lunes, 11 de julio de 2011

El doctor Moncholi quiere enviar los Miura al matadero

El doctor Moncholi en plena merienda isidril

José Ramón Márquez


Por estas cosas de los compromisos que uno tiene que atender, me perdí la novillada de ayer en Las Ventas, con la ilusión que me hacía ver una novillada de origen Juan Pedro, que como sólo llevamos vistas setecientas noventa y seis entre corridas de toros y novilladas, fastidia perderse otra, para poder contar a los nietos el día de mañana que en una temporada la empresa de Madrid se hizo la integral de las derivaciones de la juampedritis y nos la comimos enterita y sin rechistar. Al parecer la novillero Conchi Ríos abrió la puerta grande. Enhorabuena. Yo, en esto de las mujeres toreras soy de Conchita Cintrón, a la que tuve el honor de conocer, y no me apeo de ese burro. Aparte de eso, no tengo mayor interés en esa cuestión de género.

II

Repasando la tarde del domingo taurino lo más relevante es la sabia admonición que hace el doctor Moncholi, de los Moncholi de toda la vida y crítico titular de la Telemadrid de Esperanza Aguirre (la que dice que los toros son un Bien Cultural), a don Eduardo Miura, de los Miura de un siglo y medio de toros, para que mande al matadero su ganado, con un par. En opinión del exquisito y locuaz crítico eso es lo que debe hacer don Eduardo con lo que tiene en Zahariche. Me imagino que el sueño del gourmand Moncholi es ver trotar por Zahariche más y más juampedros, que es en lo que en realidad se sustancia la moderna crítica, que no ven más que por los ojitos de los toros más imbéciles.

Lo mismo que han sido violados los hierros de Carriquiri, de Zalduendo, del Duque de Braganza, de Aleas, hierros que ignominiosamente ahora aparecen estampados sobre los cueros de unos animalejos que habrían hecho vomitar a los antiguos propietarios, a los que dieron fama y lustre a esos nombres ganaderos, ya deben estar roneando los taurinos, a ver si entre todos, y también con la ayudita del voraz doctor Moncholi, consiguen que desaparezca la sangre de Cabrera y puedan poner la A con asas en unos cochinetes trotones y ridículos de lengua fuera. ¿No eliminó juampedro lo de Veragua? Pues aquí, lo mismo, pensarán.

Y este indocumentado doctorcillo charlatán no sabrá que, mientras su estirpe se buscaba la vida con toda la humildad que su aspecto denota, mientras lo pasaban de pena para traer un duro a casa y poder dar estudios al chiquillo, los Miura llevaban un siglo y medio dedicados al toro de lidia, es decir, al toro que da problemas, al toro que aprende, al toro que no se deja, al toro que es manso o cocea pero que ahí está para que un valiente se ponga frente a él, si tiene arrestos. Creo que alguien como Moncholi que no tiene rubor en mostrarse en la Plaza agarrado a un bocadillo y a una lata de cerveza, como si fuesen la tabla de su salvación, está invalidado para hablar de Miura y que, en el caso que su imprudencia le llevase a pronunciar ese nombre, lo debería hacer con muchísimo más respeto. El hombre, con su inocencia ignara señala al toro que, contemporáneamente, menos conviene. Lo único que suena realmente sincero del articulillo del doctor es la referencia a la merienda en el sol y en la sombra de Pamplona durante el cuarto, porque de eso si que sabe el tío un rato largo.

III

Y en tercer lugar, lo esperado. July envuelto en la bandera de las cuatro barras, para reivindicar la fiesta en Barcelona. Le cantan los de siempre las faenas como si fuesen buenas, aunque los que tantas veces le hemos visto sabemos bien cómo torea y la imposibilidad metafísica de que se pueda aunar el toreo que nos gusta con los modos y formas de este July, mendigador de orejas. Al parecer la cosecha no fue tan espléndida como el chiquitín de Velilla hubiese querido, que sólo cortó tres de cuatro posibles, y una fuerte petición de indulto para su primer toro, al que dieron la vuelta al ruedo, por hacer algo con él. Sebastián Castella estuvo mucho más orejero y se llevó las cuatro. Cuatro de cuatro. Y dos de caritativo regalo a Manzanares, previo al aquelarre de la salida al grito de ‘¡Llibertat!, ¡Llibertat!’ Sin embargo, es curioso cómo la adicta prensa glosa sin tasa la heroicidad de la gesta de July, dejando un poco de lado al francés, por lo que sea. Un encastado toro de Domingo Hernández, dicen que le tocó al Importancias, los caraduras. Acaso lo ponen para hacer bromas y que así la crónica no sea tan plúmbea.
Y resulta que tan sólo unos cuantos quilómetros al norte de esta charlotada, que tan bien explica por qué la gente deja de ir a los toros, estaban los toros de verdad. En Ceret, un corridón de José Escolar con el mayoral a hombros junto a Javier Castaño y con un toro de vuelta al ruedo, lo mismo que en Barcelona con el cerdete de Domingo Herrnández. Toros y toreros y la plaza llena. Y qué decir de la novillada de Moreno Silva, ganadería expulsada de Madrid por haber traído un corridón el año pasado. Veinte varas entre los seis novillos, quinientos y pico quilos de peso de promedio y tres toreros enfrente. Quizás haya que pensar en mandar también lo de Escolar y lo de Moreno Silva al matadero, porque la verdad es que no conviene que salgan ni estos toros ni estos toreros, porque desarman bastante el tinglado de todos estos moncholis, que tan bien saben que eso no es lo que debe ser.

“Simplemente se puede comprobar el gran fracaso ganadero, en que ni en la de Escolar ni en la de Moreno Silva se pidió ningún indulto”, dirán.


Calle de Valverde - Madrid