Fernando Carrasco
Abc de Sevilla
—Ha vivido usted, por varias razones, una temporada muy dura.
—Muy dura, muy dura. El comienzo de temporada no fue el que yo hubiese querido. No empecé el año bien y, sobre todo, no se dieron bien las cosas en Sevilla ni Madrid. Y a título personal, la enfermedad de mi padre, una persona que siempre me ha apoyado y en la que yo me he apoyado. Su fallecimiento fue un palo muy duro.
—Sin embargo, fue capaz de venirse arriba en lo profesional y en lo personal.
—Afortunadamente así fue. Tras la muerte de mi padre me centré totalmente en el toro y a raíz de sustituir a José Mari Manzanares en Madrid, la temporada fue creciendo y ha terminado en una línea muy alta y de regularidad. Tanto que ha sido la temporada más regular en mi carrera.
—¿Más que en 2004 y 2005?
—Sí, porque en esos años, y en otros, cuajaba toros, toros importantes, pero quizá no con la rotundidad de este año. La recta final de temporada, con triunfos en Salamanca, Murcia, Albacete, Logroño, Barcelona, Zaragoza... ha sido extraordinaria. Vamos, si hubiese empezado así de fuerte, habría sido una temporada modélica.
—Pero ahí está el mérito, haberse sabido sobreponer a las circunstancias profesionales y personales.
—Pues sí, porque triunfar de la manera que lo he hecho... me ha costado mucho convencer al público, que parecía haberse contagiado de esa ola negativa que habían puesto sobre mí. Por eso tiene mérito. Creo que estoy mucho mejor que antes, entendiendo toros que, si me llegan a salir a lo peor a principio de año, se me hubiesen ido. Ha sido un final de temporada muy bueno y, lo mejor de todo, he acabado con las ideas frescas, con mucha ilusión y moral y deseando que llegue la próxima.
—Y eso que muchos le daban ya por «desaparecido en combate». Vamos, perdido para la causa.
—(Ríe). La verdad es que ha habido momentos en mi temporada muy duros. Creo que en el toreo he hecho cosas muy importantes, en el toreo creo que he escrito algún reglón bonito y algunas veces parece que eso se olvida de un plumazo. Lo malo de todo es que esos bajones, esas rachas malas, te cojan en ferias importantes. Cuando coges una racha negativa, te levantan un pie y enseguida te quieren levantar el otro. Esto es una lucha continua. Hay toreros que son unos elegidos, tocados por la varita y no tienen por qué estar al pie del cañón todos los días y otros, la mayoría, que sí y siempre a un nivel muy alto. ¿Por qué? Porque hay mucha competencia, toreros nuevos que están saliendo y con mucha frescura. Y no puede uno descuidarse.
—Pero cuando alguien como usted ha hecho lo que ha hecho en el toreo hasta ahora, parece que en cuanto se descuida en un cuarto de hora le quieren pegar la voltereta...
—Yo creo que eso es así en el mundo del toro y en cualquier profesión. Cuando uno se esfuerza por salir adelante, por hacer las cosas bien, cuando no salen parece que el que te equivocas eres tú, que ya no eres el que eras. Y todo tiene su lógica. Las exigencias cada día son mayores. Cuando estás abajo, el público te ayuda, está apoyándote y ven muchas más virtudes que defectos. Y cuando estás arriba te exigen como figura. Y las virtudes, cuando te las reconocen lo hacen bien... pero cuesta mucho trabajo que te las reconozcan. Pero esa es la ley del toreo. Y reconocer que todos esos que te exigen ahora también te ayudaron para que llegase uno arriba.
Abc de Sevilla
—Ha vivido usted, por varias razones, una temporada muy dura.
—Muy dura, muy dura. El comienzo de temporada no fue el que yo hubiese querido. No empecé el año bien y, sobre todo, no se dieron bien las cosas en Sevilla ni Madrid. Y a título personal, la enfermedad de mi padre, una persona que siempre me ha apoyado y en la que yo me he apoyado. Su fallecimiento fue un palo muy duro.
—Sin embargo, fue capaz de venirse arriba en lo profesional y en lo personal.
