martes, 31 de marzo de 2020

El dictador

[El Diestro]


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    A lo tonto y a lo bobo, ahí tenemos a Sánchez, dictador de una dictadura comisaria, regalo de la Oposición que nunca existió, y a la espera de convertirla en soberana, que es a la que aspiran Pablemos y esa ministra de la nariz en latifundio que, como el Vargas de “Bananas”, goza anunciando que a partir de ahora, y porque ella lo manda, los días laborables serán… domingo.
    
La de Sánchez es la tercera dictadura en un siglo: la de Primo, un genio de la simpatía; la de Franco, un genio de la guerra; y la de Sánchez, un genio de la incompetencia exaltado al puesto con la excusa de las “circunstancias extraordinarias”, utilizada por toda la historiografía marxista para justificar el Terror de la Revolución francesa.

    –La virtud, sin la cual el terror es funesto, y el terror, sin el cual la virtud es impotente –fue el lema de Robespierre.
    
¿Que cómo hemos llegado hasta aquí? Pues porque no tenemos una Constitución política, como los americanos, reducida a las reglas del juego, sino ideológica, fruto del chalaneo, donde caben todos los modelos de sociedad conocidos, que es por lo que se relame Pablemos.
    
Para imponer la virtud contamos con un jefe de policía riojano que sale en TV para animar a la delación vecinal de los “insolidarios”, que en España la solidaridad, como el fascismo, es cosa que, cuando no está prohibida, es obligatoria. “Insolidaridad”, hoy, es no aplaudir en el balcón o bajar a la acera a pasear un cánido. Es el hermoso espíritu de sospecha desatado por la Ley de Sospechosos del cura Roger en la Convención. Era el paso previo a que Saint-Just (cuya caricatura aquí es Pablemos) propusiera el secuestro de todos los bienes de los sospechosos.

    Y mientras estamos a setas, no estamos a rólex: de este espíritu de sospecha que alienta la dictadura comisaria de Sánchez con gente vestida de uniforme queda exento el Pollo Carvajal, narcobicharraco protegido en España de las zarpas de la DEA, que ofrece una recompensa de diez millones de dólares.

VACANZE ROMANE (Sé de qué huyo pero ignoro lo que busco) Episodio 10

 Plaza de Venezia


Jean Juan Palette-Cazajus

La mañana resultará un poco errática e indecisa. Nos apeamos en la Plaza de Venezia porque hay aquí una persona obsesionada con la columna de Trajano y empeñada en ver de cerca los tebeos helicoidales que la decoran. En realidad, sin prismáticos es imposible enterarse de que las fajas esculpidas relatan las victorias de Trajano contra los Dacios. La columna merece la visita. Napoléon quiso llevársela a París y después se contentó con erigir una réplica, la columna de la Plaza Vendôme. Pero personalmente mi interés por ella ha quedado suplantado por una información que me ha confortado en mi admiración por la audacia y las capacidades proactivas de los romanos. Aquí donde estamos, casi al pie de la columna, había una colina  que el bético Trajano mandó nada menos que  enrasar para levantar columna, foro y mercados a su nombre.  A nuestras mentes actuales les cuesta metabolizar aquella turbadora suma de voluntad férrea y de trabajo esclavo.
Columna de Trajano

Desde aquí el heteróclito espacio que nos rodea parece el equivalente urbano de una impresionante chamarilería. De lujo, eso sí. Frente a nosotros, están los restos del emporio trajaneo. Detrás de nosotros, las cúpulas casi gemelas de las iglesias de Santa María di Loreto y  del Santissimo Nome di María,  las llamadas «dos Marías». Prosiguiendo el giro a la izquierda, al otro lado del flujo motorizado, está el Palacio de Venecia con el pequeño, casi mezquino, balcón blanco donde actuaba Mussolini.  Prolónguese el movimiento, y más allá de los coches el infausto «Vittoriano» ocupará todo el campo visual. Un leve giro más y se abre el espacio de los Foros Imperiales. Tal vez convendría hablar aquí de una carismática anarquía espacial, felizmente resuelta por los pinos que salpican todo el paisaje y lo romanizan inconfundiblemente, además de infundirle coherencia.
 Torre delle Milizie

Al bajar del autobús, nos hemos olvidado del habitualmente vistoso «Palazzo Bonaparte»  que ocupa la esquina izquierda con la Vía del Corso y cuya fachada a la plaza está casi tapada por lonas y andamios. Tal vez impelidos por cierto sentido del deber histórico, regresamos para asomarnos un rato al patio de esta opulenta construcción de la segunda mitad del siglo XVII, adquirida en 1818 por Letizia Ramolino, la madre de Napoleón, entonces exiliada en Roma. Aquí vivió hasta su muerte en 1836, con 86 años, aquella que se hacía llamar «Señora madre» y que, en tiempos faustos del hijo, solía repetir con tremendo acento corso: «A ver lo que dura esto». Luego ponemos rumbo hacia la cercana plaza del Quirinale. Zona sutura, de alguna manera, entre la Roma papal y la Roma de la burguesía posterior a la capitalidad italiana. El tejido urbano es heterogéneo e irregular. En la Vía Quattro novembre, los aparatosos edificios neobarrocos, hoteles, bancos, seguros, alternan con los restos de la historia. Pasamos detrás de la medieval «Torre delle Milizie», impresionante cuando se la ve desde los Foros, encaramada como está en las pendientes del Quirinale. Luce menos desde aquí si bien es cierto que le faltan dos de los cuatro pisos iniciales, derruidos por un terremoto. Su mole de ladrillo de finales del siglo XII siempre me traslada a aquellas guerras clánicas que asolaron un medievo romano brutal y desmemoriado, instalado de «okupa» sobre los vestigios antiguos. Aquello hace pensar en la célebre frase con que Bernardo de Chartres se definía a sí mismo frente a los pensadores antiguos: «Somos enanos subidos a los hombros de gigantes». Sigue el espectáculo durante la breve caminata:  a los pies de la torre, la elegante fachada de «Santa Caterina a Magnanapoli» dialoga con su casi gemela, la del vecino templo «dei Santi Domenico e Sixto», esvelta y empinada sobre un espolón del terreno.
 Sant'Andrea al Quirinale

Irregular, elevada, un poco destartalada, la plaza del Quirinale tiene indudable carácter. No hasta el punto de compartir la opinión de Stendhal que la consideraba como la plaza más bella de Roma. Llamábase entonces Plaza de Montecavallo por la fuente monumental que la adorna, otro obelisco egipcio flanqueado por dos imponentes estatuas de los Dioscuros y sus caballos, procedentes de las Termas de Constantino.  Al mismo tiempo la plaza es un libro de historia romana e italiana. Su personalidad la determina esencialmente la interminable y más bien aburrida fachada del palacio del Quirinale que encierra tesoros inestimables. Fue hasta el final de los estados pontificales, en 1870, la residencia de verano de los papas. Antes de serlo de los monarcas de la dinastía de Savoia y ahora de los Presidentes de la República. La plaza se completa por un lado con el palacio dieciochesco de la Consulta, sede un tiempo de la administración pontificia, hoy del Tribunal Constitucional.  El tercer lado lo ocupan «le scuderie», lo que fueron las cuadras papales, casi palaciegas. Al este se abre el heteróclito mar de los tejados que se derraman hacia la perspectiva de la cúpula vaticana. Esta fue siempre la plaza del poder. Nuestra intención inicial era seguir por la Vía del Quirinale al encuentro de dos manifiestos arquitectónicos de tan alto significado en la historia del arte como modesto tamaño o sea, separadas por doscientos metros, las iglesias de Sant’Andrea al Quirinale, de Bernini y San Carlo Alle Quatro Fontane, de Borromini: el derbi cumbre del estilo barroco ¡Las dos están cerradas!  Quedan las fachadas. La minimalista, de Bernini, es un sobrio frontón clásico, solo barroquizado por una pequeña avanzada semicicular. La pequeña fachada de San Carlino es en cambio un concentrado de energía atormentada. Uno casi entiende que Borromini terminara por suicidarse empalándose sobre la propia espada.
 San Carlo alle 4 Fontane

