sábado, 30 de marzo de 2024

Hughes. Vinicius contra lo cerril



Hughes


(Aviso cariñoso al lector: el artículo contiene bastante comentario futbolístico, aunque no sólo)


No es casualidad que el lío con Vinicius se formara con ocasión de una visita del Madrid al campo del Atlético. Avisó Koke: «Si Vinicius celebra bailando, habrá lío». La polémica por entonces, año 2022, estaba en el baile y alguien en El Chiringuito añadió: «Que no haga el mono». Algo así.


Efectivamente, se lió.


En el desarrollo de la polémica que tiene a Vinicius de objeto participaron dos fuerzas: una, el antimadridismo primario que tiene su centro en Madrid, y no en Barcelona. El sindicato de periodistas colchoneros, diseminado con desproporción por los medios, comenzó su guerrilla. Si no han sido capaces de oponerse realmente al fondo de su estadio ni al antifútbol de su entrenador-gurú, ¿lo iban a hacer con el asunto Vinicius, que además osó ponerse chulo y respondón?


El colchonerismo tiene bula ética y bula futbolística. La dispensan los medios. Hasta el antimadridismo es centralista y de ahí salieron las corrientes nerviosas, espasmos imitativos que explican lo de Valencia no mucho después. El antimadridismo valencianista tampoco es nuevo. Comenzó seriamente con Paco Roig, radiopredicadores de alcance local y la televisión autonómica. El resultado de esa frenesí populista inicial (Roig contra la Meseta) fue que el Valencia perdiera la posesión del club, ahora en manos de Peter Lim. El dueño no se sabe dónde está, pero el enemigo está en Madrid y va de blanco. Mimetizar el maltrato colchonero a Vinicius le deparó al club la peor imagen internacional.


Una fuerza ha sido el antimadridismo, tan variado y saludable que no hace falta ni hablar del Barcelona,  y la otra ha sido el espectáculo mediático, la lógica de los medios. Vinicius encarna muchas cosas y una es el fracaso de la Liga. La Liga española no es ni siquiera la liga escocesa, un eterno Celtic contra Rangers. El Madrid realmente no tiene rival. Hay que ir sosteniendo al Barça y lo que vende es el debate eternizado entre el Madrid y el no-Madrid, entre el madridismo y el antimadridismo. Eso es lo que vende, en El Chiringuito en especial, donde la cosa, como en un virus, saltó del futbolista al mono. «Que no haga el mono». En el mundo conectado de Internet y con la sensibilidad brasileña para el asunto racial, la cosa trascendería. ¿Qué iba a hacer Vinicius ante su propia gente? ¿Callar?




Vinicius, hecho show su figura, permitía la continuidad del Cristiano vs Messi de otra forma: Vinicius sí, Vinicius no. El antimadridismo la tomaría con él y el debate se amplificaría en los medios. Se había vivido años antes con Mourinho. Pero en Mourinho había algo intelectual, discursivo, narrativo, un ¿pur qué?; en Vinicius se hace muy persona, corporal, se juzgan aspectos, formas, color… Es un odio físico, gestual, instintivo. Por eso a veces es tan desagradable y llega donde se llega. El racismo (importa menos si estructural o instrumental, puntual) es expresión del antimadridismo que a su vez es expresión de algunas otras cosas.


Si Vinicius jugara en el Barcelona nada de esto pasaría. Sería un símbolo pacífico de Unicef, ídolo de la infancia, unificador de continentes; seria la sonrisa de las cajas de cereales y con su fútbol felicísimo se liberarían los pueblos y se cincelarían las prosas.


ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE EL ANTIMADRIDISMO MADRILEÑO


Es decir, sobre el Atlético. El odio que le tienen al Madrid sólo tiene parangón en el odio que la izquierda madrileña le tiene a Ayuso. Es apasionado, irracional, desmedido y a veces un poco estremecedor. Están para Vito Quiles. El Atlético de Madrid reúne a gente muy facha y progres modernos de tipo urbano. Creo que son los auténticos rojipardos porque su unión de extremos es la única exitosa. Frente Atleti y sabinismo.




