Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Mientras en la Milla de Oro el diluvio (muy Aronofsky) arruinaba la “Fashion's Night Out Madrid” (¿quién gafa a esta ciudad?), en el Círculo de Bellas Artes el coleccionista Uriel Macías presentaba “Palabra por palabra”, su exposición de biblias sefardíes.
De la de Ferrara, primera edición de la Biblia en español, 1553:
–En principio crió el Dio a los cielos y a la tierra. Y la tierra era vana y vazía, y escuridad sobre faces de abysmo, y espírito del Dio se movía sobre faces de las aguas. Y dixo el Dio: sea luz. Y fue luz. Y vido el Dio a la luz que buena, y apartó el Dio entre la luz y entre la escuridad. Y llamó el Dio a la luz día, y a la escuridad llamó noche. Y fue tarde y fue mañana, día uno.
Este temblor del puro castellano del XVI en la garganta es aquél que a Foxá, de misión en Bucarest, junto al Danubio gris y helado, lo hace sentirse como junto al Tajo lírico y añil, gracias a los sefardíes que en Rumanía hablan como el “Caballero de la mano en el pecho”.
(En el XIX, a George Borrow, el vendedor de biblias protestantes, los toledanos le hablan en gallego, por ser ésta la lengua que ellos creen común en el extranjero, debido a que todos los forasteros que por allí ven son los gallegos que en agosto bajan a la siega.)
“El texto, tierra de nuestro hogar”, dice Steiner: el mandamiento supremo del judaísmo es el texto, instrumento de la supervivencia en el exilio.
–El texto es el hogar; cada comentario, un regreso.
Ninguna otra comunidad ha conocido desde su origen, ha leído y releído sin cesar, ha aprendido de memoria o a coro y ha interpretado sin tregua los textos que exponen claramente su propio destino. Ninguna otra tradición o cultura ha otorgado un aura comparable a la transcripción de textos; en ninguna otra ha habido una mística de lo filológico equivalente. Un judío alcanza la madurez el día en que es llamado, literalmente, al texto:
–Cuando lee, el judío es, hurtando la imagen de Heidegger, “el pastor del ser”.