.
    
Y, no bien ha acabado de hacerle su presentación al público, cuando ya el baile dejó de existir como tal baile para convertirse, a lo sumo, en una pista de boxeo o de catch as catch can.

    –Aquí no hay más amo que yo –grita otro día un borracho, entrando a saco en una cacharrería donde no deja títere con cabeza.

    Y, aunque rompa sin previo anuncio los títeres o los cacharros, la consecuencia será la misma. Al comentar su hazaña, el público no dejará de exclamar con cierto dejo de admiración:

    –¡Se ha hecho el amo!...
    
Nuestros criados –aquellos criados perfectamente desconocidos de la familia y de la vecindad, que habíamos encontrado a última hora, sin exigirles certificado alguno de referencia– quisieron hacerse los amos de nuestra casa por el mismo procedimiento que utiliza el borracho para hacerse amo de la cacharrería, o el matón para hacerse amo del baile. No les bastó con beberse nuestro vino, sino que desfondaron los toneles y rompieron las botellas que lo contenían. No se limitaron, en fin, a la contemplación de nuestros cuadros o nuestros tapices, cosa que estaba muy lejos de satisfacer sus deseos de posesión, sino que fueron y los hicieron añicos...

    Cuando empezamos a barruntar lo que ocurría, la casa estaba ardiendo ya por los cuatro costados, y, naturalmente, tuvimos que acudir de prisa y corriendo con cubos y baldes de agua.Ya sé lo que dicen ahora los criados. Dicen que, primero, nosotros echamos el agua y que ellos sólo recurrieron al fuego en último extremo y para contener la inundación... Esto dicen los criados, y mi amigo el extranjero puede escoger entre ambas versiones. Para mayor facilidad yo le presento la una junto a la otra.
 
HACIENDO DE REPÚBLICA
EDICIONES LUCA DE TENA, 2006


Ya sé lo que dicen ahora los criados. Dicen que, primero, nosotros echamos el agua y que ellos sólo recurrieron al fuego en último extremo y para contener la inundación... Esto dicen los criados, y mi amigo el extranjero puede escoger entre ambas versiones. Para mayor facilidad yo le presento la una junto a la otra

Sábado, 27 de Febrero

 

el corazón de la noche
la noche del pájaro
el pájaro del corazón de la noche


viernes, 26 de febrero de 2021

Cuaresma 2030


 Joe Buck y Rico “Ratso” Rizzo

 

Ignacio Ruiz Quintano

Abc
    

Bienvenidos a la Cuaresma, que esta vez anuncia su apoteosis para 2030, año jubilar del comunismo ecuménico según Pablemos.
    

El comunismo, nos dijo Cabrera, es el fascismo del pobre, ¿y cómo se consigue que los pobres voten lo mismo que los multimillonarios? Mediante la corrupción, hoy factor de gobierno en el mundo entero.
    

Para no señalar aquí, diremos que en América los Gates votan lo mismo que el pobre Rico “Ratso” Rizzo, o sea, al Partido Demócrata, que al parecer también es el favorecido por los difuntos, lo que le permite presumir de contar con la bendición de los Founding Fathers.
    

Bill y Melinda Gates son un caso de amor a la humanidad. Se han hecho ricos vendiendo ordenadores, y si fueran españoles, en vez de tierras al Tío Sam, comprarían toros a Juan Pedro Domecq para tener su propia ganadería, como ocurre aquí con los que se hicieron ricos vendiendo cocinas cuando la fiebre del ladrillo.
    

Los Gates ven el mundo como una oportunidad para montar su Rastrillo, donde cada país es una caseta, con Melinda friendo chuletas de tofu para los pobretes como Carmena freía croquetas de jamón para las presillas. Para ellos, el mayor problema del mundo es que los pobres son creófagos y comen como limas, con lo cual se necesitan muchas vacas, cuyo metano dispara el calentamiento global, que ahora se llama “cambio climático”, para incluir en la hoja de gastos las nevadas.
    

¡Al toro, que es una mona! –gritaba, herido, a sus legionarios Millán Astray en la toma de las Tetas de Nador.
    

¡Al tofu, que es buey gallego! –gritan los Gates a sus pobres en la toma de la Gran Cuaresma (Gran Reseteo) 2030.
    

