Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Ana Botella también abdica, tuiteó Emilia Landaluce, y su abdicación (¡el botellazo!) nos sacó ayer de la siesta para llevarnos, siquiera con la imaginación, al botellón de Monedero, el marxiano que se cree Tierno por la misma razón que los pacientes del doctor Esquerdo se las daban de Napoleón.
Monedero, en efecto, concibe la política como un grande botellón republicano en la Puerta del Sol, donde da por sentado que, después de unas municipales, se repetirá la historia que tantas veces, con el beso de buenas noches, le han contado, pero ahora, ay, como farsa.
Botella se aparta para hacer sitio o a Aguirre, o a Cifuentes o a María Soraya, pues si con Cervantes sólo podían aspirar a alcaldes los paletos (en el entremés cervantino, Humillos, Jarrete, Berrocal y un Pedro Rana que prometía que haría su vara de encina para que no se doblara “al dulce paso de un bolsón de ducados”), con Rajoy sólo pueden aspirar a alcaldesas las damas de acrisoladas virtudes.
Al parecer, únicamente Aguirre aseguraría el triunfo, y por eso tiene en contra a los jueces de la justicia creativa y a los rehaleros mediáticos de Pablo Iglesias, el cazador de fachas (nada que ver con el venadeo del ex juez creativo Garzón: de los ojos absortos del venado “brota una luz blanca que te hace ponerte de su parte”, mientras que el facha carece de luz propia).
Entre demócratas pasaba por “boutade” el malicioso dicho de Bertrand Russell de que “para los hegelianos la verdadera libertad consiste en el derecho de obedecer a la policía”, pero unos jueces imputan hegelianamente a Aguirre un delito propio de las dictaduras: ¡desobediencia! En este caso, no a la Constitución, como los representantes de tantas instituciones nuestras, sino a dos agentes de movilidad que míticamente ya se nos vienen encima como los “heroicos” capitanes Galán y García Hernández (¡Jaca en la Gran Vía!).
Vale. Ana Botella se va. Eso la honra. Pero ¿y Tono Martínez, gestor cultural del “botellato” que la mató?