José Ramón MárquezJunio en Las Ventas. Caemos como pardillos en comprar entradas del 6 porque esta mañana estaba el cielo nublado. Por la tarde lo único que tenemos presente para aguantar el sofoco es la entereza de aquel viejo legionario cuyo nombre jamás conocimos, que se sentaba en el número 1 del balconcillo y que en algunas ocasiones heroicas fue el único ocupante del tendido vacío, asolado por la violencia del calor veraniego. Su memoria nos da fuerzas.
La corrida de
Charro de Llen o de
José Ignacio Charro, como es natural, no pasó entera, que para eso está el sanedrín veterinario vigilante de las purezas venteñas; que con los estudios y títulos que tienen esos tíos cómo van a dejar pasar una corrida que no cumpla escrupulosamente la exigencia suprema de Madrid, que ahí mismo está la de
Juan Pedro en la pasada feria para demostrar que a ellos no se la pega nadie. Para dejar clara su insobornabilidad, el sanedrín veterinario tuvo a bien poner un toro fuera de la circulación, que digo yo que cómo sería el bicho que echaron si dejaron pasar al quinto, al tal
Girocillo II, número 15, que era más feo que pegar a un progenitor A, como se dice ahora. La corrida la remendaron con un toro tan serio como manso de
Navalrosal, de nombre
Rosalino, número 46, y que en el nombre llevaba la penitencia, por su mansedumbre.
Para no mentir digamos que hoy íbamos a los toros a ver al viejo
Frascuelo. A la entrada el aficionado
A. me recuerda la fecha de nacimiento del matador, 1948, el año en que
Carlos Arruza se despidió de los ruedos, que parece que fue ayer. Y Frascuelo, el hombre, torero de Madrid, querido en Madrid, recibe la ovación de rigor al romper el paseo, que ya llevará un montón de ovaciones de ésas. Para demostrar prácticamente el refrán, del cielo le caen los clavos en forma del tal
Rosalino del que hemos hablado más arriba, al que, por cierto, le dan más leña en el caballo que a la mayoría de los toros de la pasada feria; vamos, que le dan al pobre
Lanudo, al desgraciado
cuvillo que ayer indultó
Perera en Algeciras, la mitad de la estopa que le han arreado al
Rosalino y no hace falta ni que le despiecen los destazadores ni le saquen las medias canales, que palma al salir del caballo y ya no tenemos ni indulto, ni tundimiento a muletazos, ni nada.
En honor a la verdad hay que decir que el segundo de Frascuelo,
Pitinesco, numero 10, ha sido el mejor toro de la corrida, lo cual no quiere decir que fuese un choto colaboracionista. Había que torear y atender las exigencias del toro; la primera, la distancia, y luego las demás, como torear hacia abajo y no pensar en la huida. En honor a la verdad hemos de decir que se percibe que el viejo torero no está para esas florituras con toros de esa condición. Dejó el sello imborrable de un cambio de manos de una torería grande y un molinete de inspiración para que, si había algún torero en la plaza, se fijase en cómo se hace. Magra cosecha en un quiero y no puedo que, quizás, merecía que alguien pensase en anunciar a este hombre con ganado más contemporáneo, en honor a sus años y a las corridas que ha matado para ver de proporcionarle una despedida gloriosa.
Luego vino
Robleño a hacer el Robleño, y es digno de anotar que este hombre esté haciendo su estilo en esa forma de estar frente a los toros pasando miedo y haciéndolo pasar a los espectadores, porque Robleño es un torero muy visto y por eso mismo bastante amortizado. Se nota que la plaza le quiere porque hay algunos que le llaman
‘Fernando’, pero el bagaje que arrastra en sus comparecencias es bastante poco consistente fuera de su disposición a pegarle el medio pase al toro y a pegarse el arrimón final con el que lava sus carencias. Me pareció injusta la oreja que se le dio en la triferia y, con el mismo criterio, le podían haber dado otra hoy.
El tercero era
Luis Miguel Váquez, apoderado por
Paco Alcalde, que se encontró con un primer toro,
Girón, número 2, que en mi opinión ha sido el otro toro de la corrida junto al
Pitinesco. Toro también exigente y necesitado de un torero con bastante menos dudas y más firmeza. Disculpemos, como suele ser habitual, al torero a cambio de las seis corridas que mató el año pasado y censuremos vivamente su melena de pelo rizado, como la del gran
Martín Recio, con quien Luis Miguel Vázquez creo que no podrá compararse nunca como torero.