Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Creo que era el arranque de “La guerra de los Rose”, ya sin Reagan, gran contador de chistes de abogados: “¿Que son cien abogados en el fondo del mar? Un buen comienzo.”
Dos mil abogados del mundo entero se han reunido esta semana en Madrid, que no tiene mar (espectáculo que puede compensarse con un paseo en barca por el estanque del Retiro oliendo percebes), para celebrar lo que ellos (los abogados) llaman “el Estado de Derecho”, expresión que yo comencé a oír (¡otro buen comienzo!) al entrar a la Universidad. Uno venía de la provincia y aquello era la capital. Si querías estar en la pomada, tenías que decir muchas veces “Estado de Derecho”. En la Complutense que conocí podían expedientarte si decías que la “democracia representativa” era un invento de Alexander Hamilton, y el único modo de salir del lío eran las jaculatorias al “Estado de Derecho”. Nuestro experto en “Rechtstaat” era entonces el profesor Elías Díaz, quien, siendo “autónomo”, redactaba argumentos de lo más complutense, que resumo:
–No todo Estado es Estado de Derecho. Por supuesto es cierto que todo Estado crea y utiliza un Derecho. Y, sin embargo, decimos, no todo Estado es Estado de Derecho; la existencia de un orden jurídico, no autoriza a hablar sin más de Estado de Derecho. Designar como tal a todo Estado sólo lleva al confusionismo.
Y así doscientas páginas.
Hasta el señor Díaz, la palabra “Estado” designaba a toda sociedad humana en que existiera una diferencia entre gobernantes y gobernados, es decir, una autoridad política. “Las tribus de África que obedecen a un jefe –explica Duguit– forman Estados con igual título que las grandes sociedades europeas poseedoras de un aparato gubernamental sabio y complicado”.
Duguit avisó de la metafísica que impregna toda la literatura constitucionalista. Un siglo después, Gustavo Bueno podrá decir que “Estado de Derecho” es concepto metafísico, producto de una ideología gremial construida por profesores en defensa de su profesión.
Febrero, 2019