Lina Tono
Esa señora que lleva el suéter de paño color vino tinto colgando del brazo y un folder lleno de papeles atrapado con fuerza entre los dedos regordetes, ahorcados por los anillos deslucidos, va para la notaría. Se va a bajar en la calle treinta y tres con carrera séptima y desde ahí caminará hasta la carrera trece. Irá golpeando sus tacones bajos contra el pavimento y tendrá especial cuidado con las lozas sueltas que, al pisarlas, escupen agua estancada. Ya le ha pasado antes: se ha empapado las medias veladas. Son las 10:34 a.m. Es jueves. Es octubre. Bogotá está tiesa. Voy para la clase del profesor Pedro, que me pregunta por qué tengo la letra tan grande y pide que no le ponga títulos literales a mis ensayos de lingüística.
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