Muralla aureliana
Jean Juan Palette-Cazajus
Es domingo. La primera mañana en Roma luce soleada. La ventana del apartamento da a un inmenso patio interior cuyo control territorial parece dirimirse entre gatos y gaviotas y que me recuerda irresistiblemente el gran patio de vecindad que protagonizaba la película Una giornata particolare, de Etttore Scola, que transcurría durante el día de la visita de Hitler a Roma, el 6 de mayo de 1938. Tanto el acceso a nuestro edificio como las originales placas de mármol del vestíbulo me parecen corresponder a aquellos años del Art Déco. Intento una breve búsqueda en Internet y tropiezo con un anuncio inmobiliario que se refiere a nuestro edificio como «bel palazzo anni 30» ¡bingo! Convendrá recordar que, en italiano, palazzo designa también un simple inmueble. Para hoy ha sido aceptada mi sugerencia de una «passegiata» general y sin rumbo fijo, preferentemente sobre el eje sur/norte y que podría terminar en la canónica, tópica y cinematográfica Trinitá dei Monti. De donde podremos regresar en metro hasta la estación Ré di Roma, próxima a nuestra base de operaciones. Nos encaminamos de nuevo hacia la plaza de San Giovanni in Laterano y volvemos a traspasar la sacra muralla aureliana. Allí, en el palacio ocre contiguo a la basílica, Mussolini y el papa Pío XI firmaron en 1929 los llamados Pactos de Letrán que refrendaban la definitiva renuncia de los papas a los territorios pontificales y sellaban la paz entre la Iglesia Católica y el estado italiano, rota desde 1870 cuando el ejército del Risorgimento entró en Roma. Entenderéis mejor la Roma histórica, digo a mis familiares, si tenéis en cuenta que nunca fue una ciudad «italiana» sino la finca de los papas. Y estos siempre fueron en el fondo antiitalianos, hostiles, hasta el último momento, a la construcción de la unidad del país.
San Juan de Letrán y Palazzo Laterano
Se me había ovidado que San Juan de Letrán no era solamente una de las cuatro basílicas mayores de Roma sino la primera cronológica y jerárquicamente: «omnium urbis et orbis ecclesiarum mater et caput». Paleocristiana en origen, no tuvo fachada hasta 1742. Se dijo que hubo un proyecto de Vanvitelli superior al finalmente construido por Alessandro Galilei. A mí me complace su indudable monumentalidad no falta de elegancia y el logrado maridaje entre barroco tardío y neoclasicismo, en particular la sugerente crestería de estatuas monumentales que rematan la fachada. Para quien únicamente pudiera visitar una iglesia en Roma, San Giovanni in Laterano no sería la peor opción. Comparto la opinión de Stendhal: «Es la primera iglesia que debe visitar quien siguiera un método lógico para ver Roma.[...] La verdadera basílica del poder católico no es San Pedro, es San Juan de Letrán», escribía. Paradigma del palimpsesto arquitectónico romano, con la grandiosidad de sus naves fieles al patrón basilical paleocristiano y los mosaicos románicos de su ábside. Luego vino la grandiosa renovación de sus paramentos interiores por un Borromini aquí clasicista, constreñido a trabajar sobre un edificio preexistente. El arquitecto solo pudo soltarse un poco la melena transgresiva en las curvaturas de los nichos de mármol negro que acompasan la nave mayor. La tensión barroca habita en cambio las muy excelentes estatuas de los apóstoles, tamaño XL, que moran en aquellos nichos. El estremecimiento que agita el apóstol Felipe se debe a Giuseppe Mazzuoli, alumno predilecto de Bernini, y se nota.
San Juan de Letrán
Aprovecho para arengar mis dos acompañantes que manifiestan veleidades de insubordinación. ¡Niente visita del claustro cosmatesco por muy alta nota que le den las guías! ¡Niente visita del batisterio por más que el primero de la Cristiandad! Estos son lujos sólo al alcance de quien pueda pasarse un año entero en Roma decidido a levantarse cada una de las 365 mañanas que Dios hace con la firme intención de efectuar una visita concreta y exhaustiva. Si regresáis a casa – arengo - con el frustrante sentimiento de no haber visto nada, no solo significará que habéis adquirido un sentimiento cabal de la naturaleza de la ciudad y del exceso de sus riquezas, sino también que habéis aprovechado vuestra estancia hasta el máximo razonable y civilizado. Mi drástico parlamento surte algún efecto y al rato nos encontramos en la plaza, adosados a la fuente que rodea el imponente obelisco egipcio. Frente a nosotros cierra la plaza el teatral decorado renacentista de la Logia de las Bendiciones papales. Son dos niveles de altísimas arquerías increiblemente ligeras donde todo es espacio abierto porque Doménico Fontana no ha usado más piedra de la estrictamente necesaria para que la logia se sostenga.