Se acuerda que el siguiente objetivo podría ser aprovechar la luz del día para el imprescindible retorno al Panteón. La Fuente de Trevi pilla de paso. Pocos segundos son necesarios para volver a comprobar tanto la real suntuosidad teatral del monumental decorado como la mezquindad de su marco urbano. La densidad humana es más que notable y uno piensa con espanto en los enjambres agosteños. Percibe uno claramente el giro copernicano en la historia contemporánea de la fuente. El lugar ha devenido en el escenario de una inversión de los papeles: la hermosa fuente solo está aquí en tanto que instrumento de medición de los flujos turísticos. Vórtice de concentración humana, ya solo es el elemento activador del verdadero espectáculo que es la propia multitud. Esta se divide en dos grupos fundamentales, el de los espectadores del primer grado, aquellos que siguen creyendo, contra toda evidencia, que la fuente es efectivamente el espectáculo, confirmando así que el turismo de masas es la nueva modalidad de las antiguas peregrinaciones. El imperativo de «ver» las reliquias quedó sustituido por el imperativo de «ver» ciertos monumentos. La otra parte la constituye un público autodistanciado, que se sabe parte esencial del show y viene a cumplir, bonachón y casi irónico, con el tópico. Esto es un ruidoso desierto narrativo. Pero resulta que a menos de diez metros, cierra la esquina la muy original fachada de la iglesia «dei Santi Vincenzo e Anastasio», la cual relata una interesante historieta francoespañola. Fue sufragada por el cardenal Julio Mazarino (1602-1661), italiano de origen y eficaz valido del rey Luis XIV de Francia. Fue amante probable de la madre de este, la española Ana de Austria, hija de Felipe III y regenta del reino durante la infancia de su hijo. Mazarino tenía una sobrina, la guapa y trepadora María Mancini, que le sorbía los sesos al joven Luis XIV. La devolvió a Roma para casarlo con María Teresa de Austria, hija de Felipe IV y prima por partida doble. Al trono de España accedería el nieto de ambos, Felipe V. De muy poco depende siempre el porvenir de una dinastía.
 Fuente de Trevi, justo a la derecha

Al rato, desembocaremos en La piazza della Rottonda por la esquina más alejada. Lo que da tiempo para que, a la majestuosa obviedad clásica del pórtico venga a superponerse un poco de frustración. Originalmente, se accedía a él mediante una escalinata de tres gradas, que ha quedado sepultada por la elevación histórica del suelo. Hoy el piso del pórtico está practicamente a la altura del adoquinado de la plaza lo que achata la percepción de sus verdaderas proporciones. Quiero pensar que no sería técnicamente muy complicado rebajar el nivel de la plaza de modo que el pórtico recobrara toda su majestuosidad. Tan ligera es la milagrosa materialidad de la cúpula como aplastante su carga simbólica.
 Cúpula del Panteón

Abruma la complejidad de las dificultades técnicas que hubo que vencer y la inteligencia de las soluciones que se adoptaron; asombra la variedad de los tipos de piedra y de cemento  utilizados, el control y redistribución de los tremendos pesos y empujes sobre pilares y arcos, empotrados en la masa mural. Pero para nosotros, desde aquí, relajados y sentados, la sensación es de ligera y pura levitación. La perfección geométrica y técnica de la semiesfera que nos tutela induce físicamente la conciencia de su propensión natural a completarse en una esfericidad envolvente. Ella es la que nos acoge en este momento y nos insufla el sentimiento de habitar un espacio uterino y ontológicamente perfecto. Heidegger habría dicho que la intuición del Ser es aquí constante. Daremos  la vuelta al edificio, a su zona trasera. El efecto es entonces muy diferente, macizo, casi basto. En parte por culpa de la elevación del suelo y sobre todo porque se percibe físicamente el excepcional espesor de los muros.
 Panteón

Martes, 31 de Marzo


Dinos quién eres

lunes, 30 de marzo de 2020

...Y también Capón

 Sólo tenía 72 años
Descanse en paz

 El primer Burgos en Primera:
Bilbao, CAPÓN, Astorga,Raúl, Benegas y Ederra
 Mendiolea, Jaquet, Aitor Aguirre, Olalde y Requejo


Francisco Javier Gómez Izquierdo

    Los que conocieron la guerra, los que tienen más de 80 años, cuentan las días sin tos como una bendición y miran tras las cortinas de la ventana las vacías calles por si les da tiempo a ver la llegada de lo invisible. Los hay que miran desde la casa de los hijos en la capital, atendidos con el cariño debido, y los hay que por distintas circunstancias tienen que hacerlo desde unas residencias de mayores que se han convertido en epicentro de la vulnerabilidad. Dicen los tatarabuelos, mi madre nació en el 29 y tiene intacta la lucidez, que esto es casi peor que la guerra, porque de esto no sabes como defenderte.

La impiedad y falta de compasión de este 2020 perdurará en la memoria de los que quedan. Nosotros, mientras repasamos el parte de bajas diario, no acertamos a explicarnos este rosario de muertos que tanto desasosiego siembra. Caen los ancianos -“los viejos” se dicen a sí mismos-, pero también jóvenes y maduros que creemos sanos, y lo  que ya nos sobresalta del todo es cuando pones cara a dos o tres víctimas al día.

      Este marzo criminal se llevó a Joaquín Peiró, que jugó en ese límite de años en el que un servidor se iba fanatizando, sin saberlo, con el fútbol. Lo supuse muy bueno por jugar en Italia y de él quedó como jugador el balón que robó a un portero como Tamudo a Toni en la final de Copa del Atlético de Madrid y el Español. Como entrenador ganó fama de serio en el Atlético Madrileño y sobre todo en el Málaga donde es un héroe; a Máximo Hernández, jugador y entrenador de equipos modestos de alrededor de Madrid; a Benito Joanet, el portero ayudante de Arsenio Iglesias y que entrenó al mejor Hércules de la Historia; a Michel Hidalgo, el míster francés que nos birló la Eurocopa del 82, e incluso a Carrizo, un portero que parecía un actor al que por edad nunca vimos jugar, pero del que hablaban maravillas en el AS Color.
      
El trallazo llegó ayer con Capón. El que fuera uno de los primeros ídolos de un servidor -los primeros fueron Olalde, Bilbao, Ederra y Requejo, que ascendieron al Burgos a Primera- cayó ayer no sé si de coronavirus o de qué, pero cayó en la mortandad de marzo. En 1971, primer año del Burgos en Primera, el presidente Preciado, un Monchi adelantado, trató con buenas artes con don Vicente Calderón para que le cediera algún jugador y don Vicente le dio a Benegas, Jacquet y Capón. Capón era un desconocido y el Burgos un equipo simpático, que es lo que se dice de un equipo condenado al descenso, pero Mariano Moreno, entrenador y profesor de entrenadores, nos mantuvo con una seriedad defensiva en la que destacó, sobre todos los de atrás, Capón, muy lejos de la brusquedad aparatosa de Sistiaga, la torpeza técnica de Astorga o los desbarres de Raúl. Capón era lateral izquierdo serio y un tanto intimidatorio, que yo creo que luego se dejó bigote para dar más miedo.
        