El tofu viene a ser para la Cuaresma profana lo que fue el bacalao en salazón para la Cuaresma religiosa, y los Gates, cuya codicia pasa por “astucia de la razón”, ven en él la solución definitiva a la “lucha de clases”, expresión que recoge “El Federalista” bastante antes de que Marx se la apropiara, a lo Ortega, para echarla a perder en citas de  Monedero y Errejón.

[Viernes, 19 de Febrero]

Chucho y el fin de la clase obrera


 



Orlando Luis Pardo Lazo



No lo despidió de su puesto de trabajo Fidel ni Raúl. Lo despidió la vida de la vida y por cuenta propia.

Chucho murió hoy.

Hacía meses que orinaba demasiado. Tenía anemia. Poco apetito. Enflaqueció.

Los doctores palparon una bola compacta en su próstata. Lo pincharon, pero la muestra no sirvió en el laboratorio. Lo pincharon más. Sangró. Bestias estudiantiles que ahorran anestesia sabe Dios para qué. Chucho dijo que ni una prueba salvaje más.

Siguió sangrando en las heces. Vomitó. Moretones en su cuerpo. Se descompensó. La lengua enredada en menos de media hora. La vista en el fin del mundo. Muerto en el Calixto García sin dar tiempo a nada (tampoco le hubiera hecho nada la claque juvenil bolivariana). Velado esta noche de jueves-viernes en la Funeraria de Infanta, La Nacional.

Mi madre allí toda la noche. Yo me fui. No resisto la poca luz y la mediocridad institucional que nos lastra hasta después de cadáveres.

Chucho fue un luchador. Tenía setenta y largos. Sin hijos. Sin mujer. Acaso sólo mi madre.

Se conocieron en la Fábrica de Muñecas Lilí, justo cuando mi madre se enamoraba de mi padre, el límpido oficinista del Departamento de Personal que le llevaba casi 20 años a ella.

Nací yo, en 1971. Mi madre se hizo ama de casa. Chucho esperó, como uno de esos personajes garcíamarquianos que él nunca leyó.

Pasó un siglo y un milenio.

A la vejez de todos, Chucho comenzó a frecuentar nuestra casa de Lawton. Llegaba antes del amanecer. Ayudaba en lo que podía. Viejito bisnero con más energía y lealtad que el 99% de la juventud, incluido por supuesto yo.

Mi padre era entonces como el padre de mi madre. Chucho y él jugaban ajedrez en un portal de los años noventa. Mi padre todavía tenía fuerzas para derrotarlo. Le aplicaba la ventaja histórica de quien ha tenido las manos libres para dedicarse a labores de corte intelectual.

Chucho, lo tuyo fue el trabajo manual. La lucha. De apuntador de Lotería en los años cincuenta a Secretario de su Núcleo en un Partido Comunista de Cuba ya cansado hasta del comunismo cubano.

Son las tres de la madrugada en Cuba. Escribo desnudo en mi cuarto, mientras él está tendido en La Nacional de Infanta, sala A (tercer piso), no muy lejos de su casita en un laberinto de la calle Manglar. La noche nos une en la desolación al viejo Chucho y al adolescente tardío Landy.

Alguna vez, ya muerto mi padre, él quiso dictarme sus memorias, pero con delicadeza lo eludí. No me arrepiento. Su vida tampoco merecía la falacia de ningún relato. Su vida era una cosa más que concreta. Un cambolo. Como la palabra “chucho”, por ejemplo, aunque entre sus amigos casi nadie conozca su nombre y menos aún su apellido (si es que los tuvo en definitiva).

Chucho, cará.

Chucho, que pudiste ser mi padre en la vorágine proletaria de los trabajos voluntarios de los años sesenta.

Chucho, que ya no creías pero aún confiabas en la Revolución.

Con tu letrona de caballo, que yo pasaba en limpio en la máquina de escribir Underwood ex-propiedad privada de mi padre. Actas de reuniones y citaciones a reuniones. Eso me daba Chucho para teclear.

Tac tac.

Tic tac.

El tiempo de nuestra clase social se acabó.

