Un parque de Madrid, hoy
Hughes
Quien habite el gimnasio o haya vuelto con el buen tiempo, en ese eterno retorno que es como un cortejo entre el ciclo estacional y la carne blanda o macilenta, habrá podido comprobar algo en la distribución sexual de los ejercicios físicos. Una forma de especialización. Los hombres, como es costumbre, mantienen la fijación en el tren superior. Musculan tronco y brazos. Es un clásico de los gimnasios y da lugar a la complexión ridícula de grandes torsos con piernecitas de alambre, los auténticos croissants humanos. La preferencia por el trabajo pectoral da lugar a una territorialidad muy curiosa alrededor de uno de los aparatos, el banco donde se hace el press de banca. Es el gran fetiche de los aficionados y hay colas por las mañanas para dejar la toalla allí como los bañistas se pegan por extenderla en la primera línea de playa.
Mientras el hombre hipertrofia su tren superior, la mujer tiende a centrarse, preferentemente, en el inferior. El trabajo de glúteos se convierte en obsesión cultural y se les da forma y volumen devolviendo a la actualidad, siglos después, a las venus calipigias.
El resultado de todo esto para el observador cuerpo-escombro o escuchimizado, con sus bracitos de tallarín, es...
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