Hispania aeterna
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
En la grande polvareda del callejero, mi Emilia Landaluce ha visitado a María Peregrina Millán-Astray Gasset, Pala, Palita, a quien Jorge Berlanga y yo veíamos algunas tardes, con admiración secreta, tomar la copa en el “Gitanillos” de los 80.
En la redada estalinista de la memoria histórica, el comité central del Ayuntamiento comunista ha resuelto cambiar la calle de Millán Astray (el único español que ha cerrado la Quinta Avenida de Nueva York), por la calle de la Inteligencia, guiño chorra a la anécdota salmantina con Unamuno, que primero decía que para servir a la patria es preciso hacerse odioso a los muchachos sensibles, “que no ven el universo sino a través de los ojos de su novia”, y luego hacía una frase de camiseta, “¡Venceréis, pero no convenceréis!”, a la que respondió el general con su “¡Muera la intelectualidad traidora!”, que en la España de los Julio Rodríguez, donde la traición alcanza rango de virtud social, ha sido reducida a “¡Muera la inteligencia!”
Sorprende, ay, este reconocimiento que la virtud comunista de la purga rinde al vicio capitalista de la inteligencia: nada hay en este mundo más desigual ni peor repartido que la inteligencia.
Sólo el odio a lo extraordinario en la España de los Julio Rodríguez explicaría la persecución a una figura tan contraria a cualquier expresión franquista, que es puro siglo XIX, como la de Millán Astray, que es puro siglo XVI.
Estaría la posibilidad de la venganza por los coqueteos del general con la Celia Gámez del “Ya hemos pasao”, si no fuera por la notificación, ¡en el 34!, que el juez instructor de la causa contra los revolucionarios de Asturias hace al general de una lista negra (¡la memoria histórica!) en la redacción de “El Socialista” en la que aparece, con el número 4 (Primo de Rivera era el primero), el fundador de la Legión.
Ya saben: la manía izquierdista, dicho por Revel, de imponer el deber de mentir sobre el pasado con el pretexto de salvar la lógica del presente.