Francisco Javier Gómez Izquierdo
Rafael, que a pesar del nombre no es de Córdoba, sino de Niebla, ha dicho esta mañana que los aletistas (Rafael dice aletistas, madrilistas y a los primeros de la media marathón, primates carreristas) son de otra casta. Rafael lleva el escudo del Atlético de Madrid tatuado sobre la tetilla izquierda y es cosa ésta que me llamó la atención cuando en la piscina del Asland le vi el tatuaje hará 30 años cuando sólo se emborronaban las pieles los presos, los marineros y los legionarios. Cuando el fútbol era respetuoso con la liturgia, el Atlético era el equipo del contraataque. Sus defensas daban cera, pero era bonito ver conducir a Eugenio Leal y correr al Ratón Ayala. Los aletistas de Rafael se santiguan cada vez que recuerdan el doblete con Antic y Pantic y se encorajinan cuando alguien discute a Simeone, el entrenador al que han prometido querer sobre todas las cosas. El Atlético de hoy no es reconocible como criatura simeónica a mi parecer, pues tras tantos años de disciplinas defensivas, éstas se han trufado en barullos que servidor no entiende. El 2-0 en el Carranza presagiaba noche triste, pero Simeone susurraba antes de la vuelta ante el Inter como ingeniero de emboscadas y confió el gol a Morata, delantero con días desesperantes que son esos en los que parece querer reivindicar no se sabe qué. El sistema defensivo de Simeone, muy parecido al del Inter, aunque Di Marco y Drumphis no se parezcan en nada a Nahuel Molina y Lino, no acaba de cuajar. Entre Barella, formidable jugón, y Di Marco firmaron un gol al que un Inter setentero le hubiera bastado para salvar la eliminatoria y que al Atlético de Godín no lo hubieran marcado. Simeone vio que con Morata no había remedio y apostó por Correa y Menphis, al que servidor le ve velocidad y cañones en las piernas. El partido estuvo emocionante, quizás el de mayor incertidumbre de los octavos, y tuvo a los corazones atléticos esprintando durante 120 minutos. Menphis alegró una actuación que sin ser reprochable amenazaba disgusto. La remató Oblak que confesó que si los penaltis se tiran bien, son imparables. El gozo que siente la hinchada colchonera, sumida de continuo en un derrotismo que ya acoge como estado natural y familiar, como si el sudor de los atléticos oliera bien, no tiene parangón. No gana títulos pero se alza con partidos épicos e inolvidables y la alegría que desborda te deja pegado a la pantalla como si estuvieras ante un batallón de locos.
Tras los octavos, tres de los nuestros a cuartos, cosa que no está nada mal. El Madrid pasa con mas pena que gloria; Barça con un buen día de sus mocetes; lástima de la Real, doloroso juguete entre las piernas de Mbappé. El Bayern, el City, llegan donde deben y se les supone. Es novedad la llegada del Arsenal, empujado por David Raya, un portero que lleva la bandera de España en sus guantes parapenaltis. El Dortmund, quizás sea la perita que todos quieran para cuartos, pero de semejante avispero no es conveniente fiarse.