Capón en el Burgos no tenía bigote, que es como todos los aficionados lo recuerdan. El bigotazo de Capón, un lateral izquierdo a un bigote pegado, se hizo legendario ya en el Atleti y nosotros, ingenuos en Burgos, lo achacábamos a moda argentina con aquel felpudo bajo la nariz y aquella melena que trajo el “ratón” Ayala . De su vida en el Atleti, su equipo de siempre, y sus internacionalidades en toda la década de los 70,  ya tienen ustedes conocimiento, pero fue en el Burgos, en un Burgos que con 12  años me tenía embelesado, donde Capón se hizo futbolista de élite. Volvió al Atleti y como a Benegas, autor del  gol del primer triunfo del Burgos en Primera (¡al, vaya por Dios, Córdoba!) -el primer gol lo marcó Requejo al Madrid- siempre lo considerábamos un poco nuestro porque el Burgos de la liga 71/72 era entonces un sentimiento fanático y todo lo que con él se relacionaba quedaba santificado.

Bartolo




Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Puede que Bartolo, peludo y suave, sea tan grande como Platero, el burro que acarreó la memoria de Aguedilla, la pobre loca de la calle del Sol que mandaba moras y claveles a Juan Ramón. Pero lo que libra a Bartolo de ser burro es que ladra. Sí, señor.

«De muy grande ladrido y espantoso» es Bartolo, como Alonso de Herrera decía en 1500 que habían de ser los perros como Bartolo, cuyo robo se castigaba entonces con el pago de cinco carneros: «Cara que parezca de hombre, muy grande boca, y muy ancha, y muy abierta, los bezos grandes que cuelguen de la boca, las orejas muy grandes, y caídas, los ojos muy relucientes, vivos que parezca que centellean, prietos y no zarcos...» Y, por supuesto, «de muy grande ladrido y espantoso». Porque el pollo pía. La gallina, cacarea. La golondrina, trisa. El pato, parpa. La perdiz, cuchichía. El pavo, tita. El gato, bufa. La pantera, himpla. La culebra, silba. El vecino, canta. Y el perro... ladra. Bien mirado, el único animal doméstico que no abre la boca es el besugo, pero... ¡a qué precio en estas fechas!

No contábamos, sin embargo, con la tradición municipal, que, si es democrática, obliga a los Ayuntamientos a improvisar ordenanzas pensando en las urnas. La urna, como denunciaban los viejos analistas políticos, atrae. Lo mismo que la hucha. Hay una explicación: «Ambas tienen su ranura. Por la una se echan papeletas que representan poder. Por la otra, papelitos que representan dinero.» Y el Ayuntamiento de Madrid, no se sabe si consciente de que la ciudad se aburre en la espera de la cita olímpica del año 2012, ha improvisado una ordenanza por la que se conmina con multa de cincuenta mil pesetas a los perros ladradores. Bueno, tampoco el poder municipal disponía en Madrid de más alternativas para la recaudación, si se tiene en cuenta que de la represión económica de los perros mordedores ya se encargaba el poder autonómico. Perro ladrador, poco mordedor, pero igual de contribuyente.

En lo que a animales domésticos respecta, la ordenanza madrileña permite piar a los pollos, cacarear a las gallinas, trisar a las golondrinas, parpar a los patos, cuchichiar a las perdices, titar a los pavos, bufar a los gatos, himplar a las panteras y silbar a las culebras, pero prohíbe, bajo multa de diez mil duros, cantar a los vecinos y ladrar a los perros. No me preguntes, Bartolo, la razón. ¿Qué razón dio Yahvé para prohibir las manzanas en el Paraíso? Hombre, multar a los vecinos por cantar ya no escandaliza a nadie. Responde a una lógica presupuestaria según la cual, si el Ayuntamiento quiere, se puede cantar, y si no quiere, no. Como «sésamo» financiero, servirá para aliviar un poco los sablazos municipales a las empresas para la alegría del año 2012.

Pero multar a los perros por ladrar supone caer en los lugares comunes de la superstición. Ortega, por ejemplo, sostenía que el animal doméstico es una realidad intermedia entre el puro animal y el hombre, sin que con esto queramos dar a entender que la ordenanza madrileña está redactada por un burócrata orteguiano. El caso es, Bartolo, que, según Ortega, en el animal doméstico actúa ya «algo así como» razón. El ladrido, por lo visto, no es natural al perro. Las especies de que procede no ladran: aúllan. Y los perros más antiguos ni ladran ni aúllan: son mudos.

En la relación de su primer viaje. Colón subrayó que los perros antillanos no ladraban. No sé ahora, pero entonces habían dejado de aullar y aún no habían aprendido a ladrar. Para Ortega, entre el ladrido y el aullido la diferencia es radical: «El aullido es como el grito de dolor en el hombre, un "gesto" expresivo (...) Pues bien, el ladrar es ya un elemental decir. Cuando el extraño pasa a la vera de la alquería, el perro ladra, no porque le duela nada, sino por-que quiere "decir" a su amo que un desconocido anda cerca (...) Y el amo, si conoce el "diccionario" de su can, puede saber, lo que encuentro pavoroso, si el viandante es pobre o rico.» Como el Ayuntamiento, Bartolo. Como el Ayuntamiento.



Cuando el extraño pasa a la vera de la alquería, el perro ladra, no porque le duela nada, sino porque quiere "decir" a su amo que un desconocido anda cerca (...) Y el amo, si conoce el "diccionario" de su can, puede saber, lo que encuentro pavoroso, si el viandante es pobre o rico.»

Charles Reep, el pionero estadístico contra la posesión

Charles Reep, a la derecha


Hughes
Abc

Hace aproximadamente 70 años, un 18 de abril de 1950, a las 15:50, Charles Reep pensó que ya había visto suficiente. Era el descanso del partido entre el Swindon Town y el Bristol Rovers y decidió que tomaría notas durante la segunda parte. Recogería cada acción que se produjo en el partido.

Para hacerlo, contaba con una habilidad como contable, su primera profesión. Su segunda era militar. Era comandante de la RAF. En su juventud (nació en 1904) había asistido a una conferencia de un jugador del Arsenal de Herbert Chapman, un entrenador cuyos planteamientos atrajeron a Reep. Su estilo era el ataque rápido y un particular uso de los extremos abiertos.

Reep aplicó algunas de esas ideas entrenando a equipos en la RAF, pero al regresar a la vida civil se sintió decepcionado porque las ideas de Herbert Chapman sólo se habían aplicado parcialmente. Se jugaba en el sistema WM, pero echaba de menos la velocidad. Era un fútbol lento. Eso fue lo que le hizo perder la tranquilidad esa tarde de 1950 y lo que le motivó a comenzar a desarrollar su sistema de anotación, el primero en la historia del fútbol. A través de un método taquigráfico de anotación manual, registró cada acción del juego. En ocasiones iba al campo con un casco de minero para iluminar sus papeles. No solo eso. Después comenzó a analizarlo y lo que encontró fueron descubrimientos que confirmaban su primera idea del fútbol: el 80% de los goles llegaban en jugadas de tres toques o menos; con más de seis toques solo se producía un 1% del fútbol. Tocar más era, por tanto, improductivo. Además, el 60% de las jugadas de gol se producían en una distancia determinada que él llamó la POMO (Posición de Máxima Oportunidad) y un tercio de los goles llegaban del robo en campo contrario. Eran datos para congelar el juego inglés en un estilo directo: «La posesión era contraproducente».


