Ignacio Ruiz Quintano
Abc
La hostilidad municipal al buen gusto derivó en la hostilidad municipal al paseante, último representante de la clase elevada, por instruida, de la ciudad. Por Madrid no se puede pasear: es la selva tomada por desaprensivos mandriles engorilados en sus bicis y en sus motos. Más el urbanismo posmoderno que se ha llevado por delante la elegancia de la capital. ¿Saben estos malandrines las generaciones que se dice exigidas para eclosión de una elegancia? Siete. Y ellos se lo han cargado en dos mayorías absolutas de absolutismo, ¡ay Rubén!, «municipal y espeso». Y quedan los ciegos. Uno se hace cargo de la pena de ser ciego en Granada, pero… ¿y la lata de ser ciego en Madrid? La remozada Puerta de Alcalá (nada que envidiar a la remozada Plaza Mayor de Morata de Tajuña) es una réplica a escala de las playas de Normandía en que desembarcaron los americanos en junio del 44, con mayores obstáculos para el paseante en la Puerta de Alcalá: sillas, tiestos, merenderos, floreros, cajones de «performance», papeleras, asientos, árboles para atar la bicicleta, quioscos, acometidas, bajantes, vallas y motos, muchas motos, motos en fila, motos en montonera, motos mirando al Norte, motos mirando al Sur, y entre las motos, ciegos dando palos de ciego sobre el mírala, mírala, mírala, ahí está viendo pasar el tiempo, la Puerta de Alcalá. Me río yo de las estrecheces mañaneras de la entrada a la plaza de toros de Pamplona, teniendo en Madrid la nueva Puerta de Alcalá, a cuya imitación se alza ahora en la de Ópera «África.es, siete miradas africanas sobre España», otro laberinto cretense para ciegos...
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La hostilidad municipal al buen gusto derivó en la hostilidad municipal al paseante, último representante de la clase elevada, por instruida, de la ciudad. Por Madrid no se puede pasear: es la selva tomada por desaprensivos mandriles engorilados en sus bicis y en sus motos. Más el urbanismo posmoderno que se ha llevado por delante la elegancia de la capital. ¿Saben estos malandrines las generaciones que se dice exigidas para eclosión de una elegancia? Siete. Y ellos se lo han cargado en dos mayorías absolutas de absolutismo, ¡ay Rubén!, «municipal y espeso». Y quedan los ciegos. Uno se hace cargo de la pena de ser ciego en Granada, pero… ¿y la lata de ser ciego en Madrid? La remozada Puerta de Alcalá (nada que envidiar a la remozada Plaza Mayor de Morata de Tajuña) es una réplica a escala de las playas de Normandía en que desembarcaron los americanos en junio del 44, con mayores obstáculos para el paseante en la Puerta de Alcalá: sillas, tiestos, merenderos, floreros, cajones de «performance», papeleras, asientos, árboles para atar la bicicleta, quioscos, acometidas, bajantes, vallas y motos, muchas motos, motos en fila, motos en montonera, motos mirando al Norte, motos mirando al Sur, y entre las motos, ciegos dando palos de ciego sobre el mírala, mírala, mírala, ahí está viendo pasar el tiempo, la Puerta de Alcalá. Me río yo de las estrecheces mañaneras de la entrada a la plaza de toros de Pamplona, teniendo en Madrid la nueva Puerta de Alcalá, a cuya imitación se alza ahora en la de Ópera «África.es, siete miradas africanas sobre España», otro laberinto cretense para ciegos...
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