San Juan de Letrán
El obelisco es el más alto del mundo mundial (45,7 m con el pedestal) mucho más que el de San Pedro, que el de la Piazza del Pópolo o que el parisino de la Plaza de la Concordia. La historia de estos obeliscos es la de Roma. El mayor, a cuya sombra descansamos, fue traído a Roma por Constancio II, hijo de Constantino. Desapareció bajo tierra como buena parte de la urbe hasta que, roto en tres pedazos, fue reencontrado en 1587, en el Circo Máximo, bajo el pontificado de un papa particularmente proactivo, el franciscano Sixto V que se empeñó en devolverlos a la posición erecta, este y los citados hermanos menores. Vale la pena leer los relatos del proceso de erección, a base exclusiva de ingenio, sudor, cuerdas y músculo. Se toma realmente el pulso vital de una época. La empresa parecía imposible y el propio Miguel Angel se había rajado cuando se lo propusieron. El citado Doménico Fontana, que también sabía de poleas y de tracciones, aceptó el reto de levantar el de San Pedro. Tardaron 37 días en arrastrar el monolito desde el vecino Circo de Nerón y Calígula. Fontana ideó un gigantesco ingenio de vigas, poleas y cables y el 10 de septiembre de 1586, al toque de trompeta para moverse y de campana para parar, 40 cabrestantes, 160 caballos y 900 hombres lograron dejar colocado el obelisco. Al año siguiente, ya metido en harina, Fontana dejó levantado el que nos acoge y dos años más tarde, no sé si ya como quien cose y canta, el de la Piazza del Popolo. Nosotros estamos contemplando un pedrusco vintage pero aquellos monolitos tuvieron una gran fuerza simbólica. No solamente porque los papas solían instalar importantes relicarios en su cúspide, también como símbolos de la capacidad de superación humana, tanto física como intelectual. Treinta años más tarde, Carlo Maderno desviará un poco el eje de la nave de San Pedro para que quedase alineada simétricamente con la perspectiva del obelisco.
San Juan de Letrán
«Constantinus per crucem victor a S. Silvestro hic baptizatus crucis gloriam propagavit», leemos sobre el pedestal que domina nuestras cabezas. Traducción que debería estar al alcance de un alumno de primero de la ESO. No sabía que estuviera grabada en piedra una de las primeras y más trascendentes fake news de la historia, la relativa a la falacia del precoz bautismo de Constantino por el papa Silvestre. El emperador fue bautizado solamente en 337, in articulo mortis, de manos del obispo arriano Eusebio de Nicomedia. Recordemos de modo rudimentario y desde la más absoluta neutralidad hacia las controversias teológicas, que el arrianismo negaba la naturaleza divina de Cristo («ni en sustancia ni en esencia», si recuerdo bien). La opción de Constantino parece la más lógica por parte de un emperador educado en la razón pagana. En 313, un año después de su victoria de Puente Milvio («In hoc signo vinces»), todavía acuñaba monedas con la efigie del Sol Invictus, aquella divinidad oriental que Aureliano, el de la muralla, proclamara patrona principal del Imperio Romano. El domingo cristiano vendría a sustituir «el día del sol» (que lo sigue siendo en inglés) mientras la Navidad y la fiesta del «Nacimiento del sol», el 25 de diciembre, siguieron compartiendo fecha durante más de medio siglo.
Felipe Apóstol por Giuseppe Mazzuoli
Con el cesaropapismo que de alguna manera caracterizó el reinado de Constantino es probable que el cristianismo se paganizara tanto o más de lo que el paganismo se cristianizó. No recuerdo quien dijo que, más que conferir el poder al Cristianismo, Constantino había unido este al poder. Pero la fake new del seudo bautismo de Constantino por Silvestre sólo era el aperitivo del bulo supremo: la supuesta Donatio Constantinis que consiguió legitimar las pretensiones temporales de los papas. Siempre se había dudado de la autenticidad del documento pero la falsificación quedó definitivamente demostrada con el primer ejercicio de moderna crítica textual efectuado por el gran humanista Lorenzo Valla en 1440. De modo que, a la hora de entrar en Roma, este fructífero alto al pie del obelisco del Laterano nos enfrentaba al busilis e intríngulis de su historia, que es también la nuestra.
Fake New