Esas impresiones no se quedaron en mera teoría. Reep fue reclutado por Stan Cullis, el legendario entrenador del Wolverhampton, con el que trabajo durante años muy exitosos. Juntos derrotaron al Honved, en un partido que vengaba en parte la derrota inglesa contra Hungría en Wembley en 1953(6-3). Esa crisis del fútbol nacional Reep nunca la interpretó como los demás. No hubo en él complejo de inferioridad. Escribió sobre ello y creyó poder desentrañar el fútbol húngaro para apoyar sus propias ideas, desmitificando su superioridad técnica mediante la descomposición en datos.

Cullis, su valedor, era un entusiasta de la preparación física, una mentalidad puritana y un apasionado del fútbol vertiginoso, pero de una forma intuitiva.

Reep contó cómo se conocieron después de esa histórica y traumatizante derrota en un artículo de título visionario, «¿Nos estamos volviendo demasiado listos?» (1962), en el que defendía una simplificación del fútbol.

Este aspecto «ideológico» es lo que contribuyó más a su posterior caricatura. Inglaterra se recuperó futbolísticamente con George Best, pero años después, en los 80, las ideas de Reep influyeron en el Wimbledon y en técnicos como el seleccionador Graham Taylor y Charles Hughes, autor de «The Winning Formula» y otros textos y manuales de referencia en la Federación Inglesa. Aunque su relación con Hughes está acreditada, el alcance exacto de su influencia es controvertido, pero es innegable que en los ochenta sus ideas sirvieron para fundamentar un retorno a las raíces del fútbol inglés y su desprecio por la posesión. Fue considerado el pope cientifista de un fútbol primitivo y conservador resumible en la frase «no más de tres pases», la raíz perniciosa, el culpable intelectual de los fracasos ingleses. Con la nueva Premier y su apertura a los extranjeros, su influencia decayó aun más. Algunos sagaces analistas ingleses, en sintonía con el estilo futbolístico «progresista» y cosmopolita en boga, le consideraron la causa seminal del retraso futbolístico nacional.

Pero Reep no fue solo el ideólogo estadístico del juego directo. Aunque su influencia táctica sí fue abiertamente reconocida en el fútbol noruego, su dimensión auténtica está en su condición de pionero de la analítica en el futbol.

Desarrollo un sistema de anotación personal que usó durante décadas y aplicó un análisis del rendimiento futbolístico que le llevó a acercarse a la estadística. Fue el primer hombre de fútbol en publicar en la Royal Statistical Society, y dirigió su interés hacia la importancia de lo probabilístico. Usó técnicas de regresión para calcular la efectividad de un cierto estilo de juego, algo cruelmente ridiculizado por la presa inglesa en su momento. También se criticó su capacidad real para entender la estadística. Por ejemplo, sus datos demostraban que aproximadamente cada nueve tiros había un gol, de modo que cuantificando los tiros a puerta de los rivales los clasificó como equipos «con goles a crédito» o equipos «en descubierto». A unos el azar les debía goles, otros estaban en deuda, lo que guiaba sus recomendaciones técnicas.

Fuera más o menos refinado su conocimiento estadístico, Reep fue el pionero de una realidad actual: la métrica del fútbol, la notación y el análisis. Cuentan que cuando se entrevistaba con un entrenador para explicar sus métodos, la charla duraba cinco horas. Su pasión y convicción eran reconocidas.

Pero además de eso, de su estudio de la efectividad, hubo en él una predilección genuina por el fútbol veloz, puramente británico, un respetable anhelo relacionado quizás con una cierta integridad cultural. Como él dijo, «el juego de posesión está muy bien para los extranjeros de climas cálidos, pero es una elaboración inútil y, personalmente, una visión deprimente».

Lunes, 30 de Marzo


El Pico de la Curva

domingo, 29 de marzo de 2020

Juan Soriano




Ignacio Ruiz Quintano
Abc


España había ganado la Davis, pero, ¿cómo asomarse al patio y, estirando el gollete, vocear «¡La ensaladera es nuestra!»? En ésas, procedente de Chamartín, llegó el gol de Figo contra los celtas, una raza espiritualista que prefirió la espada a la lanza, y entre las espadas, precisamente, se coló Figo como un jirón de niebla.

Todas las naciones necesitan goles. España produce goles, y Europa, como se ha visto en la cumbre de Niza, envidia los goles de España. Goles como el de Figo, claro, exento del traje de faena —del «fato macaco», en este caso— y con la belleza suprema de una verdad matemática. El gol dominical de Figo fue un despliegue madrileño —de abanico o de capa de torear— hecho con humo y pensamiento, «pero también con una materia explosiva que hace estallar en pleno vuelo a todas las metáforas», como los poemas del cubano Orlando González Esteva, al decir de Octavio Paz, quien con este mismo carácter de pesquisa los tomó como «pruebas de que el idioma español todavía sabe cantar y bailar».

Orlando González, que, en efecto, canta y baila cubanamente, está con Juan Soriano en Madrid para presentar mañana en el Círculo de Bellas Artes su «Amigo enigma», consagrado a los dibujos, 1945-2000, del patriarca mexicano: esqueletos que esqueletean, medusas que medusean y mujeres que lupemarinean, porque Lupe Marín —movilidad y permanencia— pertenece a la realidad y a la mitología del siglo mexicano. «Enigma: anagrama —en cierne— de amigo.» «Las líneas actúan como los amantes... Qué beatitud la de una sola línea.» «Si en vez de escribir “una rosa es una rosa es una rosa”, Gertrude Stein hubiera escrito “una línea es una línea es una línea”, quién sabe lo que hubiera dibujado.» «Los esqueletos de Juan Soriano bailan, y hacen bien en bailar, se han quitado un peso de encima: el de la vida.» «Las medusas de Juan Soriano flotan, pero no en el agua, en el aire; pero no en el aire, en nosotros; pero no en nosotros, en nuestros pensamientos. Tienen alma nuestros pensamientos.» «Una mujer decente no toma el sol. Si “la luz es el primer animal visible de lo invisible”, como observara el poeta, ¿qué hace una mujer entregada a ella? Los acoplamientos públicos, al aire libre, no sólo atentan contra el decoro sino contra el buen gusto de la sociedad. Enoja el bestialismo, aun cuando la bestia, halagada, acceda a él, y hasta lo solicite.» «¡Ah, fumadores, artistas, atesorad vuestro vicio, que sin vosotros el aire se moriría de aburrimiento, las nubes niñas no tendrían a quién imitar, y los ángeles no sabrían con qué hacer las pelucas de los muertos que salen a pasear por el cielo!»

Es bien conocido el sucedido de José Luis Cuevas con Diego Rivera: «Me acerqué al muralista con intención de saludarlo y él me llamó “escuincle cara de ratón”. Yo, ofendido, le di un pisotón.» Rivera sólo daba la mano a Soriano, que dibujó sus primeras figuras en la tapa de una caja de zapatos. Y escribe Orlando González: «Quien inicia una carrera de pintor sobre un objeto de esta índole, tiene un largo y misterioso camino por recorrer. Porque si bien es cierto que son los pies los responsables de nuestro destino, no menos cierto es que nada está más cerca de ellos, ni ejerce mayor presión sobre sus decisiones, que un par de zapatos. Destapar, pues, la caja que los contiene para estrenar en su tapa una vocación es ponerse a merced de una voluntad superior, asumir un plan de vida.»

