jueves, 14 de julio de 2011

Las Martas como síntomas

Hannah Arendt

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Si esa Hannah Arendt de Huesca que es Marta Ferrusola llevara razón, y España fuera toros y manolas, España estaría tan terne.

Ayer, nada más salir de casa, vi entre oficinistas un encierro pamplonica de toros pilaricos que habría de matar un torero llamado El Cid, me desayuné con una tortilla de patata con cebolla y me di de bruces con un ladrón de cepillos para el culto de la Inmaculada, cuyo dogma es español.

Del fondo de armario del cubano Bobadilla ponemos a disposición de doña Marta la de Huesca esta visión de Cataluña: “Una rumba bailada alrededor de un jamón.”

Para no dar alas a la idea del expolio de Cataluña a manos españolas que maneja el Ómnium Cultural de Pep Guardiola, pongamos que el jamón no es del Ampurdán, sino de Carabanchel Alto: aquél que glosó Ullán, por paranormal, pues detuvo el corte carnicero de un camarero en un bar al mostrar en su cóncavo seno un rostro masculino, de abundantes cabellos y mueca compungida.

¡Ay, Jesús, no me digas más!

Y tan española como Marta Ferrusola, Marta Domínguez, la Marta palentina, cuyo prendimiento guardiacivilero en estado de buena esperanza define a un régimen palurdo que ha colgado en su casino, bajo el de “Reservado el derecho de admisión”, este cartel: “Prohibido el paso a toda persona de derechas o que nos lo parezca.”

La Operación Galgo contra el dopaje llevó a los civiles a la pista del rottweiler de Marta, que no tenía un rottweiler, pero sí un marido que había tenido un rottweiler de nombre “Urco”, que recuerda a Úrculo, el artista de La Riera…

Confiamos en que no será verdad nada de lo que pensamos –nos consuela Juan de Mairena.

Cruzada con un rottweiler, la Operación Galgo transformó mediáticamente a Marta en un camello, que es, como se sabe, un caballo dibujado por una comisión parlamentaria. Y la visión más risueña que tuvimos de la figura de Marta en su casa de Palencia era la de Vincent Price en su casa de “La comedia de los horrores”, de Tourneur.

Cuatro meses antes de que trascendiera la pista del rottweiler, medio centenar de atletas españoles suscribieron un manifiesto de lo más español jaleando la redada contra el dopaje que “da luz al final del túnel”.

A cargo del deporte estaba un tal Lissavetzky, el hombre que en Suráfrica supo sacarle a Villa la camiseta del Mundial para regalar a las chiquillas góticas de La Moncloa. La otra gesta de Lissavetzky es su amistad con el Hombre del Discurso.

¿Qué discurso?

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