sábado, 10 de agosto de 2013

Washington, entre Barça y Real Madrid

 España en las calles de Tony Soprano

 José Ramón Márquez

Entrando a Washington por barrios, digamos, poco recomendables, algo elevados, en seguida ves allí abajo la tarta de nata del Capitolio -y nos trae el recuerdo de La Habana- y eso te confirma que el paisaje que te rodea es parte del decorado de una ciudad que no se encuentra entre las más seguras, acaso restos varados de la marcha del millón de hombres, pero que esas 'little shacks' de aire tan sureño no pueden ocultar la magnificencia administrativa que se halla unas decenas de millas más abajo, en dirección al río Potomac.

En realidad el Washington que uno espera puede resumirse en dos edificios: la Casa Blanca, que es mucho más pequeña de lo que uno se había imaginado, y el monumento a Lincoln, que es mucho más grande de lo que uno se había imaginado. Y esos dos hitos van flanqueados por todo el aparato administrativo que está radicado en descomunales edificios de columnas dorias en cuyas ventanitas se ven montañas de papeles donde seguramente deben estar anotados todos los asuntos de la tierra, desde los transgénicos hasta la capa de ozono pasando por la Franja de Gaza y el diferencial de la prima de Riesgo; ahí deben hallarse todos los estudios, informes, codicilos, documentos, dossieres, memorándums, todos los escritos infinitos en los que se da cuenta de cada cosa que ocurre en el planeta y que afecta a la seguridad, a la agricultura, a la política exterior, a la economía...
De pronto asoma en The Mall un zascandileo de sirenas y luces y entre medias un auto con la bandera de Grecia, camino de la Casa Blanca... digamos que será Samarás que habrá venido a pasar la gorra, el hombre, que falta le hace. Este sinvivir de gentes yendo y viniendo, debe de ser el día a día de esta ciudad, como antaño en aquellas estancias palaciegas de La Granja llenas de cortesanos y de solicitantes. Sorprende ver tantísimas banderas... y todas tan limpias, tan nuevas. Sorprende que a la caída de la tarde, la ciudad esté desierta, como si su impulso vital lo recibiese de las oficinas.
Y al otro lado del puente, Arlington, impresionante santuario donde la imaginación vuela revisando las inscripciones de las sepulturas, desde las guerras indias, la rendición de Jerónimo, las dos grandes guerras, Corea, Vietnam... todo lo que el cine nos ha mostrado, puesto ahí en la pura verdad de un nombre, un grado, unas fechas y unas campañas.

Washington lo resumió a su manera un mexicano en Nueva York. Me dijo:

-Estos hispanos y los negros de acá ahora se ilusionan con lo nuevo, con el Barcelona. En Washington todos son del Barcelona y todos andan con esa vaina, pero sólo hay un club, que es el Madrid, donde jugó Hugo Sánchez.

A la caída de la tarde, cuando veo en Laffayette Street, frente a la Casa Blanca, a un solitario hombre vestido con la camiseta azulgrana, que parece orar, como esos romeros que se ven en la ermita del Rocío agarrados a la verja, recordé al mexicano y pensé que mucho mejor que por Sandro Rosell, el Barcelona debería estar presidido por el propio Obama.
 
 A dream last night

 Lincoln

 Mortadelo y Filemón

Pipero culé (con la garantía Unicef)
rindiendo pleitesía a la Casa Blanca