Que bienvenidos sean los dos al Madrid mágico de Figo. «No es fácil vestir de blanco. Quien lo haga debe tener algo del poema que ocupa la hoja. O del dibujo que la conquista.» «¿A quién se rinde quien empuña una hoja de papel en blanco? ¿A quién, quién viste una camisa blanca?» «“El reino de Dios no viene de manera ostensible”, escribió Juan. Hay que tener fe en los espacios en blanco. Y cuidado con ellos. Acaso Dios no vista de otra cosa.» «Le pregunté a un dibujo por la utilidad de los espacios en blanco. “Son indispensables” —me dijo—. Lo que para ustedes Dios”.»


 Juan Soriano

Que bienvenidos sean los dos al Madrid mágico de Figo. «No es fácil vestir de blanco. Quien lo haga debe tener algo del poema que ocupa la hoja. O del dibujo que la conquista.» «¿A quién se rinde quien empuña una hoja de papel en blanco? ¿A quién, quién viste una camisa blanca?»

VACANZE ROMANE (Sé de qué huyo pero ignoro lo que busco) Episodio 9

 Palazzo Mattei di Giove


Jean Juan Palette-Cazajus

A la salida de la grisácea experiencia descubrimos, casi por casualidad, el encanto antiguo de un patio interior, con doble y noble logia apilastrada. Es el Palazzo Mattei di Giove. ¡barroco apellido donde los haya! Y el arquitecto fue nada menos que Carlo Maderno. Teatrales, pegados a las pilastras de la logia superior, bustos renacentistas y barrocos adornan los pretiles. El patio está sembrado de estatuas antiguas. Es también la sede de la «Biblioteca de Historia moderna y contemporánea». Muros y arcos son oscuros y ennegrecidos, aquí se aprecia a la vez el peso y el paso del tiempo real. Aquí es visible el espesor de la memoria. Así eran, o muchísimo más degradados, los edificios que vieron los turistas hasta los años cincuenta, incluso setenta, del pasado siglo, antes de los programas de sistemática renovación y restauración exigidos y permitidos por la rentabilidad que el propio turismo fue generando. Parece que solo hay un dilema, restauración o ruinas, y que la elección es evidente. O sea la elección entre Viollet-le-Duc, restaurador absoluto, y  John Ruskin (1819-1900), que consideraba que «lo que llamamos restauración significa la destrucción más completa que pueda sufrir un edificio». Para el autor de «Las piedras de Venecia» un monumento era un organismo vivo que hay que dejar morir cuando ha llegado al final. Hoy Ruskin dejaría morir Notre-Dame de París. Su planteamiento supone un desafío demasiado perturbador para el intelecto como para abordarlo ahora. Pero no dudo del evidente y sorprendente suplemento de alma que desprende el palacio Mattei di Giove en comparación con tanto excesivo bótox en la cara de los siglos, en Roma, en París o en la catedral de Burgos.

 Palazzo Mattei di Giove

Resulta que Giacomo Leopardi, segunda gloria literaria de Italia detrás de Dante, era familiar de los dueños de este palacio y aquí residió un tiempo en 1822. Se quejaba «del horrible desorden, de la confusión, de la mediocridad, de la pequeñez insoportable […] que reinan en esta casa». A los pocos metros de salir, nos topamos con la excepcional «Fontana delle tartarughe» . Es - ¡cómo no! - de Giacomo della Porta. Desentona con el largo elenco romano de las fuentes barrocas, por muy diverso que este sea. Es exquisitamente manierista con sus cuatro desnudos efebos, gráciles y espatarrados, que fingen sostener con una mano la pila superior. Aquello no podía agradar excesivamente a la autoridad eclesiástica e inquiero con la vista hasta comprobar que las juveniles entrepiernas están dotadas efectivamente de la reglamentaria hoja de parra. Las cuatro tortugas de bronce, colocadas entre las manos que parecen sostener la pila y el reborde de esta, son una posterior ocurrencia de... Bernini. Los pasados momentos estupendos e inopinados nos confirman en la evidencia de que cualquier plan preestablecido es vano e irrisorio aunque solo fuera porque elegir aquí una meta supone renunciar a otras diez. Sugiero un paseo aleatorio por esta laberíntica Roma del meandro tiberino, fijándonos como rumbo relajado el «Palazzo Farnese». Difícil entonces evitar el paso por el «Campo dei Fiori». Ya no es la hora del mercado matutino que suele llenar el espacio, demasiado regular, de esta plaza. Las horas vespertinas están reservadas a su verdadera vocación actual, terrazas y concentración turística. La estatua de Giordano Bruno aparece como perdida, casi intrusa en medio de aquel espacio hoy trivializado.


 Fontana delle tartarrughe


Giordano Bruno, de obra inabarcable, inclasificable, inextricable, personaje soberbio e indómito como pocos en la historia. La estatua fue inaugurada el 9 de junio de 1889 y dicen que el indignado papa León XIII se pasó aquel día orando a los pies de San Pedro. En 1981, Juan Pablo II emitió reservas sobre el suplicio infligido al inquebrantable polímata pero creyó útil confirmar el carácter herético de su pensamiento. «A Bruno / il secolo da lui divinato / qui / dove il rogo arse» reza, retórico, el pedestal : «A Bruno/ el siglo por él adivinado/ aquí/ donde se alzó su hoguera». Cuando desembocamos en la Plaza Farnese ya viene anocheciendo. Se impone inmediatamente la masa viril del palacio, con aquella impresionante cornisa que le hace como un ceño de pocos amigos. Es sede de la embajada de Francia y lo primero que se percibe, debajo de la bandera en el balcón es el retén de la policía italiana. Es el palacio renacentista canónico,  con sus tres niveles, cada uno recorrido por una fila de 13 ventanas – las conté - sobriamente enmarcadas. Me extrañó la cifra hasta que me acordé de que en Italia trece es cifra considerada fausta. Delante del palacio, la fuerte volumetría de las dos fuentes monumentales parece estar en consonancia mimética con el carisma denso del edificio. «Es que este palacio es magnífico - decía el protagonista de “César o nada” - se ve la grandeza, el poder, la fuerza avasalladora... Parece un antiguo caballero cubierto de su armadura». Desde la calle se adivinan, muy iluminados en la primera planta, los frescos de Anibale Carracci que nosotros no veremos. Nos acercamos a disfrutar unos minutos de la postal pintoresca que componen las traseras del palacio y el arco galería que cruza la Vía Giulia. Es esta una larga y estrecha línea recta, así nombrada porque fue abierta en 1508 por Julio II della Rovere, el «papa-condottiere» y enemigo mortal de los Borgia. En su momento fue un símbolo fuerte de la voluntad renacentista de renovación urbana. «Esta Vía Giulia – dice un personaje de la novela de Baroja – es una calle de capital de provincia, siempre triste y desierta». La frase podría haberse escrito en aquel mismo momento.

