Ignacio Ruiz Quintano
Abc
La patocracia occidental (invento soviético, al fin y al cabo), que ante el fracaso relativo de la pandemia ha decidido poner al mundo al borde de la guerra nuclear (¡su solución final!), desata una campaña de propaganda antitrumpiana que haría llorar de risa a Willi Münzenberg.
–Trump amenaza con un “bloodbath” si pierde la elección –canta, como coro de ranas, el orfeón mediático de los patócratas, manipulando la metáfora de un desastre económico en el sector automovilístico.
Y Trump, que siempre fue un gran detector de tontos, se convierte así en un gran detector de hijos de la gran Pé, nuestra elite.
De pronto el súbdito occidental se las echa de civilizado impostando horror a la sangre, un horror que Ruano, que lo padecía, tenía por típicamente varonil (“ese horror, por razones normales, no lo tiene la mujer”), y a lo mejor ése es el motivo de que las “democracias liberales” se inclinen del todo por la guerra nuclear, que tiene el “chic” de la modernidad. Morir asados por una de esas tríadas rusas que suenan a lluvia de perseidas debe de formar parte de las “luxury beliefs” (“creencias que imponen costes a las clases bajas permitiendo a las clases altas presentarse como sofisticadas y éticamente superiores”) acuñadas por el Rob Henderson de Troubled: A Memoir of Foster Care, Family, and Social Class (“su notable resiliencia es un tributo al ejército estadounidense”, dice de él el Post), para quien la clave de los problemas actuales de las sociedades occidentales está en la evolución que han sufrido las élites.
–La forma moderna de ganarse la admiración social o, al menos, de no perder el trabajo, la posición o la reputación, es compartir creencias de lujo.
De la importancia de Henderson nos deja un detalle su amigo David Román: “Su idea de ‘ideologías de lujo’ tiene página en Wikipedia, pero él no.”
¡Baños de sangre! Qué ordinariez, suspira el votante de la “democracia liberal”, engorilado porque ha visto “Oppenheimer”. Y se suma a la indignación antitrumpiana, no importa que Trump hablara de coches. En la Revolución, un fino abogado, Barnave (“el más indicado por su talento para ser un orador a la manera de los ingleses”), se perdió, dice Madame de Staël, para el partido de los aristócratas por culpa de unas palabras imprudentes: los linchamientos por la “canaille” del ministro Foulon y de su yerno, el intendente Bertier, horrorizaron a Babeuf y al mismísimo Ángel de la Muerte, Saint-Just, y entonces Barnave soltó su infame grito: “Después de todo ¿tan pura era su sangre?”
–Su destino quedó marcado por aquella expresión condenable –leemos en sus “Consideraciones”–. Todos los periódicos y discursos de “derechas” la sacaron en portada, y su orgullo se sintió tan irritado que se le hizo imposible pedir perdón sin sentirse humillado.
Para parar el “bloodbath” de Trump, Macron ya monta a “Marengo”; Scholz ensaya la “Blitzkrieg”; y nuestra Monja Alférez nos dice que todos a la guerra.
[Martes, 19 de Marzo]