—Afortunadamente así fue. Tras la muerte de mi padre me centré totalmente en el toro y a raíz de sustituir a José Mari Manzanares en Madrid, la temporada fue creciendo y ha terminado en una línea muy alta y de regularidad. Tanto que ha sido la temporada más regular en mi carrera.
—¿Más que en 2004 y 2005?
—Sí, porque en esos años, y en otros, cuajaba toros, toros importantes, pero quizá no con la rotundidad de este año. La recta final de temporada, con triunfos en Salamanca, Murcia, Albacete, Logroño, Barcelona, Zaragoza... ha sido extraordinaria. Vamos, si hubiese empezado así de fuerte, habría sido una temporada modélica.
—Pero ahí está el mérito, haberse sabido sobreponer a las circunstancias profesionales y personales.
—Pues sí, porque triunfar de la manera que lo he hecho... me ha costado mucho convencer al público, que parecía haberse contagiado de esa ola negativa que habían puesto sobre mí. Por eso tiene mérito. Creo que estoy mucho mejor que antes, entendiendo toros que, si me llegan a salir a lo peor a principio de año, se me hubiesen ido. Ha sido un final de temporada muy bueno y, lo mejor de todo, he acabado con las ideas frescas, con mucha ilusión y moral y deseando que llegue la próxima.
—Y eso que muchos le daban ya por «desaparecido en combate». Vamos, perdido para la causa.
—(Ríe). La verdad es que ha habido momentos en mi temporada muy duros. Creo que en el toreo he hecho cosas muy importantes, en el toreo creo que he escrito algún reglón bonito y algunas veces parece que eso se olvida de un plumazo. Lo malo de todo es que esos bajones, esas rachas malas, te cojan en ferias importantes. Cuando coges una racha negativa, te levantan un pie y enseguida te quieren levantar el otro. Esto es una lucha continua. Hay toreros que son unos elegidos, tocados por la varita y no tienen por qué estar al pie del cañón todos los días y otros, la mayoría, que sí y siempre a un nivel muy alto. ¿Por qué? Porque hay mucha competencia, toreros nuevos que están saliendo y con mucha frescura. Y no puede uno descuidarse.
—Pero cuando alguien como usted ha hecho lo que ha hecho en el toreo hasta ahora, parece que en cuanto se descuida en un cuarto de hora le quieren pegar la voltereta...
—Yo creo que eso es así en el mundo del toro y en cualquier profesión. Cuando uno se esfuerza por salir adelante, por hacer las cosas bien, cuando no salen parece que el que te equivocas eres tú, que ya no eres el que eras. Y todo tiene su lógica. Las exigencias cada día son mayores. Cuando estás abajo, el público te ayuda, está apoyándote y ven muchas más virtudes que defectos. Y cuando estás arriba te exigen como figura. Y las virtudes, cuando te las reconocen lo hacen bien... pero cuesta mucho trabajo que te las reconozcan. Pero esa es la ley del toreo. Y reconocer que todos esos que te exigen ahora también te ayudaron para que llegase uno arriba.
—Hablaba de la tarde de la sustitución en Madrid. Ahí empieza a cambiar todo este año...
—Supuso el punto de inflexión en mi temporada. Yo termino San Isidro, las cosas no salieron y yo no estaba bien. Me llamaron el día antes si quería coger la sustitución de Manzanares. Me causó sorpresa pero creo que esa decisión iba con doble filo. Yo siempre voy un paso más allá. Había gente que decía que «aquí va a entregar ya la cuchara». Pero como me gustan los retos, dije que sí. Sabía que esa corrida iba a significar mucho para mí. Y a raíz de ahí, poquito a poco, he ido disfrutando mucho.
—¿Se queda con algún momento en concreto de la temporada?
—Me quedo con la regularidad que he mostrado y poder cuajar toros a gusto. He aprendido mucho este año. Y, sobre todo, haber podido hacer el toreo que yo siento y con el que transmito mis sentimientos. Esa regularidad me ha servido de mucho, porque he sido fiel a mi estilo, a mi forma de entender la vida y esta profesión.
—Supongo que en esas rachas malas que no acababan, se da uno cuenta de las personas que siguen siendo amigos y las que se alejan.
