Todo empezó así
Jean Palette-Cazajus
(Yo permito, Tú prohíbes ¡Es nuestra naturaleza!)
Según el DRAE, “escolio” es “la nota que se pone a un texto para explicarlo”. Bendita sobriedad académica. Al gran Spinoza le chiflaban los escolios. En el libro 1 de su “Ética”, hay uno que glosa “la voluntad de Dios, ese asilo de la ignorancia”. Podrían meditarlo las pizpiretas y piadosas exhibidoras del “burkini”. Pero ellas suelen considerar que los libros son el peor enemigo del “Libro”. En las sucesivas entregas de este culebrón veraniego, se intentó poner un dedo fugaz en las llagas e identificar las siete plagas de la Europa actual. Por último, traté de interpretar el tortuoso recado del “burkini”. Ya pensaba concluir. La reciente polémica alrededor del repelente atuendo, sembrada de trampas alevosas, impone este imprevisto “escolio”.
Todo empezó con la torpe intervención de una pareja de municipales, en una playa mediterránea. Mareados por lo peliagudo de una misión más que confusa, casi le pidieron que se desnudase a una señora musulmana tradicional sentada en la playa. Ya tenía su coartada el victimismo de los tartufos islamistas.
Un traje de baño como los demás
Además elegante donde los haya
Pocas veces como en esta ocasión ha quedado evidenciada una de las plagas aquí repertoriadas. Me refiero al carácter autoinmune de los tics ideológicos dominantes. No debería ser necesario recordar que enfermedad autoinmune es aquélla en que el sistema inmunitario se vuelve contra el propio organismo. La enfermedad de la Europa actual. En este caso imputable a la llamada izquierda “diversitaria”, abanderada del culto a los valores del “Otro”. Con la consiguiente subordinación vergonzante de toda idea referible a un “nosotros” susceptible de firmeza y viabilidad. El esperpento ha llegado, por parte de algunos, al punto de considerar el burkini “un traje como los demás”, algo “finalmente parecido a un traje de buceo” ¡El culo con las témporas! Algún masoquista osó hablar de “elegancia”.
Escolio intercalar: Estos personajes oponen la “diferencia”, siempre positiva, la del “otro”, a las “identidades”, siempre falsas y egoístas, sobre todo la nuestra. Pero la “diferencia” por definición, es la “identidad” del otro. Piensan otorgar la legalización del burkini a la “diferencia oprimida”, como parte de nuestra amplia cuenta deudora. En realidad se rinden al carácter beligerante e impositivo de la“identidad” musulmana. ¡Niegan la mayor! El marco perverso de esta polémica se puede resumir luminosamente: Una sociedad tolerante y permisiva ha quedado cuestionada e infamada mientras los secuaces de una práctica discriminatoria y prohibicionista lucen la aureola de los mártires.
Los abanderados del “prohibido prohibir”, a menudo supérstites chocheantes de Mayo del 68, sobreviven ahora aquejados por la astenia crepuscular y convencidos del fin de la Historia. Han depositado en manos del “Otro” nuestro derecho a sobrevivir. El enemigo mide y aprecia a su justo valor la flojera de nuestras defensas y se reafirma cada día -caso del burkini- en valores diferencialistas e inflexibles. Mientras, los candorosos siguen convencidos de que el fanático terminará abriéndose a unos valores que ellos mismos se han empeñado en denostar y relativizar ante sus ojos. No busquemos otra explicación que no sea el vértigo de la autoaniquilación.