Contigo muere el espíritu de los de abajo. Pobre, pero honrado. Resolviendo sin joder a los demás. Con tus carcajadas de personajillo urbano de Lino Novás Calvo. Gritaba por el teléfono como un guajirón cerrero. Eso era. Un guerrillero trastabillando en ese palacete abandonado que sus dueños originales llamaron La Habana.

El órgano oficial del Partido Comunista de Cuba no se enterará, por supuesto, de “esta sensible pérdida de un compañero de ruta”, pero con Chucho cayó la cabeza de un tiempo que ningún cubano ahora habitará. En muchos aspectos mentales, para mí es como si se hubiera muerto Fidel (en muchos aspectos físicos se parecían especularmente al final).

Chucho, no voy a seguir tratándote en segunda persona del singular, ese vicio vacío de los despedidores de duelo.

La madrugada avanza y pronto amanecerá en La Habana de la Post-Revolución. Mi madre ha quedado más sola. Tu amor por ella está un poco más cerca de cumplirse en algún lugar que tal vez nunca sea.

Chucho, lo siento. Adiós.

[Septiembre, 2010] 

Viernes, 26 de Febrero

 



Como las alas de las hojas
como los ojos de las olas
como las hojas de los ojos
como las olas de las alas

jueves, 25 de febrero de 2021

Oleada jacobina


 

 Ignacio Ruiz Quintano

Abc


    No es justa la politología con Casado. Ese hombre sólo tiene una pala, y además jefes, seguramente los mismos que tenga Sánchez, que parecen decididos a que Casado sea el Capriles de la MUD del 78, que aún busca a su Tintori entre Teo, Cuca y Maroto. ¿Acaso no va a encarnar Jodie Turner-Smit a Ana Bolena en TV?
    

En vista de la debilidad de Casado, Cayetana ha desatado en el partido la “oleada jacobina”, expresión de Hamilton para oponerse, con éxito, al gamberrismo francés en América.
    

Según el historiador socialista Albert Mathiez, fundador de la Sociedad de Estudios Robespierre, “jacobinismo y bolchevismo son dos dictaduras de clase”, si bien los jacobinos, puestos entre la derechona recalcitrante de la Gironda y la izquierda desgreñada de los Cordeliers, se sentían representantes de lo que Casado llama “la Centralidad”, definida por Robespierre en su memorable discurso de febrero del 94:
    

La virtud, sin la cual el terror es funesto, y el terror, sin el cual la virtud es impotente.
    

No soy tertuliano y no sé si en el partido de Casado hay que cortar cabezas por el butifarrón catalán, pero a lo mejor tirar de Robespierre, como hace Cayetana, es irse un poco de la mano. Cayetana es aristócrata, y choca imaginarla moviendo una guillotina como si se tratara de un bargueño, aunque también Mirabeau era aristócrata y salió revolucionario como un demonio, ídolo político de Ortega, por cierto, siendo el personaje más corrupto de la Revolución.
    

Aulard, primer catedrático de Historia de la Revolución Francesa en la Sorbona, nos dejó un retrato de Robespierre que no sé yo: tenía algo de español (¡monárquico hasta el 10 de agosto!), amaba a la patria (menos que a sí mismo) y “seguía los movimientos populares en lugar de dirigirlos”. En las constituyentes del 91 defendió como un león la separación de poderes (“los poderes deben estar bien diferenciados de las funciones”), lo cual, hoy, en España, sería más subversivo que el cesto de la guillotina. ¿Cómo llegamos hasta aquí?


[Jueves, 18 de Febrero]

Razones para el mourinhismo


 
Hughes

En su Barra Brava de hoy, David Gistau, con poderosa concisión, retrataba un Madrid polarizado alrededor de Mourinho, por causa de los ataques que sufre el portugués. Tienen sus artículos de los lunes una cosa muy necesaria: la vocación de reordenar la cabeza del madridista tras el ruido liguero. Este periodista hace la crónica, pero además reubica al madridismo, le da siempre un norte. Hace un saldo, señala la distancia con su historia y con el Barcelona, al que se persigue como a una liebre. Hace Gistau, en resumen, una topología madridista cada lunes, que es lo contrario del gallinero mareante de las tertulias. Eso es madridismo, y si además está bien escrito, pues mejor.