Los viejos aficionados tienen una detestación del Madrid que es atávica. En su condición de sucursal del Athletic de Bilbao, parecen a veces una desembocadura futbolística del carlismo y en el Madrid sólo ven modernidad, corrupción sistémica, degeneración…. Esa especie de carlismo desplazado futbolero, que parece no haber superado la superioridad civil del Madrid de Bernabéu sobre el Atlético Aviación, se une a la de los colchoneros progres del madrileñismo sureño, de lo alternativo, barrial, del izquierdismo sociológico, en los que hay un rencor más social y desesperado. También político. El Madrid es el equipo del poder y bla, bla, bla. Hay otro antimadridismo psicologista o literario, de romanticismo del perdedor. El Madrid es el que se lleva a la rubia, el jefe, el pelota del jefe. El que organiza el timing de los semáforos. La estructura molecular de la misma vida, tronco. Habría otro antimadridismo que es, rizamiento total del rizo, el del pijo madrileño norteño que se subraya así la actitud, como quien se deja flequillo. Un roquerismo posh, como las fans de Leiva.


El antimadridismo es lícito. Está bien, son muy libres. El problema es cuando quieren convencer a los demás de sus delirios. Con Vinicius ha ocurrido eso, y ha ocurrido durante el cholismo, que ha sido como el agujero de antimateria del florentinismo. Es posible empezar a ver el cholismo como una consecuencia del propio florentinismo, al estilo en que los EEUU se fabrican a veces sus propios enemigos. El cholismo ha creado un nihilismo a la altura del constante desarrollo del fútbol de Florentino. Sus tres revoluciones del fútbol moderno, su búsqueda estratégica de la Ilusión, su innovación ha tenido enfrente una gran sombra expansiva de Nada futbolística.


El antimadridismo madrileño del Atlético es el más puro y su presencia en los medios fundamental porque conecta  el antimadridismo periférico, sobre todo el del barcelonismo, con el que tiene un acuerdo informal de colaboración. El antimadridismo colchonero da barniz moral al odio regional-separatista hacia el Madrid. Contra Vinicius, es el antimadridismo madrileño el que actúa primeramente, en conexión (diríamos, como aquel, que en simbiosis) con el entramado institucional-arbitral-televisivo.


El antimadridismo madrileño tiene la función de ocultar así muchas veces lo que el antimadridismo tiene de extensión deportiva y sociológica del 78. Las autonomías han imitado a Cataluña y el País Vasco y el antimadridismo ha pasado también a ser constante de los coros y danzas, una sensibilidad identitaria, característica y, curiosamente, común. Un pegamento de disparidades. Es una pequeña sutura divisiva no tan pequeña: igual que está el izquierda-derecha, está el madridista-antimadridista.




Sobre la importancia del colchonerismo en lo de Vinicius, baste la anécdota. Lo primero que conoció en España fue un jugador del Atlético mordiéndole el cráneo.


ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE VINICIUS


Vinicius debuta, si no recuerdo mal, en julio de 2018. Ese mes se va Cristiano. El sustituto de Cristiano, no lo sabíamos entonces, iba a ser él. En Vinicius se funda el Tercer Florentinismo. El primero es el de La Galaxia, el segundo es el de Cristiano y el tercero va a ser el de los jóvenes que se fichan cuando aun no son estrellas.


Vinicius era estratégico y su detestación no es trivial. A Vinicius, además, no se le supo ver. Hasta sus entrenadores estaban despistados, hasta Benzema lo estaba. Había en él algo irritante.


Antes debe explicarse algo. Por supuesto que hay racismo en el fútbol, pero no sólo en la grada. Para mí ha estado más en la prensa, de un modo matizado. En reservar la palabra «bestia» al mediocentro negro; en desdeñar la Francia última y penúltima por «sólo física» frente, por ejemplo, a la «técnica» croata. Está, sobre todo, en la incomprensión irritada del fútbol de Neymar y los brasileños, siempre bajo sospecha de burlón, engañoso, frívolo y poco serio.


