Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El aguafuerte de asesinos de Durango es el telón de clausura a la Santa Transición.
Asesinos de hombres, mujeres y niños.
–Me llamo William Munny. He matado hombres. He matado mujeres y niños. He matado todo lo que se moviera. Y hoy he venido a matarte.
Obra cumbre del tenebrismo español, al aguafuerte de asesinos de Durango le faltó un toque Ribera con el palo del churrero de Pantoja y las tenazas del torturador de las niñas de Alcácer que completara el cuadro de la Marca España.
–Los nuestros en la calle y los vuestros en el hoyo.
¿Debió evitarse el espectáculo?
–Cuando el juez no prohíbe el acto en cuestión, ello no significa que el juez “permita la reunión” –escribe (mal) el juez Pedraz, ya no sabe uno si en auto o en tuiter, pues sus autos parecen tuis, y sus tuis, autos, que así redacta los sofismas la Generación Mejor Preparada de la Historia.
Y recuerda que el derecho de reunión no requiere “autorización previa”, pues “eso sólo acontece en regímenes dictatoriales”, aunque Pedraz ejerce en un tribunal de excepción, la Audiencia Nacional, que es a la democracia lo que Paz Padilla a la bisnieta de Hemingway.
En realidad, Pedraz es un juez de los guapos, como Marlasca, con lo que eso supone.
–Lo más justo es lo más bello –dejó sentado el oráculo de Delfos, que hoy sería Torres Dulce en la mecedora de Mose.
Marlasca y Pedraz, los más bellos, son los más justos, el uno corriendo a soltar a los monstruos y el otro custodiando sus derechos de reunión para salvar a la Constitución, que entre la carta de Mas a los corintios y la proclama de Kubati a los duranguenses es el “Juanito” (de Parravicini), la cartilla que definía al buey como animal útil al hombre por su fuerza y por su leche.
Dicen las víctimas que el aguafuerte de Durango es “la mayor vergüenza de la democracia”. Pero, socialmente, en esta España del triunfo (Marlasca, Pedraz, Torres Dulce), una víctima sólo representa el desprestigio del perdedor
Enero, 2014