Inspirado por lo suyo de hoy, a continuación, y con brevedad, por no aburrir (más) y porque me tengo que hacer la cena, repasaré las razones, mis razones, para el mourinhismo, como un intento de futura exploración de una tercera vía para el madridismo, si es que fuera posible una tercera vía, que las terceras vías parecen por definición salidas moribundas.

Mourinhista lo es uno por razones culturales, por razones futboleras y por razones madridistas.

Mourinho es tan necesario a la España actual como hubiera resultado George Best a la España de los años sesenta. No me extenderé, pero el portugués es viril, seco, íntegro, profesional, competitivo y tiene una moral señorial. Es como un Nietzsche que se puede explicar en la escuela. Al respecto, recomiendo la visión de Ruiz Quintano, que desde hace tiempo le está dando al mourinhismo un calado profundo desde sus columnas engastadas, donde lo popular resuena.

Como aficionado al fútbol, Mourinho representa la posibilidad de que otras formas de juego, otras formas de disposición en el campo, de manejo de la pelota, otras geometrías y otros ritmos puedan ser aceptados, y más allá de su democrática aceptación, consentidos como alternativa por ese canon hegemónico del fútbol de toque, del tiquitaca, que ha sido elevado por una determinada prosa a la categoría de arte, como las croquetas de Adrià. Esa prosa, martilleante, cursi, dominical, ya “puso en la frontera” a Capello. Mourinho es la pluralidad futbolera.

Como madridista, estrictamente como madridista, Mourinho representa dos cosas: la independencia de criterio del club, algo que importa, pero menos, porque eso pudo simbolizarlo un Emerson antes, un Capello, o ahora un Pepe. Es decir, la capacidad del Madrid para ser una organización clausurada, autónoma, impermeable a ciertos niveles de presión. Independencia es hacer algo no determinado previamente por las portadas del Marca o por los editoriales con foto de Relaño.

Pero más que eso, Mourinho es la culminación del florentinismo, lo que le faltaba a la melifluidad florentiniana y a su concepción infantil, ridícula y antifutbolera de este deporte.

Florentino, en su primer advenimiento, se encontró dos cosas: una entidad esperpéntica y una plantilla lujosa. Arregló lo primero y lo segundo lo completó con balones de oro y mientras duraba lo primero y rendían los segundos, todo fue memorable -memorable aunque criticado, igualmente criticado por la constante beta del antimadridismo, recordemos: virtuosismo, prepotencia, individualismo, neocolonialismo, etc…-. Después, el equipo se hundió, porque Florentino, que era como un jeque árabe para algunas cosas, no creía en los defensas, ni en los jugadores que no fueran canteranos o balones de oro. Cuando admitió, tarde, su error, fichó a Walter Samuel, que era como un portero de discopub. Luego aprendió, echando cuentas, que a veces el balón de oro era mejor ficharlo antes de serlo, y entonces llegaron Robinho y Cassano. Algo fallaba, estaba claro, la magia se había perdido. El Madrid no tenía eso que se llama “estructura deportiva”. Sí, tenía señores educadísimos que cumplían como diplomáticos en los descansos, que aguantaban con flema infinita, a veces como auténticos mártires, las provocaciones de los Del Nidos, pero no había ni manager, ni entrenador estelar, ni Monchis que trajeran brasileños ignotos como Baptista o Alves, porque el Madrid, influido por la prensa, no pensaba que fuera conveniente fichar un entrenador que llevase la contraria a Manolo Lama. Así, el Madrid fue entrenado por Queiroz, Luxemburgo, López Caro, los Hernández Mancha del banquillo madridista. Estuvo Camacho, sí, como el Cordobés de los madridistas castizos, pero no duró ni un trimestre. Antes mandó Del Bosque, herencia de Sanz, el señor que antes había reconocido su aspiración de perpetuarse como el nuevo Molowny. Muchos madridistas no entendimos tres cosas de Del Bosque: su pasividad en el motín del alirón, el petardazo de Turín y, esto es una obsesión personal, cierta entrevista a la cadena Cope en vísperas del definitivo Atlético-Real Madrid. Del Bosque fue valorado como gestor de egos, y su vestuario era un laissez faire, laissez passer, aunque su mayor obra fue ganar la octava con una banda de boleros a la que organizó sobre el bendito 5-3-2, algo que ahora sería prohibido por el Ministerio de Cultura y Deportes.

