Luis Folledo
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
En Madrid, y a fin de poder expenderles una bula, Botella quiere examinar a los músicos callejeros de flauta, cuando lo urgente sería el examen de esos tocadores de pito de La Paz alrededor de la señora Cifuentes, como cuenta Bernal que hacía la horda azteca alrededor de españoles en la Noche Triste.
El odio de la masa infalible, que glosaba ayer Gistau.
Desde Barrabás sabemos que la masa enajena al ser humano: por eso gusta tanto a la izquierdona, que se mueve en los hormigueros con la destreza de Cecil B. DeMille.
Si la izquierdona tuviera gracia, lo diría como Luis Folledo: “Lo único importante en esta p... vida es saber dónde está el hormiguero para meterla.”
A Foxá lo impresionó leer en un número sobre religiones de “Life” el caso de un profesor chino denunciado por su propia hija:
–Traté de protegerle, porque creía en el afecto entre padres e hijos. Pero, aun siendo esto verdad, ¿cómo comparar esta emoción con la del amplio amor a las masas?
Y concluyó que ni César ni Alejandro ni el rey Sol fueron adulados tan servilmente como lo es la masa, héroe de nuestro tiempo retratado por Diego Rivera en los muros de la antigua mansión de Moctezuma, donde el gran griterío, al estilo (hospitalario) del de La Paz por el ingreso en estado grave de la señora Cifuentes, mientras Oteros y Celayas de tertulia tratan de ser entendidos por la masa, en virginidad, ay, de cultura estética.
Para poder acceder a los servicios de protección progresistas es imprescindible el certificado de pertenencia al hormiguero.
El hormiguero aúlla en Madrid y Mariano silencia en Ribadumia, donde vaca hecho un San Luis, el rey que después de tercias cogía la carretilla y la llevaba cargada de piedras para el muro cisterciense, obligando a su escolta a hacer lo propio.
Las gentes se hacen lenguas de la puntualidad kantiana de Mariano, el de los nervios de Diego López, en sus caminatas estivales al monasterio de Armenteira. Laus Deo.