Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Cuando un pobre come merluza, uno de los dos está malo. Y cuando un progre vende moderación, uno de los dos es mentira.
–La moderación en las formas –dicho por un sabio– se impone siempre que la insensatez y el extremismo de fondo han pactado la impunidad de sus desmanes y delitos. Nada hay más moderado que los modales de los atados al poder con pactos secretos de inmoralidad política.
A algunos españoles les ha impresionado la inmoderada risada, como de rey loco, del ministro Ábalos en su escaño el día de los cuatro mil muertos.
–Mi risa, como la de Dios, hiere donde más ama –dice el Ricardo III de Shakespeare.
A Ábalos (“Yo vine para quedarme y no me echa nadie”) se le ha puesto cara de Ricardo III de Sánchez, y su risada es la risada más contagiosa (de hecho, le correspondió en el Banco Azul la risada de la ministra de Trabajo, la de la nariz en latifundio), por ser la risada del poder, un poder totalitario con cheque de alarma en blanco que se “descojona” (dicho en lenguaje vicepresidencial) de la Realidad como en extravío por el Infierno.
–El argentino que pueda reír al pueblo desde la tribuna como Gardel en la pantalla, tendrá Argentina en un puño –galleó famosamente Perón.
Con su risada en el Banco Azul, y por TV, que después de todo, como lo vio Cabrera, no es más que el cine por radio, Ábalos tiene a España por el pescuezo, una España de cuatro mil muertos (“¡Cuatro mil en punto y serenooo!”) que tampoco se pueden llamar muertos del todo, si no se quiere incurrir en delito de fascismo.
–Se dice “ha muerto con coronavirus”, no “por coronavirus” –instruye a los suyos Mohamed, el consejero socialista de Política Social en Melilla.
Ábalos hizo en Barajas de amo de llaves de la indeseable Delcy, vicecosa de la dictadura venezolana a cuyos malandros, nuestros socios de gobierno, ha puesto el Tío Sam en el cartel de “wanted” y con recompensas de figuras.
–¡Mi reino por un caballo! –fue la última risada de Ricardo III en la batalla final de Bosworth Field.