Así las cosas, el florentinismo, que era la continuidad de Don Santiago, la restitución del Madrid a su ser, sus maneras, su lugar y su patrimonio, repetimos: la única forma de mantenimiento y preservación del patrimonio cultural, deportivo y económico del madridismo, esa experiencia epopéyica y transcontinental, se apagó. El florentinismo murió, entre las risas de todas las tertulias deportivas y, doy fe, se celebró con tracas por los aficionados rivales. El imperio, como en Roma, se desplomaba, y en provincias quedábamos a merced de los Albeldas, gobernadores despóticos, sin grandeza, ni púrpura, ni derechos.

El club de los manguitos y el papel cebolla de Fernández Trigo había llegado a ser modelo de gestión en las escuelas de negocio del planeta, pero no hubo nunca un poder deportivo fuerte. Era un madridismo blando, y quizás, esa blandura se trasladaba al campo y al discurso en las salas de prensa. Un Madrid maleable, algo viscoso.

Tras Florentino, hubo un período electoral con un candidato, Villar Mir, que se tachó de continuista y de elitista porque el señor contaba con el apoyo tácito de Florentino y con la desdicha de tener varias carreras, un pasar y un perfil sociológico así como conservador. En un debate electoral, otro candidato le llamó superhombre, y pidió para sí el voto de los madridistas normales, de los madridistas sin estudios. Contemporáneamente, en la España política mandaba lo que mandaba.

Villar Mir, que ciertamente no era un hombre al que Dios hubiera adornado con el don del carisma, propuso al madridismo más florentinismo, pero con el añadido de la estructura deportiva: seriedad, rigor, ortodoxia contable, trajes oscuros y un entrenador mandón, que probablemente hubiera sido Lippi, el Paul Newman campeón de todo con la Juventus y la Azzurra. Esta apuesta, que salvaguardaba el decoro institucional y proponía una alternativa realista a los desvaríos de Florentino, fue masacrada periodísticamente y, claro, ganó quien ganó. No me extenderé sobre ese periodo oscuro, sólo dejaré una sucesión de palabras: Nanín, chaquetas estilo Luis Aguilé, la esperanza de ver a Vlado Divac, un palco con el señor Rojo, Emerson y Cannavaro como fichajes estrellas, la promesa incumplida de los cracks, las sacas de votos por abrir, Mijatovic, la policía judicial, los saltos presidenciales en Zaragoza, el despido de Capello

El Madrid se convirtió en una especie de Malaya, en un club gilista, mientras el Barcelona enderezaba su rumbo deportivo (Cruyffismo) e institucional (Nuñismo y pasión nacionalista) con Laporta.

Tras años de irrelevancia deportiva y de empobrecimiento, al borde de la reaparición de Sanz Mancebo, llega, no sin dificultades y palos en la rueda, Florentino, de nuevo con la vara de mando de Don Santiago y en pocos meses devuelve al club la tranquilidad, la seriedad y diría que la prosperidad.

Pero deportivamente se apuesta por Pellegrini, un “perfil bajo”, de nuevo con la portavocía de Valdano. Además, y ésta es mi mayor crítica, mi única crítica al Florentinismo, sin darle lo necesario, porque Pellegrini hubiera necesitado un tercer volante, Silva, para competir con el Barcelona y para desarrollar su fútbol sobeteador y acariciante, su arrullo futbolero. Pellegrini era apuesto y dulce como Valdano, ingeniero como aparenta serlo Bielsa y de un menottismo asumible. Pero sin Silva, sin Cazorla y vendido Sneijder, que era un volante de fútbol lacónico, la plantilla le quedaba extraña: Alonso, el caótico Lass y mucho delantero. Lo de siempre, la cojera de siempre. El chileno, persona educadísima, parecía un galán de sol de otoño, pero le faltó, siempre le faltó, la vibración napoleónica que necesita un entrenador en el Madrid, porque el entrenador de este club, como de algún otro, no entrena a futbolistas, sino que motiva a poblaciones enteras. El Madrid es un Estado sin territorio, o con un territorio mínimo, y su pueblo, su afición millonaria, en la diáspora, necesita un líder.

El entrenador de fútbol es un líder político.