Vinicius, que es la primera estrella brasileña que se hace realmente aquí, que llega como promesa, era un brasileño en bruto. Su fútbol ni siquiera tenía el virtuosismo que se le pide a un brasileño. Por ello no tenía disculpa: tenía la exuberancia alegre y retadora de un brasileño, pero sin su depuración técnica. Era, por ello, doblemente odioso para el cerrilismo hispano (que tiene su meca en Bilbao, ancestros del colchonerismo, donde lesionaron a Maradona y a Redondo). Vinicius era brasileño temperamental pero sin la terminación de un Ronaldinho, Ronaldo, Rivaldo, Bebeto, o incluso un primer Robinho fugacísimo. Había algo por desbastar. Un brasilerismo doblemente odioso para el espectador español, que ya digo es mayormente atroz.




Vinicius era un brasileño puro que no rompía a brasileño. Su exuberancia no tenía excusa y movía a la risa.


A Vinicius no se le supo ver. Pero Vinicius, en remontada de sí mismo (madridismo total), se afinó, rompiendo lo que era ley suprema del fútbol, que el gol no se aprende. El gol lo aprendió, y el «matao», el «qué malo es», el que despertaba hilaridad por el contraste entre sus expectativas e inicios del más prometedor  brasilerismo y sus terminaciones chapuceras, rompió a crack.


Cuando lo hizo, no encontró una Liga orquestada a su alrededor, ni una narrativa ad hoc, como Messi. No había alfombras rojas, sino el retorno al fútbol de caverna, con algunos laterales ayudados por centrales metrosexuales al rescate (Vini reveló el fondo de sadismo de algunos laterales derechos, luchó desde el principio contra los caballeros-caballeros del fútbol). El arbitraje, por supuesto, no le protegió y esa es la madre del Cordero que le ha costado alguna Liga ya al Madrid. Tampoco había un relato preparado. Ni siquiera el televisivo (la realización) pues Vinicius estuvo siempre bajo sospecha: primero por su técnica, luego por su actitud.


La que fue Liga del Jogo Bonito, con los rapsodas de Barcelona y Madrid conectados por Prisa, Cope y Movistar, se había convertido en otra Liga que penalizaba el regate, el baile y la risa, pero también la lágrima.


Si ríe, molesta; si llora, molesta. Todo en él molesta.


Pero no perdamos de vista la importancia de Vinicius: inicio estratégico y pilar del tercer Florentinismo (estrellas fichadas en la tardoadolescencia); continuación en su sola persona del Cristiano vs Messi y, más allá, sucesor de Mourinho como causa, debate, síntoma y héroe cultural a su pesar contra (expresión feliz de Carlos Esteban) los «dueños del discurso». Vini recibe en el esplendor físico de su cuerpo y de su juego el odio anti. De un modo parecido a Mourinho, Vinicius impugna imagen, relato, rivales, arbitrajes, momento táctico, ángulo de mirada, incluso una psicología colectiva. No es lo woke lo que trae sino una rebeldía liberadora contra algo fosilizado aquí. Vinicius es una rebeldía superadora.


SOBRE LO WOKE



Vinicius recibe las criticas vergonzantes del antimadridismo de izquierdas y derechas. Para el de izquierdas, el Madrid no puede ser objeto de racismo porque el Madrid es intrínsecamente racista en virtud de la leyenda negra. Para el de derechas, Vinicius trae a España lo woke del BLM y por tanto es criticable. El Madrid debería, se supone, expedientar o vender o reconvenir al jugador. Carvajalizar al chico (ojo: adoctrinarlo con el lateral derecho, que aprenda del lateral derecho ¡justo lo que él ha venido a sobrepasar!).


Esto es sorprendente. Antes de lo woke había racismo y reglas de conducta. Nunca fue bueno llamar mono a un hombre. Yo no lo escuché esto en mi vida. Pero, al parecer, si diez mil personas llaman macaco a Vinicius, él debería salir en rueda de prensa y decir: «Me ha parecido percibir cierta animosidad pigmentaria en mi contra que, he de confesar, no contribuye del todo a mi serenidad, pero no pasa nada: fúbol es fúbol».