 Palazzo Farnese

Volvemos a la Piazza Farnese y recuerdo que muy cerca tiene que estar la curiosa «Galería Perspectiva» de Borromini. Todo lo que el palacio Farnesio tiene de castrense austeridad decorativa lo tiene, a dos pasos, la fachada manierista del palazzo Spada, de elegancia cortesana, de nichos, estatuas, guirnaldas y medallones. Es la sede del Consejo de Estado. Entramos en busca de la curiosidad borrominiana. Para verla hay que sacar el billete que da también acceso a la colección artística de la familia Spada. La tarde noche es fresca y húmeda, los hermosos patios del palacio desiertos y casi no cabemos en el minúsculo local donde sacamos los billetes, nosotros tres y las tres personas presentes, todas de charleta al calorcito. El ambiente es provinciano y vetusto y poco falta para que nos sintamos trasladados a los tiempos ya míticos de un turismo escaso, privilegiado y artesanal. Frente a la broma borrominiana, en lugar de pensar como un cardenal barroco, me pongo a hacerlo como un tendero y pienso en lo que costaría la construcción de ese «capriccio», una galería larga de 9 metros pero que aparenta 40, gracias al engañoso efecto perspectivo conseguido mediante cálculos matemáticos que obligaron a tallar diferentes todos los elementos constructivos, columnas, losas, casetones.

 Palazzo Spada

El huraño Borromini siempre tuvo problemas a la hora de financiar sus proyectos, a diferencia del cortesano Bernini. ¿Cuál era el mensaje de este trampantojo? Sin duda la exhibición retórica del pesimismo barroco: aquí podéis comprobar hasta qué punto el mundo terrenal es una ilusión de los sentidos; la verdad está en Dios y más allá de la muerte.  A continuación, pasamos a ver la colección reunida por los cardenales Spada, eminentes representantes de aquellas familias de eminencias donde el capelo pasaba de sobrino en sobrino. Es la típica colección de gran familia romana en su marco de época. Como entonces, los cuadros se suceden sobre tres niveles lo que complica seriamente su visibilidad. Hay algún cuadro de Guido Reni, de Guercino, de Artemisia Gentileschi, de Parmigianino, de Domenichino,  y otros nombres destacados. Pero también una  mayoría de artistas de segundo orden que dan idea de la increible producción pictórica romana. La presentación prescinde de toda coherencia metodológica moderna. Hay también algunos excelentes bustos y estatuas romanas. Somos casi los únicos visitantes y tengo cierta sensación de confortable y privilegiada extemporaneidad. La visita relajada y atenta de las 4 salas requiere su tiempo y nos ocupa hasta la hora del cierre, a las 19h30.

 Cualquier perspectiva es engañosa

Durante la cena evocaremos aquellos periódicos o revistas que titulaban su sección turística «Evasión» ¿Sirve para algo más que evadirse un viaje como el nuestro? Esta mañana nos habíamos enfrentado al dilema de entrar o no en los excepcionales Museos Capitolinos. Una visita medianamente seria necesitaba una jornada entera de respetuosa atención y al final la ronda infernal de los bustos y las estatuas siempre termina derrotando la memoria.

Galería Spada

Claro que salimos satisfechos de este tipo de visitas, pero es sobre todo por el sentimiento de haber cumplido con nuestro deber cultural. Más dudoso es el sedimento que la visita haya depositado realmente en nuestras vidas. «Solo los residentes de la ciudad donde se encuentran, sacan realmente provecho  de los museos», asesto, provocativo pero sincero, a mi comensales. Pueden acudir a ellos siempre que lo deseen, con objetivos, duración y estado de ánimo variables. Estos días, personalmente, no quiero restarle ningún momento a mi tertulia cotidiana con la ciudad. No viajamos en las condiciones de Stendhal que podía permitirse apuntar como al descuido: «Después de  seis meses aquí nos preparamos a ver detalladamente cada fresco de las “stanze” de Rafael en el Vaticano». La charla y la cena quedaron amenizadas por una botella de Barberá d’Alba, un vino de Piamonte, seco, sin genialidad pero placentero en boca.

Galería Spada

Domingo, 29 de Marzo


Lo único que se ve claro

"¿No entendéis esta parábola? ¿Pues, cómo vais a entender las demás?" E

DOMINGO, 29 DE MARZO

En aquel tiempo, Jesús se puso a enseñar otra vez junto al lago. Acudió un gentío tan enorme que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y el gentío se quedó en la orilla. Les enseñó mucho rato con parábolas, como él solía enseñar:

-Escuchad: Salió el sembrador a sembrar; al sembrar, algo cayó al borde del camino, vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra; como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y, por falta de raíz, se secó. Otro poco cayó entre zarzas; las zarzas crecieron, lo ahogaron, y no dio grano. El resto cayó en tierra buena: nació, creció y dio grano; y la cosecha fue del treinta o del sesenta o del ciento por uno.

Y añadió:

-El que tenga oídos para oír, que oiga.

Cuando se quedó solo, los que estaban alrededor y los Doce le preguntaban el sentido de las parábolas. Él les dijo:

-A vosotros se os han comunicado los secretos del reino de Dios; en cambio, a los de fuera todo se les presenta en parábolas, para que, por más que miren, no vean, por más que oigan, no entiendan, no sea que se conviertan y los perdonen.

Y añadió:

-¿No entendéis esta parábola? ¿Pues, cómo vais a entender las demás? El sembrador siembra la palabra. Hay unos que están al borde del camino donde se siembra la palabra; pero, en cuanto la escuchan, viene Satanás y se lleva la palabra sembrada en ellos. Hay otros que reciben la simiente como terreno pedregoso; al escucharla, la acogen con alegría, pero no tienen raíces, son inconstantes y, cuando viene una dificultad o persecución por la palabra, en seguida sucumben. Hay otros que reciben la simiente entre zarzas; éstos son los que escuchan la palabra, pero los afanes de la vida, la seducción de las riquezas y el deseo de todo lo demás los invaden, ahogan la palabra, y se queda estéril. Los otros son los que reciben la simiente en tierra buena; escuchan la palabra, la aceptan y dan una cosecha del treinta o del sesenta o del ciento por uno.

Marcos 4, 1-20

sábado, 28 de marzo de 2020

Zapatero, el avistador de drones


Dron a babor

Dron a estribor

  Drones para la eternidad

Por mi culpa





Francisco Javier Gómez Izquierdo

No sé si les pasa a ustedes, pero durante las horas de caminar por el pasillo suelo cavilar sobre los principios, el presente y las posibles consecuencias de esta calamidad, y entre las muchas preocupaciones me corroe la de no poder estar con mi madre de 90 años y mi hermano enfermo en Gamonal, ni con el hijo, médico residente en Sevilla. Tenía idea de haber ido a Burgos el 14 o el 15 de marzo después de la cita del 13 viernes en la ITV, pero ya sabemos lo que determinó el Gobierno.
       Será porque me eduqué en el nacionalcatolicismo, con su FEN y su Religión, pero el caso es que me acuerdo mucho del Yo pecador. De aquél “por mi culpa, por mi culpa, por  mi gran culpa” que por estas fechas de ejercicios espirituales recitábamos arrepentidos de no sabíamos qué. Me torturo con la posibilidad de haber llegado a la casa de la madre con el bicho encima sin que yo apreciara síntoma alguno en mi cuerpo y contagiara a mi madre y mis hermanos. Me digo que no podría soportar que alguno muriera “por mi culpa” y busco atenuantes a la hipotética decisión de haber actuado sin la prudencia debida.