—(Vuelve a sonreír). Es en los momentos malos cuando te das cuenta de que no todo el monte es orégano. En este mundo está la familia, los amigos a los que consideras como familia, tus seguidores y tus aduladores. Los seguidores son muchos, vienen, se quedan, se van... pero tu familia siempre está ahí. Sí te puedo decir que en esos momentos malos he perdido a personas que creía amigas pero también me he dado cuenta de los que de verdad me quieren. No obstante, de las cosas malas es como se aprende.
—Y en todo esto han tenido que ver mucho Manuel Tornay y Santiago Ellauri.
—Cada torero tiene que tener una persona adecuada. Ellos saben cómo soy yo y yo sé cómo son ellos. Saben mis exigencias en el toreo. Y, lo más importante, hemos llegado a un punto que no son mis apoderados, sino que somos amigos.
—Diez años como matador de toros. ¿Pensaba El Cid llegar donde ha llegado?
—Soy un privilegiado de esto. Disfruto de mis compañeros, de mi gente, de lo que el toro me ha dado. Al toro le debo mucho, todo. A lo que he llegado es un sueño y ahora le estoy dando forma a ese sueño. También he hecho muchos esfuerzos, porque aunque uno tenga cualidades, las figuras se hacen y lo tienes que plasmar cada día, cada tarde, en el ruedo. Y en la vida.
—¿Deseando que llegue 2011?
—Loco por ello. El mes que viene voy a Valencia, Venezuela, y estaré en Colombia este invierno. Pero quiero que llegue cuanto antes la temporada para seguir la línea ascendente.
—Supuso el punto de inflexión en mi temporada. Yo termino San Isidro, las cosas no salieron y yo no estaba bien. Me llamaron el día antes si quería coger la sustitución de Manzanares. Me causó sorpresa pero creo que esa decisión iba con doble filo. Yo siempre voy un paso más allá. Había gente que decía que «aquí va a entregar ya la cuchara». Pero como me gustan los retos, dije que sí. Sabía que esa corrida iba a significar mucho para mí. Y a raíz de ahí, poquito a poco, he ido disfrutando mucho.
—¿Se queda con algún momento en concreto de la temporada?
—Me quedo con la regularidad que he mostrado y poder cuajar toros a gusto. He aprendido mucho este año. Y, sobre todo, haber podido hacer el toreo que yo siento y con el que transmito mis sentimientos. Esa regularidad me ha servido de mucho, porque he sido fiel a mi estilo, a mi forma de entender la vida y esta profesión.
—Supongo que en esas rachas malas que no acababan, se da uno cuenta de las personas que siguen siendo amigos y las que se alejan.
—(Vuelve a sonreír). Es en los momentos malos cuando te das cuenta de que no todo el monte es orégano. En este mundo está la familia, los amigos a los que consideras como familia, tus seguidores y tus aduladores. Los seguidores son muchos, vienen, se quedan, se van... pero tu familia siempre está ahí. Sí te puedo decir que en esos momentos malos he perdido a personas que creía amigas pero también me he dado cuenta de los que de verdad me quieren. No obstante, de las cosas malas es como se aprende.
—Y en todo esto han tenido que ver mucho Manuel Tornay y Santiago Ellauri.
—Cada torero tiene que tener una persona adecuada. Ellos saben cómo soy yo y yo sé cómo son ellos. Saben mis exigencias en el toreo. Y, lo más importante, hemos llegado a un punto que no son mis apoderados, sino que somos amigos.
—Diez años como matador de toros. ¿Pensaba El Cid llegar donde ha llegado?
—Soy un privilegiado de esto. Disfruto de mis compañeros, de mi gente, de lo que el toro me ha dado. Al toro le debo mucho, todo. A lo que he llegado es un sueño y ahora le estoy dando forma a ese sueño. También he hecho muchos esfuerzos, porque aunque uno tenga cualidades, las figuras se hacen y lo tienes que plasmar cada día, cada tarde, en el ruedo. Y en la vida.
—¿Deseando que llegue 2011?
—Loco por ello. El mes que viene voy a Valencia, Venezuela, y estaré en Colombia este invierno. Pero quiero que llegue cuanto antes la temporada para seguir la línea ascendente.