Quejarse cuando miles de personas te llaman mono no es woke. Woke sería decir que los blancos son privilegiados, que como negro merece otro trato compensatorio o pedir que a dos personas se les trate diferente por su color. Pedir que no le llamen mono no es woke. Pero si aprovechando su dimensión de estrella internacional usara lo woke en defensa personal, haría muy bien; son los clubes del antimadridismo y sus respectivos entornos los que han abusado en el pasado de brochazos woke, progresistas y demagógicos.


En su origen, en su forma de expresarse, en su concentración de odio unipersonal cancelatorio, el antimadridismo contra Vinicius ha sido más woke, mucho más cercano en formas y maneras. Parte además, ellos sí, de considerar una situación originaria de privilegio, la del Madrid, que exige una forma de pasividad en el otro. El madridista, privilegiado por serlo, ¡racista por serlo! no puede protestar como hace Vinicius, no puede exigir igualdad, no puede sentir agravio, porque eso es contrario a la ideología que sustenta el actual tinglado del fútbol español (madridismo vs antimadridismo): el Madrid fue privilegiado en un origen remoto. Entonces, el Madrid, como hombre blanco, debe pagar su cuota de culpa mediante arbitrajes, insultos, linchamientos mediáticos, etc. La actitud del madridista ante el hecho ha de ser «no quejarse», «el madridista no puede quejarse». Ha de ser siempre Butragueño. Es decir, lo mismo que el blanco ante el BLM. No quejarse y aguantar. Por eso Vinicius, como antes Mourinho, resulta insoportable y escandaloso y excita sus técnicas propagandistas y cancelatorias puramente odiosas. Y, muy importante: el uso de la mentira.


No sé si lo woke es tan importante. Pero woke aquí,  de serlo algo, es el antimadridismo contra Vinicius.




LA ALIANZA ANTIMADRIDISTA COMO EXPRESIÓN DE UNA ESPECIE DE WOKISMO ESPAÑOL INVIVIBLE


Insistamos en esto: en el odio expresado, la falta de humor, de piedad, en la búsqueda de la denigración  y destrucción personal, que es lo que se ha intentado e intenta con el futbolista.


La campaña contra Vinicius ha tenido la intención de la peor propaganda actual. No muestran todas las faltas que se le hacen ni las agresiones, pero sacan todas sus reacciones. Sólo la mitad de la historia. Buscan su gesto polémico, su protesta. No se busca su risa, su simpatía. La historia de superación deportiva es transformada en la construcción de un monstruoso egotismo. Es asombroso esto. Por primera vez, la televisión no participa tanto de la historia de un ídolo como de la formación, en paralelo, alternativamente, de un villano deportivo.


El antimadridismo institucionalizado (hecho negocio, asunto de debate, único interés de un producto en crisis) es propaganda pura y es la espuma de la corrupción profunda del fútbol español, desde el Negreirato hasta los manejos federativos. Su irracionalidad casa perfectamente con la irracional arbitrariedad del arbitraje actual.


Pero hay más. La alianza antimadridista engloba odios diversos, como una coalición de Pedro Sánchez: un odio a España, en gran parte, o el odio a Madrid como capital, junto a otro tipo de odio en su vertiente madrileña: el odio a la excelencia (cuando es del otro), junto a un resentimiento profundo. El antimadridismo es una ideología histérica y una manifestación más o menos lúdica y espectacular del resentimiento y de la envidia, origen de cierto izquierdismo.


En cierto rechazo derechista hacia el Madrid hay un odio legítimo a la modernidad, al progresismo corporativo, al internacionalismo y a la globalización. Pero incurren en algún error que se explicará otro día.


Todo esto: propaganda, rencor, barbarie lógica, corrupción y antiespaña ha caído sobre Vinicius, el pobre Vinicius. Más la burricie en boga y la cazurrería proverbial. Vinicius contra una síntesis de cerrilismo woke, ancestral cazurrez en formas tecnológicas nuevas que parecen dotarla de razones.


ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE LA CAMPAÑA CONTRA VINICIUS


Lo peor y más indignante del caso de Vinicius no es ni siquiera el racismo, asunto sobre el que no merece ni la pena entrar. Lo peor es que estamos ante el intento de acabar con un futbolista en ciernes, que ha sobrevivido por un coraje inusual. Vinicius en la actualidad no se puede quejar de que le llamen negro o mono, pero es que antes no se podía quejar de las sucesivas faltas no pitadas. Si se queja, le sacan tarjeta. Si se vuelve a quejar, le expulsan. Si se queja al rival, repiten la imagen dejando impresión de camorrista. Si por milagro o facultades sobrenaturales supera a los rivales, las faltas, las patadas, los agarrones, y consigue marcar gol, tampoco puede celebrarlo; si lo celebra bailando y le llaman mono, tampoco puede quejarse. Provoca todo en él; su juego, su alegría, su carácter y su queja. Su espléndido ser futbolístico es una provocación.




EL MADRIDISTA ‘LAMIFICADO’: ACABOSE HUMANO SISTÉMICO


Una figura que ha vuelto a brillar por este asunto es la del madridista que asume la propaganda antimadridista. Que viene empapado de información ambiental. Es un prodigio, algo muy conseguido, como el que aplaudía a quien le encerraba. Si el antimadridismo es sistémico (el negocio del fútbol es Madrid vs Antimadrid) el madridista así es doblemente sistémico, por madridista y por antimadridista epidérmico. Es lo requetesistémico. Es del Madrid y, además, comulga con el discurso antimadrid. Es lo que en su día llamamos pipero, luego el madridista antimouriñista, el del señorío, y ahora es el que no admite a Vinicius. Un moderado del fútbol. Muy madridista, pero muy moderadamente.


Vinicius es consecuencia de una crisis. El Madrid-Barça ya no vende tanto como el Madrid-Antimadrid y Vini lucha (hasta que Yamal sea lo que promete) contra sí mismo, o, como mucho, contra sus compañeros en el Madrid. El debate sobre Vinicius parece una actualización de las querellas taurinas entre Joselito y Belmonte, polémicas así. Pero no hay rivalidad, dualidad. Vinicius no rivaliza contra otro, es Vinicius contra el Ecosistema del fútbol español. Vinicius contra lo que vomita a Vinicius. Parece decir algo de nosotros. Un espectáculo que, en gran parte, consiste en la negación, un ser contra un no-ser, algo contra su rechazo. El fútbol español deviene en esto. ¿No es raro que de una antítesis se haga un espectáculo? No es realmente una rivalidad, sino una contradicción. No un A contra B, sino un A contra No A.


Eso se encarna en Vinicius, se debate en Vinicius.


Y es algo feo. Parece un jugador contra el león del coliseo. Algo que a cualquier persona sensible le ha de parecer desagradable, tan malo como el propio racismo. O dicho de otra forma: no había que llegar al horrendo episodio del «mono, mono», ya era suficientemente malo el odio sin causa a un joven futbolista. Un debate que consiste en, de un lado, un joven muchacho que regatea, dribla, burla, corre, se equivoca (muchísimo) y lo intenta n+1 veces y, por otro lado, sus odiadores y negadores, que cargan sobre él un rencor de más de un siglo ya. ¿Quién es aquí lo woke? ¿Qué es más estructuralmente woke? ¿Qué minoría revanchista busca un sistema de compensación mediante la personificación de un agravio?


El debate Vinicius contra los otros es un instante nacional, un pequeño souvenir de aquí. Como un imán de paella, como una mini plaza de toros o una flamenca. Pero en cruel. Un turista que viniese, un aficionado que lo vea desde fuera, se podría llevar la peor imagen de nosotros. Es un retrato de un país a menudo insoportable, lleno de gente que parece no escuchar ya lo que sale de su boca.


(Nota final del autor al improbable lector que milagrosamente, como en slalom de Vinicius, haya llegado hasta aquí: soy periodista o plumilla antes que madridista, y anti-antimadridista antes que madridista, pero lo que veo no lo veo por madridista. Es por verlo que soy madridista).



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