lunes, 4 de julio de 2011

Bien los zacarías, mientras el maestro García hacía la pelota a Molés

El paseíllo

José Ramón Márquez

Lo propio es tirar con bala contra la novillada de hoy por juampedrera, que ya está bien, que se dice pronto el centenar de toros de tan detestable procedencia como llevamos vistos en lo que va de temporada en Madrid. Eso es lo que sale así, a las primeras de cambio, que nada más ver la corrida que anunciaban ya nos estábamos acordando de la carta que le ha escrito el Rosco al delicado Abella, a quien sus íntimos llaman Abeya, en la que le plantea un montón de cosas en las que el feliz Abella no es competente, pero que contiene una verdad totalmente innegable cuando dice lo de que sin toro no hay espectáculo posible.

En esas estábamos cuando salió el primero. Si uno compara a ese primero con el del July del otro día en Burgos, al que humorísticamente decían en El Mundo que había matado de ‘estocada superior y un descabello’, pues resulta que el novillo era un toraco de los de quitar el hipo, y así los cinco siguientes, que la corrida estaba muy bien presentada, falseados sus pesos a la baja por los vericuetos del oscurantismo que rodea todas las cosas taurinas, limpia de pitones (a ver cuantas plazas pueden decir eso al día de la fecha) y muy lustrosa. Los novillos pertenecían a Manufacturas Morata, S.L., pero en realidad eso significa don Zacarías Moreno, ganadero de Morata de Tajuña, y la procedencia, como ya se dijo más arriba, a juampedro, ese indigesto ingrediente que se nos repite sin cesar.

Y los novillos, además de bien presentados, tuvieron sus cosas. Por ejemplo, lo rápidamente que se iban al caballo y la forma en que empujaron e incluso derribaron. Por ejemplo, la forma de acosar a los peones a la salida de los pases. Por ejemplo, la manera en que levantaron los pies del suelo u hostigaron a sus matadores cuando estos se quedaros descubiertos y los novillos se dieron cuenta de dónde estaban. Y con toda esa porción de cosas, por mi parte le doy el aprobado a la corrida, que hizo lo que, en general, pensamos que deben hacer los toros de lidia, que es crear problemas. Es cierto que la corrida tuvo más movimiento, en general, en los dos primeros tercios, pero la misión del matador es enterarse de las condiciones del oponente y tratar de hacerle lo que el bicho precisa, no lo que se trae pensado del hotel. La nota mala, que también hay que ponerla, es para el primero, que se echó al final de la faena de muleta, y para el sexto, que se desplomó a los pies del caballo.

Los novilleros eran Luis Miguel Casares, Juan del Álamo y Víctor Barrio. De los tres, el tercero es la tercera vez que pasa por Las Ventas en lo que va de temporada y me parece que cada vez ha sido un poco menos interesante. Estuvo por allí con sus dos novillos y recibió aplausos del respetable. No dijo nada. Debería ya pensar en tomar la alternativa.

Juan del Álamo en realidad se llama Jonathan Sánchez Peix, y es de Ciudad Rodrigo. Estuvo en el estilo ajulianado que impera entre los jóvenes que tienen más interés en el dinero que les puede dar el toreo que en el toreo como forma de llegar al dinero. Con su pan se lo coma. No dijo nada interesante.

Luis Miguel Casares tiene bastante menos oficio y claridad de ideas que los otros de la terna. Pagó su descuido con una cornadita. Tampoco dijo nada digno de ser reseñado.

***

Al final de la corrida, mientras se van las cuadrillas, la banda del maestro García ataca las notas del pasodoble titulado “Manolo Molés”. Se ve que no hay, entre tantos miles de pasodobles, otro para interpretar en Las Ventas que ése.

Suerte de varas