Desesperado, ante un Barcelona hegemónico, Florentino supera dos escrúpulos: el del perfil bajo y el del jogo bonito y, movido por la responsabilidad, la urgencia y la conciencia de que una eliminación más a manos del Olimpique hubiera supuesto la devaluación del madridismo hasta la condición inofensiva de nostalgia, como un Benfica o un Liverpool, y desoyendo las amenazas periodísticas (¡pero no se atreverá!) contrata a Mourinho y con ello, como si recibiera un sacramento, acepta todos los dogmas y clasicismos del fútbol. Es como si de pronto Florentino hubiera fichado a Helenio Herrera. Floren, el heterodoxo, ese Bernabéu que no sabe de fútbol, acepta en Mou, como una oblea, el santo sacramento del balón, su clasicismo y, por fin, integra el banquillo en la profesionalizada estructura del club. El fútbol entra en Flo a través de Mou. Florentino, completo, ya es un ser empresarial y un ser futbolero y se le pone gesto de Don Santiago y hasta es capaz ya de dar una santiaguina si se le pide.

Y entre ese cuerpo con dos almas, Mou en Flo, y una sucesión orgiástica de copas de Europa sólo hay un obstáculo: Messi.

Llega Mourinho, en fin, y la historia es conocida. Mourinho no es fichado para ganar al Barcelona, sino para ganar al Olimpique de Lyon. En año y medio, gana la Copa, disputa la liga a un Barcelona que meses antes había profanado el Bernabéu con un 2-6 y devuelve al club a las semifinales de Champions, esa altura competitiva donde los aficionados acudimos nerviosos al estadio o ante el televisor. El territorio legendario del fútbol. Esa experiencia forofa del temblor y el mordisqueo de uñas, niños y adultos, adultos como niños, absortos ante la televisión. Ahí, donde el madridismo se hizo a sí mismo, nos devolvió Mourinho. Florentino nos saca de las páginas de sucesos y Mourinho nos devuelve a la Gazzetta dello Sport y a L’Equipe.

Por eso, y porque además creo que que Mourinho, quizás por intermedio de Florentino, ha suavizado su irresistible y agresiva brillantez (en España conviene ir con cuidado a ese respecto) y porque creo que su planteamiento de tres defensas ante el Barcelona es brillante, legítimo, responsable, útil y un reconocimiento implícito de la grandeza del rival y de su propia humildad, y porque abre una puerta a la riqueza conceptual del fútbol, para que el fútbol pueda no ser solamente el discursivo soliloquio de nuestros maravillosos centrocampistas patrios, y porque creo además que ese sistema, con Pepe como protagonista, pese a su disfunción, es el único que ha demostrado ser capaz de convertir a Messi en la irrelevancia que a veces es con la albiceleste, por todo ello considero el mourinhismo una forma acertadísima de florentinismo, la forma que adopta el florentinismo en este momento, un florentinismo irónico, por fin, y combativo, menos solemne, una piel que adopta el florentinismo, que no es sino la continuidad del espíritu de Bernabéu, que es el verdadero señorío de madridismo, porque señorío es Don Santiago fumándose un puro y Don Santiago era también manchego y, a su modo, también mediterráneo. Por todo lo anterior, en fin, entiendo que el mourinhismo es florentinismo, y que éste es la única manera inteligente y provechosa de ser madridista en la actualidad.

Porque el Real Madrid no es un equipo de fútbol más, es una pasión y un acervo constantemente amenazado de muerte.

Pero ése es otro tema.

En Los Objetos Impares
23 de Enero

Jueves, 25 de Febrero

 

Oh mundo, todo es noche
y la vida es relámpago


miércoles, 24 de febrero de 2021

23-F

 

 

Francisco Javier Gómez Izquierdo

 
      Tras el impacto de la muerte de otro hermano el 8 de enero, viernes de la nevada que me tuvo varado en Chamartín sin poder llegar al entierro en Burgos, volvía ayer a Córdoba con la radio del coche saltando de emisora conforme se pasaba el Duero, Somosierra, las afueras de Madrid o Despeñaperros. En todas hablaban de lo mismo. Del 23 de febrero de 1981. Me asomo a
Salmonetes... y prefiero recordar aquella tarde-noche como en las emisoras, porque comentar el fútbol de Champions me descorazona y porque creo formar parte de una de las gavillas de "chorchis" licenciados en enero del 81 que recorrimos toda una gama de sentimientos e inquietudes que sólo a nosotros atañía.


