lunes, 12 de septiembre de 2016

Ninguno de los sanmartines sacó en Las Ventas los argumentos más deseados por los devotos de la Santa más taurina

Luz al final del túnel

José Ramón Márquez

Este año la generosa Empresa, cuyos días están ya contados al frente de la Monumental de Madrid, nos ha programado tres corridas de toros en septiembre, y ésa es una buena noticia, porque, querámoslo o no, siempre preferimos al toro antes que al novillo y al matador de toros antes que al novillero. El año pasado nos dieron dos y dos y este año tres y una, por lo que de aquí a la Feria de Otoño tendremos solamente corridas de toros: la de San Martín de hoy, la de Lagunajanda del domingo próximo y la del Conde de La Maza para cerrar septiembre. Para que se vea que no somos cicateros en el elogio, vaya aquí el nuestro para Choperon's.

Pañuelico

El segundo domingo de septiembre del año pasado pusieron una de Moreno Silva que fue de largo la mejor corrida de la temporada en Madrid. A raíz de eso se ganaron los saltilllos sevillanos el alto honor de aparecer en San Isidro 2016 con lo que tuvimos el disfrute de que el inolvidable Cazarrata fuese contemplado por la Plaza entera y por los que miran los toros por la televisión, para que cada cual saque sus conclusiones de acuerdo a su gusto y al carácter de su afición. Este año, como se dijo más arriba, se han traído para el segundo domingo de septiembre una de San Martín, la ganadería que fue de Pepe Chafik, actualmente santacolomas cacereños un poco enmarañados de saltillo; un caramelo para los aficionados golosos. Y la verdad es que debe haber pocos aficionados golosos porque ante la convocatoria de los de San Martín la hinchada extranjera, que todo lo ignora de Santa Coloma y de Chafik, ganaba por goleada al elemento nacional, más interesado en permanecer en su casa o en la parcela que en ir a Las Ventas, las cosas como son.

La uña nuestra de cada día

El encierro que presentaron los hermanos D. Alberto y D. Amadeo Hornos Valiente, propietarios de la vacada desde el año 2010, algo disparejo de presencia, anduvo entre las 42 arrobas y media del más chico y las casi 55 del más grande, con cuatro toros por encima de las 50. El más chico, Logroñés, número 46, negro bragado meano, fue protestado de salida por su poca presencia tapada un poco por la cabeza y el tipo más bien asaltillado; en ese tipo salió también el número 40, Patera, negro entrepelado bragado meano, lidiado en quinto lugar, aunque con más plaza y más romana. El resto, más bien en la ortodoxia santacolomeña, con más peso y volumen del que a ese encaste le es propio, pobre de cabeza el primero, seña muy de la casa, estrecho de sienes el segundo y con cuajo el tercero y el quinto. Los que con más claridad ofrecieron sus condiciones de "toreabilidad" fueron acaso los tres primeros, aunque bien es verdad que ninguno de los sanmartín puso sobre la arena de Las Ventas los argumentos más deseados por los devotos de la Santa más taurina: ni fueron un dechado de casta ni anduvieron con esa inteligente viveza propia del encaste, ni plantearon problemas de imposible solución a sus matadores; más apagados que vivos y más tontos que listos, los sanmartines sacaron en algún momento un chispazo de casta o un fugaz galope y se murieron cinco de seis a prudente distancia de las tablas, a las que se negaron a acudir, pero pese a ello, el balance resulta algo magro y cuesta lo suyo dar el aprobado al conjunto ganadero. En descargo del ganado digamos también que contra ellos se perpetraron unas deplorables lidias, que no hubo el más mínimo interés por parte de la gente coletuda (¿postizuda?) en poner a los toros al caballo ni en tratar de lucirlos, que la distancia a la que se trató de plantear las faenas fue casi siempre encimista, siendo estos animales de suyo galopadores, y que la práctica abusiva de esa metástasis del toreo que consiste en no cruzarse con el toro tampoco ayudó en nada, siendo algunos de ellos exigentes en cuanto a la colocación del matador, que si se medio cruzaba aquél el bicho acudía, pero que cuando el cite era de por las afueras el funo se desentendía de la cosa.

