José Ramón Márquez
Lo del alimento es la siguiente cosa, presumiblemente lo que nos ha de llegar, si es que no ha llegado ya. Por un lado tenemos la invasión de los productos en los que debajo del nombre pone "organic", que cualquier español medio ya sabe que es lo mismo que lo "non-organic", pero a más precio. Eso ya lo inventaron en Ibiza hace la torta de años: ibas a comprar un melón en la frutería de Can Bellotera y cuando te hacías cruces de la cifra que te había dicho el frutero, te explicaba el tío que valía veinte veces más que el de Villaconejos porque ése era ibicenco y esa qualité había que pagarla a precio de oro de 24 kilates; y lo mismo pasaba con los tomates, las patatas, las zanahorias, los lichis, los mangos o las chirimoyas, que te decían que eran ibicencos y con eso te metían la clavada.
A tres metros de la frutería, en la pescadería -la pescadería donde he visto maltratar al pescado con mayor eficiencia en toda mi vida- lo hacían con más perfección, pues todo tendía a la carestía, ya que la carestía consustancial del producto ibicenco cuyo estandarte era el prohibitivo raó, competía en noble lid con las almejas y bogavantes gallegos de los que se explicaba su descomunal precio por tener que transportarlos hasta la isla en avión, se entiende que como mínimo en business class.
Luego, encadenado a eso, lo del alimento entendido como un medicamento. No se come lo que se desea, sino lo que aporta la cantidad mínima recomendada de fósforo, potasio, vitamina B1, B2 y B3, bromuro, calcio y en general toda la tabla periódica. Etiquetas monstruosas van impresas en un simple paquete de macarrones para explicar que llevan tanta grasa de la cual determinado porcentaje es poliinsaturada y que 100 gramos proporcionan no se cuantos julios de energía. Muy cansino el asunto, porque esas etiquetas, orladas en negro como esquelas, crean la mala conciencia de que o bien le falta algo crucial a la dieta o bien estás poniendo veneno en tus venas, etiquetas ahuyentadoras del placer, que es sustituido por la convicción del deber bien hecho, puro protestantismo.
Y lo siguiente, lo de esta noche. Entramos a cenar en el Ted's Montana Grill de la calle 51, que sirven carne de bisonte, nos acoplamos en un agradable reservado, traen la carta y ahí no sólo figura el nombre de los platos y su precio, sino las calorías de cada uno de ellos, 700 ó 7000 los nachos, 15.000 los aros de cebolla, 900 el rib eye de bisonte, 350 la copa de cabernet sauvignon de California... cada cosa de la carta tiene al pie el agorero recuento de las calorías, no se sabe con qué objeto. Y al pie de la carta la amable pero firme advertencia, para aquellos que les guste la carne poco hecha, de que pueden quedar en la chuleta algunas bacterias nocivas para la salud y que la casa declina toda responsabilidad por esa circunstancia para quien le guste el filete sangrando. A fin de cuentas estamos en un país en el que los abogados encuentran causas debajo de las piedras, que ya se lo decía Danny DeVito a los marcianos en Marte Ataca: "¡No importa de dónde vengáis, en este país necesitaréis un abogado!"
A uno la verdad es que le cuesta imaginar la carta de Pepe Blázquez en Salvador anotada en calorías, deliciosa carta multi calórica, pero menos aún que, ante la demanda de un solomillo poco hecho, el bueno de Petro nos trajese un codicilo en el que se declinaba la responsabilidad de la casa por la peligrosa elección del insensato comensal; aunque, bien mirado, eso sería dificil que ocurriera, porque en el caso de que la perniciosa bacteria fuese española, la responsabilidad sobre ese penoso incidente, como siempre ocurre entre nosotros, sería exclusivamente del Gobierno.
Bisonte