lunes, 26 de septiembre de 2016

El ajedrez de Zidane


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Zidane llegó donde está desdeñando las aperturas, pero dominando los fines de partida. Como Capablanca.
    
El ajedrez –dijo Richard Burton (el orientalista, no el multimarido de Lyz Taylor)– es un juego erótico: todo consiste en poner horizontal a la reina.
    
Para poner horizontal a la reina en los fines de partida, Zidane contaba con Cristiano, el novio perfecto, y Sergio Ramos, el novio de la muerte, generalmente en el tiempo cumplido, pero en Las Palmas a Zidane se le fue la mano y prescindió de Cristiano para el arreón final, y empató, que en la Liga es perder.

    La Liga es competición de ejército regular, mientras que las copas, incluida la de Europa, son competiciones para partisanos. En el Madrid de Zidane la estructura de ejército regular sólo la da Casemiro, sin cuya presencia el equipo se echa a perder como una mahonesa en día de nublo. Es lo que hay: si los haces correr, te echan, pero si los dejas en paz, sólo ganarán los partidos que mejor les vengan.

    En el mismo día, Zidane sienta a Cristiano y empata con el Las Palmas; Mourinho sienta a Rooney y golea al Leicester City. He aquí un tema para un artículo de fondo sobre flores con los tópicos más crujientes.

    El piperío, que es así de consistente, aprueba que Zidane sentara a Cristiano Ronaldo, y, sin embargo, no condena que mantuviera a Sergio Ramos, que siempre entra al campo como el Mejor Central de la Historia, se va al descanso como el Mejor Central del Mundo y acaba el partido, en luminosa imagen de Hughes, como Canelita, el falso miliciano de Kappa, que también era falso, y escribimos Kappa porque Capa sólo hay uno, que es don José Raúl Capablanca y Graupera, y eso que a Ramos vino una vez a verlo en Madrid el noruego Magnus Carlsen, campeón del mundo, que hizo el saque de honor en el Bernabéu y se declaró fan… de Sergio Ramos, a quien explicaría que darle jaque mate al rey opuesto en ajedrez equivale a castrarlo y devorarlo, “haciéndose los dos uno solo en un ritual de homosexualismo simbólico y comunión canibalística”, según la teoría “freudulenta” (el adjetivo es de Cabrera Infante) de un orate progresista de nuestra Segunda República Félix Martí Ibáñez.

    Las tablas de Las Palmas, unidas a las de Madrid con el Villarreal, amurrian el ánimo liguero del pipero, que empieza a interiorizar el antiguo lema del lúser culé, “aquest any tampoc”, fatalismo que se acentúa al comprobar que la baja de Casemiro en el Madrid es más decisiva que la de Messi en el Barcelona, con quien Luis Enrique, el holograma de Tassotti, puede presentarse en Gijón y pintarle la cara al “Pitu” Abelardo, el Argos del bolcheviquismo astur.
    
En Portugal, país bastante más culto que España, han tirado de Ariosto para jugar con el cabreo canario de Cristiano, titulando “Ronaldo furioso”:

    –Las damas, héroes, armas y decoros, / amor y audaces obras ahora canto / del tiempo aquel en que cruzaron moros / de África el mar, y a Francia dieron llanto.
    
Capa (José Raúl, el maestro de ajedrez, no Robert, el retratista de milicianos) siempre sintió antipatía, según Cabrera Infante, por los que no saben jugar al ajedrez:

    –Es tan melancólico –razonaba él– como un hombre que nunca haya tenido relaciones con una mujer que no sea su madre.


LA DEFENSA DEL MADRID

    Sale al mercado otro libro sobre Mourinho, personaje del que casi se ha escrito ya tanto como de Manuel Rodríguez Manolete: sus manías, sus dichos, sus broncas, sus desmayos. Y hasta un chisme según el cual Flóper le habría invitado a venir a Madrid justo antes de llamar a Benítez y para hacer lo que en la jerga taurina se denomina “limpieza de corrales”, que había de incluir prácticamente a toda la línea defensiva, línea que en el Madrid, históricamente, siempre ha sido más fuerte en el vestuario que en el césped. Mourinho viene a ser como el Thomas Bernhard (que, por cierto, siempre amó más Portugal que Austria) del fútbol, un fox terrier de pelo duro en medio del muermo socialdemócrata que no nos deja respirar.