viernes, 1 de marzo de 2024

Ni pan ni agua


Karl A. Wittfogel

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


Los agenderos del milenarismo 2030 quieren dejarnos sin pan, que los romanos regalaban a su plebe siquiera para contentar a los Gracos,… y sin agua, con lo que el Estado, de origen hidráulico (diez mil años ha, en Jericó, para administrar los aljibes del regadío), completa su círculo histórico: el final es el Estado Totalitario en cualquiera de las formas de despotismo oriental (propio de la civilización hidráulica), con su acreditada eficacia para el control de masas.


Aquí España ya no tiene qué decir porque, simple colonia, somos un país de cabestros, y un cabestro de ningún modo puede volver a ser toro. La democracia como sistema de gobierno no fue sino un paréntesis pequeño en Grecia, democracia directa, y en América, democracia representativa, curiosamente dos sociedades esclavistas. El presente anticipa ya al mundo un futuro tenebroso de dictadura militar enmascarada (esas monstruosas páginas de Tácito que tanto desasosegaban a Bonaparte) cuyos primeros vagidos anuncia en lo de Tucker Carlson (al que Boris Johnson, un Capitán Araña con pintas, quería extraerle un millón de dólares por una entrevista) el director de la Fundación Freedom Online, Mike Benz. De momento, censura férrea para todos, más un arco y un carcaj de flechas para cada contribuyente, que se desvanece  como “simio acuático”, aquel animal de agua y de costa que pintó Sloterdijk. Sin pan… ¡ni agua!


El agua fue, para Santayana, el cincel que esculpió originalmente la superficie de la Tierra, pero “el cambio climático”, según los agenderos, nos privará de ella a no ser que ellos sean los encargados de administrarla y de extendernos los recibos.


Las limitaciones del comunismo serían libertad comparadas con la situación presente de la mayoría de la raza humana –escribía en 1852 Stuart Mill, cita traída a colación por Karl A. Wittfogel en su “Despotismo oriental”, un estudio comparativo del poder totalitario al que dedicó más de tres décadas que lo pusieron sobre la pista de la sociedad y el estatismo hidráulicos (control del agua) como fundamento de un despotismo sin parangón.


Terror total. Sumisión total. Soledad total. El despotismo hidráulico, una variante del poder total sin medios legales de resistir al gobierno, no tolera, dice Wittfogel, ninguna fuerza política relevante fuera de él, con éxito en lo institucional, pues bloquea el desarrollo de esa fuerza, y en lo psicológico, pues desanima el deseo del hombre de acción política independiente.


Una caricatura del estatismo hidráulico sería la teatral naumaquia hispánica con el Padre Ebro. La derecha iba a acometer su trasvase, pero la izquierda, sospechando que los adjudicatarios del obrón financiarían al partido de la competencia, lo impidió, a cambio de desaladoras que algo dejarían en el partido propio. Hoy el Padre Ebro vierte en el Mediterráneo catalán unas aguas que luego son desaladas en el Mediterráneo levantino para transportarlas por carretera a Barcelona.


[Viernes, 23 de Febrero]