José Ramón Márquez
Hoy sí que nos las prometíamos felices con la corrida del Conde de la Maza. Ya se sabe que en esto de los toros se vive mucho de las ilusiones que te haces, más que de los resultados, y la verdad es que el paladeo de esas ilusiones, mientras duraron, ya no hay quien te las quite por más que luego te aplaste la inmisericorde realidad. O sea, que cuando te vas a la taquilla por la mañana y ves ahí la L y la M y la corona y los colores encarnado y negro te compras la entrada con un gustillo que no asoma cuando lo que ves es, pongamos por caso, las marcas ganaderas de Garcigrande o del Cuvillo. Por si alguno no se ha enterado, hoy en Madrid había anunciada una corrida de toros de los Herederos del Conde de la Maza, con la que veníamos fantaseando desde que se anunció hace casi un mes. Luego, lo que en realidad hemos tenido ha sido un informal concurso o pasarela de ganaderías porque, además de los que figuraban en el cartel, han salido animales de El Risco, El Cortijillo y del Conde de Cabral.
Llama la atención que en estos tiempos en que toda la información fluye de manera vertiginosa por tantos medios siga habiendo ese agujero negro que son los corrales de Las Ventas, cuya seña de identidad es la más neta opacidad. A mediodía nos enteramos de que se han rechazado dos toros del Conde y de que los han sustituido por dos Torrestrella de El Risco, ganadería de la Unión. Nada sabemos sobre qué es lo que la ciencia veterinaria apreció en los dos expulsados y a nadie se le ocurre abrir un Portal de la Transparencia Veterinaria Venteña en el que los profesores que desempeñan su labor en el análisis de los animales puedan explicar a la afición qué diablos les pasaba a los dos toros rechazados. Lo digo en este caso particular porque precisamente el atractivo mayor de la tarde era la ganadería y sienta bastante mal que te quiten casi la mitad de los toros sin más explicación. Acaso, viendo las hechuras tan anovilladas del primero de la tarde, Draculero, número 42, la cosa fuese por lo de la conformación zootécnica, esa jaculatoria que siempre usan los veterinarios en Sevilla contra Victorino para sacar pecho a su costa y obligarle a traer un toro más.
Los cuatro del Conde, lidiados al principio de la corrida, han salido poco parejos y, lo que es peor, blandos. La verdad es que esperábamos toros de más poder, de más hondura y de más presencia, acorde a su origen Villamarta, que quedaba acreditado perfectamente por las capas, castaño, negro mulato o negro listón y por las inconfundibles cabezas, astiblancas y bien desarrolladas. El primero, como se dijo antes, fue un toro de escasa presencia, tapada algo por la cabeza, que si derribó al picador Francisco Plazas fue sólo porque agarró muy mal el puyazo dejando que el toro se fuese a los pechos del aleluya. En el primer encuentro estuvo a punto y en el segundo hizo lo mismo y fue al suelo. El segundo de los del Conde, Milanero, número 60, acudió al caballo cuando quiso y se paró en la muleta. El tercero, Cocinosito, número 4, no regaló nada a su matador, fue un toro manso, exigente y serio frente al cual nos hubiese gustado ver a algún torero mucho más placeado, sin que esto sea un desdoro para la actuación de Alberto Lamelas, como luego se dirá. El cuarto y último de los del Conde, Limpio, número 24, fue un toro muy complicado, muy mirón y muy certero: lanzó un derrote limpísimo al gemelo de Rubén Pinar al inicio del trasteo de muleta; parecía que se había trompicado el toreo, y sólo él se enteró de que llevaba el puntazo, hasta que comenzó a aflorar la sangre. Toro muy difícil este Limpio, fue el que estuvo más en la línea de lo que habíamos venido a ver. Los dos estafermos de El Risco vinieron, se dieron unas vueltas por la Plaza declarando de manera patente sus problemas motrices y en seguida pasaron a ser pastoreados por los bueyes de Florito, volviendo a la oscuridad de los chiqueros a recibir la muerte que merecían. En su lugar salieron uno de El Cortijillo, Musiquero, número 41, colorado chorreado, estrecho de sienes y de pésimas intenciones que buscaba el pecho del torero como un minero busca oro con su batea, y otro del Conde de Cabral toro muy fino, descarado y de bonitas hechuras que atendía por Caldereta, número 14 que se paró lo suyo en el último tercio.
El saldo ganadero que se acaba de reseñar fue despachado por Rubén Pinar, Alberto Lamelas y Sergio Serrano, que venía a confirmar la alternativa que le dio Antonio Ferrera en la Feria de Albacete de 2009. Dos, seis y cuatro actuaciones es el bagaje que aportaban respectivamente los tres matadores en la temporada del año pasado.
Rubén Pinar no se llegó a confiar en ningún momento. A su primero le recibió de muleta como se recibe a alguien a quien odias: tundiéndole por bajo se lo sacó hasta el tercio y allí el animal se paró. No es extraño. En ese toro tiró líneas, buscó la distancia más próxima y no se cruzó ni una vez. En su segundo ocurrió lo que se dijo antes del puntazo en la corva. Pinar dio la sensación de que en todo momento estaba cogido, hasta que el toro lo volteó estando el torero descubierto: el toro le ve en medio del pase y le caza sin más miramientos. Saludó una ovación de las de 'pecunia doloris' y atravesó el ruedo con su cuadrilla hacia donde Padrós para rebañar unos aplausillos, cuando lo suyo es que hubiese marchado a la enfermería por el callejón, como siempre se ha hecho.
Alberto Lamelas hizo dos esfuerzos notables en esta tarde en cada uno de sus toros. En el mansurrón colorado que hizo tercero estuvo porfiando, sobando al bicho aguantando lo suyo ante una prenda que ignoraba la declinación del verbo humillar. A este le robó literalmente una desgarrada serie de naturales: quedándose en el sitio, sin rectificar, echándole la muleta al hocico y dando el medio pecho sacó tres y uno de pecho que ha sido lo mejor de todo el septiembre taurino de Las Ventas. En su segundo, que literalmente le quería arrancar el corazón de cuajo, se plantó firme y torero y en vez de abreviar con el estoque se esforzó en justificar su papel aguantando las tarascadas del Cortijillo con hombría y firmeza y recibiendo un volteretón sin consecuencias. Faena de entrega, sin el lucimiento amanerado de eso del arte, hecha de valor y de entereza. Deja buen cartel.
Lo mejor de Sergio Serrano fue el saludo por verónicas a su segundo, lances mecidos, ganando un pasito, trayendo al toro toreado y rematando con la media. Recibió sinceros aplausos. En su primero, toro muy protestado, no dijo nada en un trasteo muy largo con obsequio presidencial de minutos extra antes del aviso. Su segundo acaso era para haber aprovechado las diez o doce embestidas sinceras que el animal tenía antes de pararse. En este segundo presentó el torero unos modos más reposados que en su primero.