Pluralidad de pareceres
La extrema izquierda “diversitaria” no está sola en tan dudosa trinchera, la acompaña, paradójicamente, cierta derecha cristiana aparentemente incómoda con la rigurosa -perfecta para mí- indiferencia religiosa de la laicidad a la francesa. En Le Fígaro, la filósofa Chantal Delsol escribe una tribuna de un asombroso “buenismo” acomodaticio. Olvida que en Francia las religiones, católica, reformada y judía, así como el propio pensamiento laico, han ido evolucionando de consuno y en un contexto de corresponsabilidad. Olvida que la laicidad francesa ha hecho el favor de su vida al catolicismo galo al refrenar las derivas terrenales de la Iglesia. Olvida que convivimos hoy con un catolicismo basado, decía el de Aquino, en “la ley natural como participación de la criatura racional en la ley eterna”, es decir en la idea de que la Ley de Dios es también Ley de Razón. Sabe que es bastante dudoso que el Dios de Razón dedique una mirada, siquiera de refilón, a los problemas textiles, por carencia o por exceso, de sus criaturas playeras. Pero olvida la filósofa católica que desde que Dios se inventó en sus distintas modalidades, y fue hace cuatro días, causa estragos su versión patibularia, la del Texto, sagrado padre de los peores pretextos.
En Niza, esta joven saudita se tapa para poder destaparse
En el mismo medio, otra tribuna, esta vez del economista Jacques Sapir, más densa y argumentada, elegía la vía del rigor. Recordaba, como yo mismo lo hice en el último episodio, que las sociedades modernas, para construirse, tuvieron que eliminar a Dios del debate político. La convivencia sólo es posible cuando existe rigurosa separación entre el espacio público, el de la sociedad y la política, y el privado, el de la religión y la creencia. El mensaje de las indumentarias peregrinas, supuestamente impuestas por la voluntad de Dios, sólo tiene dos interpretaciones posibles: Quiero imponer mis opciones o/y quiero desgajarme de la colectividad. Las objeciones pueden ser muchas a lo que es un principio general. No sirve la de las monjas. Su indumentaria, cada vez más “normalizada”, no refleja un supuesto mandato divino infligido a todas las cabezas femeninas, sino, al revés, una simple información social sobre una opción de vida particular. En cambio ni el adjetivo “monjil” en su más rígida acepción da cuenta de la drástica jaula del “hijab” impuesta a cualquier rizo rebelde. Nos olvidaremos de la pesadilla del velo integral.
El llamado “burkini” cuestiona perversamente toda la evolución histórica de la mujer occidental hacia su plena institución como sujeto autónomo, dotado de total igualdad de derechos. Tema ya comentado hace unos días. Considerar la diferencia entre bikini y burkini como cuestión de pluralidad de pareceres es una trampa mortal además de saducea. Los lingüistas hablan de signos “marcados” y “no marcados”. Los signos marcados introducen desorden en el sistema. En este caso esta furunculosis surgida en la cara de nuestras sociedades es sintomática. Desnuda el interior de las cabezas varoniles en el contexto islámico. Aparecen devastadas por la obsesión posesiva, y atrincheradas en el pánico a cualquier manumisión femenina. Muestra el estado de radicalización y de disyunción societal de buena parte de esa comunidad. Sólo queda la inmensidad de un páramo humanamente gélido.
Recordaremos la parábola del pavo real y del pavo doméstico. El gran etólogo Konrad Lorenz esclareció los mecanismos de inhibición de la agresividad en el mundo zoológico. El animal agredido o vencido adopta innatas posturas de sumisión que actúan como interruptor de la agresividad del congénere y previenen la muerte. Al pavo doméstico lo han “evolucionado” de tal manera los humanos que su actual “código” de sumisión ya es incomprensible para el pavo real. Éste, más ágil y agresivo, habitual vencedor en la pelea, se ensaña entonces hasta adelantar el trágico destino navideño del gallináceo.
Una francesa es esto. No lo otro
Los occidentales somos los ejemplares más autodomesticados de la especie humana. Nuestros códigos de socialización basados en el respeto de la pluralidad, la escucha y la confrontación de saberes y pareceres, son interpretados como la confesión del fracaso relativista y de la debilidad. No solamente no inhiben la agresividad del adversario sino que la recrudecen de forma exponencial. Nuestros valores nos impiden prohibir el burkini. El burkini es una prohibición de nuestros valores. Nuestro destino cabe en este dilema.
Marsella