     ¿Qué estaba haciendo usted el 23 F?, preguntan locutores veteranos desencantados con el nuevo siglo y "charlapuñaos" que creen que "aquéllo" fue un Madrid-Barcelona de los de Guardiola y Mouriño. Con mi hermano José en la mollera contesto en alto -bajo sólo en el coche- "cosiendo zapatos".


       Como ya he contado en otras ocasiones, en mi casa se trabajaba "en negro" para pagar las necesidades familiares y los pequeños caprichos de los seis hijos (los carnés del Burgos, el AS color, una cazadora...) Mis dos hermanas no cosían y César vino tardío y era muy pequeño. Estábamos a la faena mis padres, José, Carlos y servidor, los cinco tirando de cabo y ajustando las "tapas" de los mocasines cuando el locutor de la cadena SER enmudeció y nos paró a los cinco. Sobre todo a mí, que recién licenciado se me vino el mundo encima. Tenía "la blanca" desde finales de enero, pero sabía que aún era soldado y que tenía que acudir a la Agrupación Mixta de Encuadramiento de Vitoria nº6 si nos movilizaban. Leía y releía la cartilla blanca y todos los parrafillos me atrapaban. "Mientras dure el servicio eventual -situación de los licenciados- debe comunicar cambios de residencia, pedir permiso para salir al extranjero.." pero lo que me tenía acongojado era lo de ir a Vitoria, "el sitio donde debe incorporarse en caso de movilización". Mi padre y José y Carlos, más jóvenes que yo, me miraban y creo recordar que no sabían qué decirme. Me puse muy nervioso y sobre las nueve decidí salir a la calle instruyendo a los de casa que si llamaban dijeran que estoy en el pueblo y que allí no tenía teléfono. Mi torpeza consideraba que en los pueblos no se enteraba la gente de lo que estaba pasando en el Congreso. En la esquina de la iglesia de Gamonal vi a un señor de paisano fumando. Lo reconocí como uno de los guardias del Morco (Cuartel de la Guardia Civil en Burgos). No me dijo nada, pero me obsesioné con que estaba vigilando y como yo era el único paseante me volví asustado junto a la familia. "No estoy en casa, si llaman" repetía poseído de una angustia que remitió conforme entraba la noche y el Rey habló por televisión. Se me borran los sucesos del día siguiente, pero recuerdo la salida de los guardias por las ventanas, a José María García y la tranquilidad que volvió a mi más que dudoso ardor guerrero. José y Carlos harían "su" mili con los generales de la mía neutralizados y apartados de la circulación en una operación que supongo, como parece suponer Javier Cercas en Anatomía de un instante, de una inteligencia quizás más necesaria que justa.


      De los cinco zapateros de aquella tarde de hace cuarenta años sólo quedamos mi madre y yo. Mi padre tendría hoy 90, José 60 y Carlos 59. A cavilaciones sobre la fragilidad y vulnerabilidad humana me lleva este aniversario de un golpe de Estado que mentes quizás mucho más perversas que la del tecol. Tejero van perpetrando "a marchas forzadas".

Las orejas


Tandoori Station

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


    Cada lunes, y ya van siete, recibo un sms de la Comunidad de Madrid que me recuerda, como a los presos con pulsera, que, como vecino de mi calle, estoy “confinao” por “la Coviz”, y privado, por tanto, de mis derechos constitucionales, que valen lo mismo que la blanca doble en el dominó.


    Ese sms es lo único que he recibido del Régimen y me parece la mejor expresión de lo que los alemanes llaman “bürgerlicher Rechtsstaat”, que Francisco Ayala tradujo por “Estado burgués de Derecho”, y Montserrat Herrero, por “Estado de Derecho burgués”, pues, según ella, el calificativo “burgués” afecta al concepto “Estado de Derecho” en su peculiar configuración.
    

