Ignacio Ruiz Quintano
Abc
España debe todo lo bueno a sus paletos (todo el que no es de Madrid), y Botín fue el más importante de los de su siglo.
En su estreno en ABC, Víctor de la Serna, cántabro de los que tan malos ratos dieran a Augusto, hizo la loa del paleto:
–El paleto es un ser benéfico. El paleto es trabajador, leal, decente, conservador, valeroso y soñador. Y es muy listo. El paleto es de vista larga, filósofo, socarrón, quietista, pero con repentinas proyecciones universalistas en que se le achica el mundo a fuerza de ambición.
El paleto, ay, da de comer a Madrid. Y de beber. Y le envía no sólo sus harinas y alubias, o sus anisados y espumosos, o sus fresas y perdigochas. El paleto le envía además a Madrid la sangre joven y oxigenada que sostiene los trabajos duros y “una cierta cerrada guardia moral” que preserva acaso a Madrid de muchas podredumbres.
Al grande patrón de esta Casa, Guillermo Luca de Tena, Botín le enviaba cada año, en frío de nevero, por la época del andancio, una vacuna contra la gripe que le hacían en el “Pasteur” y que era como su manera fraterna de “pasteurizar” la amistad.
A nadie extrañe, en fin, que la muerte de Botín fuera recibida con dicterios por el comunismo latinoché (eso que aquí, dice Trevijano, va de la “enfermedad senil del comunismo” de Cayo Lara a la “enfermedad infantil del comunismo” de Pablo Iglesias), desde luego menos ingeniosos que los del joven Marx cuando un Rothschild besó la mano al Papa.
Al patriarca, como despide a Botín el “Financial Times”, le sucede su hija Ana Patricia, que pasa, de paso, a ser para Inglaterra la española más alta desde Catalina de Aragón, pero con mirada menos de presidenta de Banco que de emperatriz del Oriente (que viene de oro) y en las portadas mira con ojos a cuyos lados caen los párpados (una sonrisa de Mona Lisa en cada ojo) con una morbidez que se inmiscuye en la mirada hasta comunicar al que mira cierta especie de contacto carnal, como Ramón viera en Wilde.
Una mujer de bandera.