domingo, 20 de octubre de 2019

Horror al verano

ABC, 21 de Junio de 2000

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Sólo un fenómeno ha producido tanta literatura como el de la Caída del Hombre, y es el de la caída del toro. El hombre, ciertamente, cayó, pero, como ven, ha podido establecerse solo, y, mal que bien, se las ha arreglado para ir trampeando. El toro,  en cambio, cae, y no lo hace desde ningún paraíso, sin que lo levante nadie. ¿Qué queda de aquello que Ortega llamó «la trágica amistad, tres veces milenaria, entre el hombre español y el toro bravo»? Porque  esa identidad existió. Se lo explicaba Julio Camba al doctor Faltz, un berlinés que acostumbraba leer sus artículos para  perfeccionar su español.

Los demás alemanes preferían leer «El poder mundial o la caída», libro muy popular antes de la guerra, mas para Camba aquellos alemanes ya no eran, por supuesto, el oso «mal leché» de la tradición, aunque todavía conservaban muchas cosas de oso: la pesadez, la lentitud, la gravedad, la  fuerza y una gran afición a la danza. «¿Y ustedes, los españoles?», protestaba el doctor. «Nosotros —contestaba el articulista— somos toros de lidia. El espectáculo que le damos al mundo no es divertido ni filosófico, pero tiene una gran emoción. Se nos torea. Se nos engaña con un trapo rojo. De tanto embestir al aire o contra la barrera vamos perdiendo acometividad. A todo esto, el cielo es azul; el sol, brillante; las mujeres, hermosas. Ya han salido los caballos. Ya han  tocado a banderillas y aguardamos la última suerte.» La última suerte, sí, y, tal como están hoy los toros que sueltan, también la única, que es la de matar, mal llamada suprema, pues no hay otras. «¿“Adonde irá el buey que no are?”, se  preguntaban nuestros  clásicos. Ahora mismo, a las plazas de toros», y luego a ver quién es el guapo que le pega una verónica o que le saca un  natural. ¿Se imaginan a Raúl lanzando el penalti decisivo contra Yugoslavia con un balón de «Nivea»? Pues ese efecto produce, por ejemplo, El Juli cuando lidia bueyes de labor, no ya en los pueblos, sino en Madrid y el día de la Beneficencia. «Ya no hay toros. Ya no hay emoción. ¡Vaya veranito el que nos espera!», refunfuñaban los cuatro aficionados desperdigados esa tarde entre la «claque» circense, bizcochosa y triunfalista que atestaba la plaza. Es natural que Gallardón, que al fin y al cabo sólo va a los toros una vez al año, prefiera como diversión el Auditorio a Las Ventas, si piensa que todas las corridas son como la que le organizan sus asesores del  Centro de Estudios Taurinos.

El caso es que en Madrid, al final de cada feria, los buenos aficionados siempre manifiestan tener horror al verano, y no precisamente por «El verano sangriento» de Hemingway. En realidad, lo que tienen es horror al aburrimiento. No aceptan que el aburrimiento constituye una carga natural y humana, y creen que puede evitarse buscando excitaciones. Pero, ¿dónde? Las épocas boyantes dan bueyes, y los bueyes, dichosos y gloriosos lances de toreo bufo para mansas y felices  mayorías absolutas. No sé yo si el desarrollismo fue  mayoritario, pero, desde luego, resultó absoluto, y nos dio el salto de la rana del Cordobés; el socialismo, el pase de la tortilla de Jesulín; y el centrismo, la «lopecina», o lo que sea,  del Juli. «Y usted, ¿por qué tiene que dar siempre el salto de la rana?», preguntó una  vez Bernabéu al Cordobés. «Porque me da dinero», contestó el  saltador. Vacas gordas, toros flacos. En el fondo, con sus «locomías», estos matadores hacen suyo el tema tan reiterado por Bacon de que todas las artes son formas de conocimiento aplicado con el propósito de disminuir los efectos de la caída.

Otra cosa, claro, es que ninguno de sus lances resulte del gusto de Madrid, lo cual da que pensar, y más ahora, al llegar el verano, cuando todos los estímulos del pensamiento parecen reducirse a la última canción de Georgie Dann. No lo digo yo, sino el propio Dann, con una declaración que viene a revelarnos las claves del «boom» de la poesía clara: «Busco hacer pensar a la gente, sin ser vulgar; sólo un poquito picante.» ¿Que luego la gente, si le preguntas, te dice que viene de ver «Tristán e Isolda» en el Real? No importa. Uno también salió de la Beneficencia diciendo que venía de ver los cuatro naturales de Juan  Belmonte.



«Y usted, ¿por qué tiene que dar siempre el salto de la rana?», preguntó una  vez Bernabéu al Cordobés. «Porque me da dinero», contestó el  saltador.