Atenea pensativa
460 AC
Museo de la Acrópolis
Jean Palette-Cazajus
(Buena noticia. Los malos somos pocos, los buenos proliferan)
Europa es, pues, la civilización de la Deuda Culpable. Jurídica y éticamente, las deudas se suelen extinguir y las culpas terminan remitiéndose. Menos en nuestro caso. Una sola razón: la prosperidad de Occidente. Sin tal premisa perdería todo sentido la promoción de las que fueran víctimas históricas al envidiable estatuto de víctimas perpetuas que garantiza la obtención de derechos vitalicios. Somos, nos dicen, los ilegítimos usufructuarios de la burra del cuento, la que cagaba oro. Europa es el Gordo de la lotería que ha tocado a quien no debe. Para quienes sueñan con ella, los muchos desesperados y los muchos desvalidos, los muchos cínicos y los muchos parásitos, Europa es un derecho y un mito.
Ninguno accederá a a considerarla como la fragilísima resultante de la convulsa historia de sus moradores, el producto de sus méritos y desméritos, de sus iluminaciones y de sus cegueras. Somos los primeros en no vernos así. A una historia síquica lastrada por la chapa milenaria del Pecado Original, hemos venido añadiendo el Pecado Subsidiario de la culpabilidad histórica. Como todas las civilizaciones fenecientes, como la Florencia poslaurentina, disfrutamos, mórbidos, cuando los Savonarola de turno predican nuestras vilezas. Cuando los medios mojigatos hablan de la «fortaleza Europa» y de sus «puertas cerradas», de sus «vallas» y de sus «alambradas», nosotros, habitantes de un continente inerme y abierto a todos los vientos, aprobamos compungidos. Últimamente, para acallar nuestra mala conciencia, hemos postergado el uso de la palabra «emigración» para preferirle la de «inmigración». La primera podría insinuar que padecemos alguna presión no deseada. La segunda suena más a risueña invitación.
De mis soledades vengo
Para aprehender la realidad, Occidente suele privilegiar las ciencias positivas. Siempre que no se trate de nuestras relaciones con la «Alteridad». En cuyo caso nos complacemos en la más rancia metafísica y somos los primeros en contemplarnos como una entidad abstracta emanada del platónico cielo de las ideas. Una entidad elástica, pues, donde debe caber toda la miseria del mundo. Hoy por hoy, para sobrevivir, nuestra filosofía de las ideas políticas se ve obligada a desentenderse de las realidades demográficas. Seguimos pensando el hombre social como el individuo de las Luces dieciochescas. Somos incapaces de pensarlo como proliferación. Nuestro edificio ideológico no tiene cimientos. Es una casita de cuento de hadas y se sostiene en el aire.
En la época de la Revolución Francesa, el mundo no pasaba de los 950 millones de habitantes, África apenas rebasaba los 100 millones y los que son hoy países de la Unión Europea andaban por los 150 millones. En 2016, el mundo ha alcanzado la cifra de 7500 millones de habitantes, África por su parte anda alegremente por los 1200 millones, mientras La U.E. tiene 510 millones de ciudadanos. En 2050, es decir mañana por la mañana, el mundo rozará los 10 000 millones de okupas, África contribuirá generosamente con 2473 millones. La actual U.E. contará por su parte con ...515 millones de ciudadanos. No cometeré la cursilería de decir que son cifras «para reflexionar». Son cifras traumáticas, para infartar. Cifras absurdas y absolutamente inciviles. «El peor callejón sin salida, evolucionario y ecológico, jamás encontrado por nuestra especie», dice el antropólogo J. Kenneth Smail.