    Es sabido que el tema de la culpa tiene infinitas ramificaciones psicológicas y que muchas veces es sentimiento que asienta en personas desequilibradas. Sobreentiéndase que no hablo de culpa penal; la que determina un juez por la comisión de un delito, esa culpa de “obra u omisión” voluntaria y a sabiendas, sino culpa  por actos involuntarios e inconscientes de los que algunos hasta pueden tomarse a broma. Suelo decir que tengo culpa de que no me tocaran los cupones porque hace años no hice lo que hacía siempre cuando regresaba de Burgos: ir al Bar Montesinos a echar unas cañas, llevar al chico para que lo viera la Manoli, señora que lo cuidó hasta los 13 años, y cambiar al difunto Paco “el cojo” tres números de hacía 20 días de los que me colocaba poco antes del sorteo de las nueve para poder acabarlos. Ese día le quedaban a las nueve menos cinco, cinco o seis cupones de un número feísimo del que le aliviaron la Tata que nos esperaba, el difunto Marcelino y Miguel el de los muebles. Paco se tuvo que quedar con dos que me hubieran llegado si hubiese hecho lo que correspondía. A todos les tocó el cupón.

      De semejante culpa es fácil desprenderse y hacer chistes, pero ante tanto muerto me inquieta el come-come que puedan tener muchos hijos y nietos durante los años depresivos de por sí que nos esperan. Hijos y nietos que fueron a ver al padre y al abuelo a la residencia después de ver al Atleti y al Barça “porque no faltamos ningún domingo”, o esas señoras que tras cumplir con la obligación decretada durante toda la semana en la tele y el centro cívico de acudir a la manifestación “de las mujeres”, llevaron un pastel de manzana “para mamá, que es su cumpleaños y para que también coman todas las abuelitas que están allí”.

     Éstas serán culpas mortales que no tendrán condena penal, pero ¡ay de aquéllos con el corazón limpio!

La gonzalezponseidad




 

Hughes
Abc

Ahora es Holanda. Holanda y pronto Alemania. Más países en la extremaderecha. ¿Por qué habría Holanda de financiarnos nada? Hacen muy bien en negarse, claro que sí. ¡Viva Holanda! Holanda no tiene obligación alguna de financiarnos nada mientras pueda negarse, y Alemania hace valer su peso político en Europa para tomar las decisiones que le convienen.
 
Es verdaderamente atroz tener que escuchar y leer a los jetoncios o jetáceos (hallazgo de Quintano para convertir al jeta en especie, clase o raza: la raza jetácea) apeándose en marcha de su europeísmo.
Estos tontos inconmensurables, distinguibles por su tecnoblandura siempre a favor del mainstream o por sus banderitas pin azules, iban llamado facha a todo el mundo que osase dudar de la Sacrosanta UE y ahora resulta que ellos se bajan del barco. ¡Adiós, UE, ésta no es mi Europa! Europa, al parecer, es González Pons. Europa es la de González Pons. Hemos pasado de Erasmo a Glez Pons. Los europeos, por tanto, no saben ser europeos y tendrá que ser Pons el que les enseñe. No saben ser solidarios. No saben, no tienen, no emanan los profundos valores europeos que tenemos aquí y que representa Glez Pons.
 
Somos los más europeos. Más europeos que los europeos.

Esto es insostenible. ¡Que los jetáceos europeos sigan con su banderita pin! La banderita pin azul era un servicio de utilidad pública, un detector rapidísimo, si ahora se la quitan, ¿cómo vamos a saber que son ellos?

Se bajan de Europa como si fuera apearse del 31. Entonces, si es tan fácil, ¿qué Europa era esa? Yo no me pe puedo bajar de “España”, y mira que lo intento.

Muchos españoles, enloquecidos y entontecidos por décadas de papilla mainstream, de potitos “centristas”, han descubierto Europa con el asunto de Puigdemont y con la crisis del Coronavirus. Bien está. Ahora descubren que su voz es inaudible, que su poder es relativo y que ni es un Estado ni una nación lo que alienta bajo esas estructuras mastodónticas, esa burocracia lejanísima. ¿Y quién tiene la culpa de romper ese sueño, ese proyecto, esa utopía de dinero fluyente, dinero “no-es-de-nadie”? La tiene Holanda. ¡Tócate los tulipanes!
 
Holanda se incorpora así al conjunto de países a la deriva: Reino Unido, Estados Unidos, Italia (hasta hace unas semanas, no lo olvidemos) y todos los países del Este en Visegrado. Ahora Holanda es otro país técnicamente fascista (fascista es lo no pons, lo no gonzález pons). Si consideramos además los países de mayoría musulmana, y China, países que aunque se les olvide son eso que los politológicos llaman “iliberales”. ¿Quiénes quedan en el mundo? ¿Qué hay en el mundo?
 
Son todos malos menos nosotros y si acaso Portugal. El mundo está formado por cientos de países equivocados, fascistas, iliberales e insolidarios. Nosotros, sin embargo, bañados como Obélix en la marmita de la tertulianidad axiológica y de la gonzálezponseidad, ostentamos los valores y principios puros de la Democracia y de Europa.

Dentro de esta generalidad opinativa, la cosa se pone aún más difícil, más dura, si nos fijamos en la mitad progresista, socialista, federalista o pronacionalista. Esto ya es para tirarse por el balcón. Resulta que deploran en Holanda una actitud que defienden en España. Una actitud que además defienden como motor de cambios constitucionales en las regiones ricas y por ricas históricas. Holanda es el colmo de la insolidaridad. No así nuestras queridas regiones septentrionales, que hacen muy bien, si quieren, en patrocinar rupturas de la legalidad para que pague Rita. Son daltónicos de la solidaridad estos compatriotas socialistizados.

El mundo, en definitiva, camina por muy mala senda y en España tenemos el secreto. La pócima. La gonzalezponseidad es la sustancia finísima que un rinconcito de Europa Occidental tiene para arreglar el mundo. Siglos de catolicismo y de hispanidad se han quintaesenciado en esa gota última, concentradísima de valores, centrista, socioprogresistaliberalconservadora, atómica pues de la gonzálezponseidad. ¡El gol de Iniesta de los valores, la reserva liberal de Occidente!

El número 13

La risada




Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Cuando un pobre come merluza, uno de los dos está malo. Y cuando un progre vende moderación, uno de los dos es mentira.

    –La moderación en las formas –dicho por un sabio– se impone siempre que la insensatez y el extremismo de fondo han pactado la impunidad de sus desmanes y delitos. Nada hay más moderado que los modales de los atados al poder con pactos secretos de inmoralidad política.
    
A algunos españoles les ha impresionado la inmoderada risada, como de rey loco, del ministro Ábalos en su escaño el día de los cuatro mil muertos.

    –Mi risa, como la de Dios, hiere donde más ama –dice el Ricardo III de Shakespeare.
    
A Ábalos (“Yo vine para quedarme y no me echa nadie”) se le ha puesto cara de Ricardo III de Sánchez, y su risada es la risada más contagiosa (de hecho, le correspondió en el Banco Azul la risada de la ministra de Trabajo, la de la nariz en latifundio), por ser la risada del poder, un poder totalitario con cheque de alarma en blanco que se “descojona” (dicho en lenguaje vicepresidencial) de la Realidad como en extravío por el Infierno.
    
El argentino que pueda reír al pueblo desde la tribuna como Gardel en la pantalla, tendrá Argentina en un puño –galleó famosamente Perón.
    
Con su risada en el Banco Azul, y por TV, que después de todo, como lo vio Cabrera, no es más que el cine por radio, Ábalos tiene a España por el pescuezo, una España de cuatro mil muertos (“¡Cuatro mil en punto y serenooo!”) que tampoco se pueden llamar muertos del todo, si no se quiere incurrir en delito de fascismo.