Paseo

Para acabar con las vidas de los de San Martín de acuerdo a las normas del arte taurómaco se vinieron a Madrid Luis Antonio Gaspar "Paulita", Manuel Jesús Pérez Mota y Antonio Martín Domínguez "Nazaré". De los tres el que más mili lleva es Paulita, que está a punto de cumplir sus primeros tres lustros como matador de toros, nueve años de alternativa tiene Pérez Mota y siete Nazaré.

Desde el principio de su faena al primero ya se vio que en el ánimo de Paulita no estaba el escribir hoy una página del Cossío. Desconfiado y ventajista, nunca se acabó de creer que el toro no se comía a nadie por lo que tomó muchísimas más prevenciones de las que el animal demandaba. Es cierto que el bicho le apretó un poco cuando lo paró de capote, pero en seguida se vio que las condiciones de la res no eran de carácter avieso, sino más bien tirando a algo soso. Paulita no le dio fiesta al toro y dio por momentos la impresión de que estaba toreando más el toro que el torero. Carreras, dudas, mala colocación y demás artilugios del toreo menos interesante señalaron la olvidable actuación del torero aragonés. En su segundo, Vinagrero, número 27, siendo el toro más aplomado, parece que el torero quiso hacer un poco más de esfuerzo que en el primero sin que las cosas le saliesen acorde a sus deseos.

Pérez Mota  venía excelentemente vestido, que eso ya es un notición, sin espumillones, sobrio y muy torero, de azul marino. Por momentos en su primero pareció que podría echar a rodar su tarde en el buen camino, pero sus decisiones de ponerse más encima del toro de lo que acaso éste pedía y de no ponerse donde se torea frustraron las posibilidades de lucimiento. Al final de la faena unos naturales de frente sacados de uno en uno son lo mejor de la tarde; eso y la estocada al primero, que la hace tomando en corto al toro, la mano de la espada cerca del corazón, marcando los tiempos con lentitud y atacando de manera rectilínea para dejar una estocada entera algo atravesada de la que no muere el toro. Muy buena ejecución de la suerte suprema la de Pérez Mota en su primero. En su segundo la faena no llega a cobrar vuelo en ningún momento. Pérez Mota lo intenta, e incluso intenta sin fortuna los naturales del toro anterior sin pena ni gloria. Es prendido feamente al entrar a matar y eso desata el delirio de unos treinta y cinco espectadores que sacan el pañuelo, lo cual unido a los anónimos silbidos, la proverbial lentitud caracolesca de los Ben-Hur de la mula y demás cucamonas, y la falta proverbial de criterio del señor Presidente, don Julio Martínez, más interesado en la poesía  que en la tauromaquia, que sin duda recibiría el soplo de Eato, musa de la poesía lírica:

"Y siendo yo Presidente/
de este aburrido festejo/
¿debo hacer caso al consejo/
de "Madriles", mi asesor/
sacando el pañuelo blanco/
y regalando al torero/
la oreja del buen Patera/
y, con el golpe que lleva,/
sienta así menor dolor?",

por lo que in-extremis, cuando la tracción de las mulas comenzaba a jalar de la honda, sacó don Julio el pañuelo que rebajaba un poco más la calidad de los trofeos que se obtienen en Madrid.

Y Nazaré trajo a Madrid sus maneras bullidoras y alegres. No es que se apartase mucho del camino trillado por el que transitan prácticamente todos, pero lo hace con alegría y desparpajo; por lo menos no se pone solemne como si estuviese vendiendo el arte eterno e imperecedero. Lo mejor de su actuación fue lo rápidamente que vio que el pitón mejor del sexto era el izquierdo. Prácticamente sin probaturas se fue a los medios y desde allí citó decididamente con la zurda a una distancia muy santacolomeña. El toro se fue y le pegó el muletazo como pudo, cuando tuvo que echar a correr para buscar el siguiente muletazo ya se vio que la faena no cobraría vuelo, como así fue.

Emocionante muestra de solidaridad la de los Ben-Hur de la mula cuando al ver que los 4, literalmente 4, monos que hoy estaban de servicio no eran capaces de levantar al penco, derribado por el sexto, acudieron prestos a la tarea de tracción y empuje del équido forrado, formando una simpática joint-venture de los que se lo curran con los semovientes.

Rizos

 Carpintería Fernández el de la Cifu

 Torero bien vestido

 La oreja que nadie pidió

 Don Julio, como es poeta, cuando se siente en el palco sólo hace lo que le peta

 Cuatro monos

 Once monos y benhures

Último sanmartín