De constituir la sexta parte de la población mundial en 1790, la U.E. pasará a representar la vigésima. De tener una población un 50% superior a la africana, pasará a representar algo menos de su quinta parte. Vuelvo a decir que el verdadero criterio de hominización de las sociedades es su comportamiento demográfico. Toda demografía incontrolada pone en peligro la homeostasia de la especie. Constituye una agresión objetiva, sea o no consciente, contra la supervivencia de las sociedades estabilizadas y apacibles, aquellas donde reina una demografía racional y razonable. Las sociedades con incontrolado crecimiento demográfico, hoy mayoritariamente africanas, constituyen evidentemente el mayor vivero de candidatos a la emigración. Sería justo catalogar tales sociedades como cínicas, irresponsables y éticamente extraviadas.
El problema es que no son las sociedades las que emigran, son los individuos, a lo sumo, los grupos. Resulta difícil para el individuo saberse síntoma de una calamidad colectiva. Hoy, en muchos casos, la emigración no es una ayuda al desarrollo, sino su sustituto. En Malí, en Senegal, por dar un ejemplo, la miseria y la creciente radicalización islámica abocan a muchas mujeres a la poligamia. El ego del macho alfa requiere una manada numerosa y los vientres rivalizan en producir. Más tarde el producto se irá repartiendo entre París, Barcelona, Roma, Berlín, o cualquier otro destino, para garantizar las necesarias remesas. Cualquiera que sea el país o la situación, la presión migratoria no deja de crecer. Cuando la producción de tantos criaderos logra acceder a su destino, la realidad nunca está a la altura de las esperanzas. Entonces se pone en marcha la máquina infernal de la frustración y el resentimiento. Y con el imparable aumento de los candidatos, aumenta el número de los frustrados y de los desesperados y se densifica el corazón fisible de la bomba.
El camerunés Achille Mbembe es un conocido teórico africano del poscolonialismo. Lo entrevistan en la radio France Culture con motivo de la salida de su último libro. Infiero que la materia consiste en una respuesta crítica a los europeos asustados y tentados por un «repliegue identitario», todo ello argumentado en nombre del universalismo tan pregonado por la propia Europa. El truco funciona impepinablemente. Le preguntan sobre la presión ejercida por las olas de migrantes y refugiados. Impertérrito, recurre a la teoría de los vasos comunicantes: es lógico que el sobrante humano desagüe donde encuentre cabida. No me parece que la aplicación de las prácticas agropecuarias a la gestión de las poblaciones humanas sea un criterio adecuado. Criterio sin duda opinable, como todos. Pues debemos recordar que las sociedades occidentales son «nominalistas», abordan la sociedad desde la perspectiva del individuo. Son las únicas. Tradicionalmente las sociedades han sido «holistas», donde el individuo es un ejemplar y lo que importa es el grupo. Punto de vista que facilita la transición hacia las prácticas ganaderas. Ninguna referencia en el discurso del Sr Mbembe a las preexistentes comunidades históricas y culturales y a los posibles deseos de nuestras naciones de tener algún tipo de continuidad. No es que Mbembe sea tonto o cínico. Es simplemente fiel a su raza, a su continente y a su historia. Como hubiese dicho Spinoza, lógicamente quiere perseverar en su ser. Nosotros no.
Alguna vez habrá que hablar de las ambiguedades que mantuvo Europa sobre lo que entendía por universalismo. En todo caso nada de lo que nos espera se parecerá a ninguna de sus posibles definiciones. El hervor demográfico infunde rigidez cadavérica a las creencias y desalienta el juicio crítico. Pensar está reñido con la multitud. El futuro ya no pertenece a nuestro imaginario. Nacidos de nuestra propia frente como Atenea de la de Zeus, anteponemos los conceptos a nuestra propia existencia. Por eso ninguna obra de la estatuaria griega me turba tanto como la estela de la Atenea Pensativa. Fechada en 460 AC, no es una obra excepcional y el peplo, algo tieso, tiene dureza arcaica. Pero tocada con el casco corintio, apoyada la frente reflexiva en la punta de la lanza, femenina y firme, melancólica e intratable, simboliza admirablemente una Europa que nunca habrá podido ser.