    –Se dice “ha muerto con coronavirus”, no “por coronavirus” –instruye a los suyos Mohamed, el consejero socialista de Política Social en Melilla.
    
Ábalos hizo en Barajas de amo de llaves de la indeseable Delcy, vicecosa de la dictadura venezolana a cuyos malandros, nuestros socios de gobierno, ha puesto el Tío Sam en el cartel de “wanted” y con recompensas de figuras.
    
¡Mi reino por un caballo! –fue la última risada de Ricardo III en la batalla final de Bosworth Field.

La explicación de Steegmann

  



Hughes
Abc

Hace unos días, pudo leerse que Vox quería acabar con la sanidad gratuita universal haciendo pagar a los inmigrantes ilegales durante la crisis del Coronavirus. Esto fue recogido por la mayoría de los medios. Por los de izquierdas, con todo tipo de expresiones y aullidos morales, pero también por los de derechas. Era algo llamativo, destacado en titulares, y la noticia, vista así, parecía escandalosa. ¿A santo de qué? ¿Por qué ahora? ¿Esa iba a ser su aportación?

Era fácil interpretarlo como un ramalazo xenófobo, si no se añadía nada más. Bien, ayer intervino en la Comisión del Congreso un miembro de Vox, el doctor Juan Luis Steegmann, y entre las medidas que propuso al ministro Illa mencionó la anterior: “Ya pedimos que cerraran las fronteras y ahora quieren mantener el efecto llamada manteniendo la descabellada idea de la sanidad universal, todo gratis, en un momento en que toda África se puede infectar”.

¿Acaso podrían dispensar a quienes viniesen una ayuda que es imposible darle a los compatriotas? Esto es otra cosa y se comprende mejor. Se puede estar de acuerdo o no, pero tiene una lógica incuestionable: evitar cualquier posible efecto llamada estableciendo un sistema de pago mientras dure la saturación del sistema.

Vox pidió cerrar las fronteras y por ello fueron considerados xenófobos y racistas. Si todos jugasen con las mismas reglas, ahora ellos podrían considerar perfectamente criminal el ejercicio de altura moral de sus detractores.

Sábado, 28 de Marzo

Valle de Esteban

Vuelo de águila española

viernes, 27 de marzo de 2020

Sombras

Barras, príncipe de la corrupción europea


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    A España no la dobla la peste, sino la corrupción, única explicación de los estragos del virus chino.

    La corrupción hace en esta historia el papel que hacía el miedo en el cuento árabe del rey que condescendió a que la peste entrara a su ciudad para llevarse cuatro mil almas, con una condición: “Está bien. Pero sólo cuatro mil. De haber más muertos, te mato.” Desde una torre el rey iba contando los cadáveres, que excedieron en mucho la cifra convenida. Furioso, le reprochó haber matado a cuarenta mil. Antes de ser decapitada, la Peste aclaró: “Yo sólo me he llevado a cuatro mil, como prometí; a los demás, los mató el Miedo”.

    La oposición política (es una forma de hablar) se justifica con que hablará, pero cuando esto pase…

    –Cuando tú te hayas ido / Me envolverán las sombras
    
Una de las consecuencias del partidismo de Estado es la infantilización en la forma de percibir el poder. Engañan (y se engañan) quienes anuncian exigencia de responsabilidades “cuando esto pase”. La Historia los desmiente. Ahí está el Directorio de Barras a la salida del Terror (sustituido por la Corrupción) de Robespierre, o los locos años 20 en Europa a la salida de la Gran Guerra, o la Transición española a la salida del franquismo…
    
La diputación era procurada como una posición para llegar a la fortuna, no a la gloria –escribe Barras–. Las ideas morales cedían a las ideas materiales. El siglo era positivo: “La pobreza es una idiotez; la virtud, una torpeza; y todo principio, un simple expediente”…
    
“Cuando todo esto pase”, habrá un gran carnaval, que esto es el continente europeo, para que los supervivientes den salida a la alegría y a las ganas de vivir. Todos contra el diablo Robespierre y su cola viviente, que ahora es el virus chino. Y los jetáceos progres volverán a desplazar de las cortes, de los restaurantes y de las calles a los cursis pequeño-burgueses del “cuando esto pase”. La pasión del miedo a la muerte liberándose con su contraria, la del disfrute de la vida.

Montero remite a la autoridad

Hughes
Abc

 Reapareció Irene Montero tras su cuarentena y lo hizo, dónde si no, en La Sexta, en una mañana en la que ya se había escuchado allí a otros dos ministros y a Fernando Simón. Después de horas de invariable mensaje monocorde, sin embargo, Montero aún fue capaz de añadir algo original a la propaganda gubernamental. Es capaz de llevar lo delirante a nuevos niveles.

Montero descargó su responsabilidad por la convocatoria del 8-M en la «autoridad sanitaria y los expertos». Sánchez ya se había escudado en ellos, seguramente muy tranquilos si firmaron debidamente sus informes, y ahora la ministra remite a la autoridad sanitaria siendo ella misma autoridad. Señala al Gobierno del que forma parte. Es la ministra de Igualdad, aunque sobre la desigual mortandad en hombres y mujeres, que sería lo suyo, tampoco se pronunció.
 
No fue sólo esta declaración de irresponsabilidad, Montero añadió una filigrana al mensaje del Gobierno al relacionar la crítica con la «extrema derecha». Criticar la gestión del Gobierno ya es por tanto facha, es otro «ataque a las mujeres». Hay que esperar «a que todo esto pase» para «ver qué pudimos hacer mejor». Es otro mantra de estos días: esto nos servirá para mejorar. Parapetarse detrás de las «médicas y enfermeros» (así distribuye los géneros Echenique) y culpar a los recortes envueltos en el último patriotismo de «lo público».

En los días previos al 8-M, España observaba la disputa entre PSOE y Podemos por liderar el feminismo. Tampoco el 8-M era una cabalgata festiva. Es el acto estrella de un proyecto bien construido de ideología de Estado al servicio de los partidos del que es difícil disentir sin esperar el estigma.

Nos distrae aquí una deliberada confusión. Lo grave no es ya que el Gobierno permitiera la manifestación. Ni siquiera que animara a ella hasta crear un ambiente de fiesta nacional del que sólo se sustraerían los «fachas» (Montero recordó que PP y Ciudadanos acudieron). Ni siquiera eso. Lo grave es que no tomara medidas hasta después de la manifestación. A la vacilación científica comprensible, que no está en entredicho, se une la sospecha del cálculo político, la ceguera ideológica y la mentira masiva, y la certeza de una negligencia que deberá precisarse a la vista de las recomendaciones técnicas de las que hay constancia.

Es triste tener que escribir esto, pero en toda su intervención Montero no dijo una palabra de los muertos. Cuando insistía en lo de «no dejar a nadie atrás», no era difícil imaginar a cuatro mil familias gritándole, mudas, a una televisión que vomita inmisericorde la propaganda que enloquece el encierro.


Es triste tener que escribir esto, pero en toda su intervención Montero no dijo una palabra de los muertos. Cuando insistía en lo de «no dejar a nadie atrás», no era difícil imaginar a cuatro mil familias gritándole, mudas, a una televisión que vomita inmisericorde la propaganda que enloquece el encierro

Illa & Illo (España en buenas manos)

 Illa

Illo

Viernes, 27 de Marzo

Valle de Esteban

Confianza en el anteojo, no en el ojo