Tengo la suerte de vivir encima de un restaurante indio que pasa por ser el mejor indio de la ciudad, y que es la única fonda que la Carta Otorgada del 78 me permite visitar, lo cual ha cambiado mi vida, pues uno no es de donde nace, Burgos, sino de donde pace, la India, donde el joven Churchill pasaba el día cuidando de sus rosas, coleccionando mariposas, jugando al polo y leyendo a Gibbon (no a Gibson, como me “corregía” el redactor jefe de “Cambio 16” cada vez que citaba al historiador de la declinación y caída de Roma).
    

En cuestión de libertades, la Comunidad de Madrid me ha merendado la cena, y yo ya no sé si, siendo media tarde, ceno o meriendo mi papeo mogol maravillosamente cocinado por el chef Nadeem en el indio de abajo, concebido como un tren, la mejor ilusión de viajar cuando uno se encuentra bajo arresto domiciliario. ¿Qué comía Michelet para llegar a decir que Alemania es la India de Europa?
    

–Pues, hijo, ¿qué quieres que te diga? Lo que más me ha impresionado de allí es la importancia que le dan, ¡fijate!, a las orejas –le dijo a Ullán una amiga a su regreso (“tocada de la oreja”) de la India, y todos nos miramos pensando lo mismo: ¡El Juli!
    

Para sentirme en la mesa de Brahma, Vishnu y Siva sólo me falta que el chef Nadeem planchee la oreja como el gallego de “La oreja de Jaime” en la calle de la Cruz.

[Miércoles, 17 de Febrero] 

De las virtudes republicanas


José María Gil Robles
 
Vicente Llorca
 
El castillo de San Julián ha enarbolado bandera turca.

( Del despacho de Capitanía al Ministerio de Marina, 1873)

Miércoles, 24 de Febrero

 

Valle de Esteban

Rueda el cielo
sobre la extraña flor de este cielo,
de esta flor,
única cárcel:
corona sin ruido


Felicidades a Ana

 

Diana floreada

martes, 23 de febrero de 2021

Bendita Guerra Fría

 

Vote Communist Or,
Socialist Workers Party,
Peoples Government

El tabarrón


La derecha intelectualista que lee a
Yuval Noah Harari

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


    La más fina refutación al tabarrón catalán la hizo Tarradellas, el de “Ja sóc aquí!”, cuando dijo a Milián Mestre:
    

Cony! Quina Catalunya ens ha deixat Franco!
    

El tabarrón catalán ya volvió loco al pobre Ganivet, que acabaría de cónsul en Riga, donde la depresión noventayochista lo llevó a los 33 años a tirarse al río Dvina: lo rescató con vida un barco, pero él volvió a saltar por la borda.


    –El renacimiento catalán ha sido obra de España entera –dice en una carta a Unamuno, y me disgusta la ingratitud con que su juventud intelectual juzga a España.
    

En el 77, antes de “la democracia que con tanto trabajo nos dimos todos”, Suárez, el de Cebreros, y Tarradellas, el de Cervelló, iban adelantando temas por su cuenta y firmaron un comunicado conjunto en el que el Moisés catalanista rechazó el “café para todos” de Adolfo Igualdad:
    

En el comunicado, Suárez quería que constara mi conformidad con un régimen autonómico uniforme, pero yo veía que, si se aceptaba este principio, España se desmembraría y se convertiría en un Estado ingobernable.
    

Cuarenta años después, la idea de gobernabilidad es que Cataluña sea Silicon Valley, y el resto de España, los Apalaches.
    

La primera fuerza es la Abstención, que en un Estado de Partidos es un síntoma de dignidad política. (Si la base del sistema no es la representación de los electores sino la integración de las masas en el Estado, con la mitad de las masas sin integrar tenemos un sistema en quiebra). La segunda fuerza es un PRI encabezado por el peor ministro del mundo en la gestión de la pandemia. La tercera fuerza son los separatistas de calzón quitado. Y la cuarta fuerza es la “derecha populista”, como la llama la “derecha intelectualista” que calza “new-balance” y lee las “21 lecciones para el siglo XXI”, de Yuval Noah Harari, el Chaves Nogales de Obama, lector de dos libros, éste y “Los conceptos elementales del materialismo histórico”, de Marta Harnecker.
    

A vivir, pues, a Portugal, donde siempre debió tener su capital España.

[Martes, 16 de Febrero]