viernes, 8 de octubre de 2010

Viaje inolvidable

Pepe Cerdá


Cuando vivía en el Colegio de España de París, allá por el año noventa del siglo pasado, conocí a un matemático, que vivía también en el colegio, cuyo nombre no recuerdo. Recuerdo que no hablaba mucho, mejor dicho nada, y que llevaba la camisa con todos los botones abrochados. Era alto, con el pelo largo y despeinado y vestía ropa más que pasada de moda, mejor dicho vestía una ropa que jamás había estado de moda. Pantalones de tergal del color marrón mas feo de los marrones que por cortos enseñaban unos calcetines del color más inadecuado que pueda imaginarse.

En cuanto a su relación con los demás no pasaba de lo presencial. Él bajaba a la sala que teníamos para reunirnos y se sentaba a nuestro lado o permanecía de pie a una cierta distancia, pero jamás decía nada ni intervenía en nuestras conversaciones o juegos de cartas (casi siempre jugábamos a al “pocha”, juego del que he olvidado las reglas completamente.) Nos habíamos acostumbrado a su presencia y lo considerábamos uno más. Cada uno es como es.

Por su aspecto y actitud podía deducirse que no le importaba otra cosa que sus matemáticas.

Un día en un aparte me habló. Mi sorpresa fue mayúscula.

-¿Tú eres de Zaragoza, no?

-Sí, acerté a responderle balbuceante.

-¿Sueles ir en coche de vez en cuando, no?

- Pues, sí.

- ¿La próxima vez que vayas me podrías llevar?.

-Sí, sí, claro...

Y dio por terminada la conversación.

A la semana tuve que realizar el viaje y se lo comuniqué.

-Pasado mañana salgo para Zaragoza. Si aún quieres venir te llevo.

-De acuerdo. ¿A qué hora salimos?

-No sé... a las siete de la mañana. ¿Te parece bien?

-De acuerdo.

A los dos días, a las siete me esperaba en la portería del colegio con una pequeña maleta. Nos montamos en el coche aparcado en el cercano Boulevard Jourdan y comencé el viaje.

Él se sentó a mi lado, agarró con firmeza el agarradero de su derecha. En la primera media hora, tal y como lo esperaba ni dijo ni una palabra. Aunque, sin embargo, se tiró no menos de cinco o seis sonorísimos pedos que aún hacían más cómica la gravedad de su semblante.

El viaje París-Zaragoza en coche lleva no menos de once horas de conducción, así que imagínense el panorama: ¡once horas encerrado en el pequeño habitáculo de mi Opel Kadet con aquél ciudadano! Intenté iniciar algunos temas de conversación pero cada una de mis preguntas era contestada con un monosílabo. Por lo que le pregunté directamente por su trabajo.

-Estudio el comportamiento de los planos en la quinta dimensión.

-Pues cuéntame un poco -le dije.

-¿Para qué?

-No sé. Por hablar de algo.

-Mira. Cuando yo llego a alguna conclusión lo publico en una revista científica. De los cien matemáticos de mi nivel en este asunto del mundo, lo pueden comprender, y no sin esfuerzo, apenas media docena. ¿Qué sentido tiene que te lo cuente a ti?

-Pues tienes razón.

Y en el más absoluto silencio continuamos el vieja hasta Zaragoza. Silencio sólo roto por alguna larga pedorreta.

-Prrrrrrrrtttt...