viernes, 31 de marzo de 2023

Memorias de ultratumba

Chateaubriand

 

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


    Para Balzac, gran director de la comedia humana, una generación es “un drama en el que cuatro o cinco mil personas son los personajes principales”. De la del 78 deben de quedar vivos cuatro o cinco, entre ellos Ramón Tamames, que tampoco fue muy principal, lo que hace aún más lacerante la distancia moral y cultural que separó en el Congreso a la generación de Tamames, instruida en el bachiller de don Pedro Sainz Rodríguez, y a la generación actual, que parece nutrirse intelectualmente de los papelitos que salen en las galletas de la fortuna.


    Ver a Tamames reclamarse español en un escaño prestado agitaba la imaginación como la mano de Chateaubriand en sus “Memorias de ultratumba”: “Personas ilustradas no comprenden que un católico (¡un español!) como yo se obstine en sentarse a la sombra de lo que ellas llaman ruinas; según esas gentes, esto es una apuesta, un partido tomado”.


    Los medios habían tomado partido contra la ancianidad de Tamames con un renovado “Discurso a las juventudes de España”, catecismo de nuestro centro reformista, y al invitado se le veía gana de distraer el fastidio de esas últimas horas de las que nadie sabe qué hacer: “El fin de la vida –escribe Chateaubriand– constituye una época amarga: todo disgusta, porque uno no es digno de nada, no sirve para nadie y es una carga para todos; un único paso nos separa de nuestra última morada: ¿de qué servirá soñar sobre una playa desierta?”


    La playa desierta de la representación en un Estado de Partidos. Sin el elemento representativo anglosajón, el diputado no se debe al elector, sino al jefe que lo puso en la lista. En la peculiar Inglaterra, a Boris Johnson lo echaron sus diputados por un “party” en la pandemia. En la bizarra España, no ha habido manera de echar a Sánchez por confinar ilegalmente a los contribuyentes. “No taxation without representation”, fue la señal americana para la Revolución (la única que se hizo por la libertad). El propio Luis XVI, para recaudar impuestos, hubo de convocar los Estados Generales, circunstancia que aprovechó el abate Sieyes para liarla parda. Aquí, el TC acaba de avalar la facultad del Ejecutivo para decretar impuestos.

La moción de censura en un Parlamento con Banco Azul es un concurso de oratoria en una rueda de hámster. El Parlamento de Londres es íntimo e invita al lenguaje coloquial. El Parlamento de Madrid es pretencioso e invita a la declamación teatral, y como no saben actuar, leen folios (Senillosa se tronchaba recordando a un diputado que en los albores del Régimen les colocó en la tribuna un discurso… y la copia).


    Teñido de “boomer rubichi”, como todos los abuelos de España, Tamames no fue el “rubio animal de presa” nietzscheano que se esperaban los “jóvenes turcos” del “wokismo” periodístico. Fue el Ortega de guardia, y con el “no es esto, no es esto” de Tamames en San Jerónimo cae el telón de la Santa Transición (que, miren ustedes por dónde, sí era esto).

 

[Viernes, 24 de Marzo]