Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Un paisaje del cual se sale, en que todo se empequeñece y se pierde. Eso es ya el siglo XX. Pero, si hoy es miércoles, todavía disponemos de cuatro días para hacer algo que valga la pena de ser recordado en el siglo XXI.
No es fácil. La mayoría de la gente no quiere pensar, y a la que quiere hacerlo, cuando se pone, no se le ocurre otro pensamiento que dejar de fumar el día de Año Nuevo. Son los radicales de nuestro tiempo, pero no van a ningún sitio, pues si algo se puede dar por demostrado en este siglo es, primero, que en todos los trabajos se fuma, y luego, que así como el procedimiento gradual para abandonar el tabaco que recomiendan los caracteres moderados o de centro fracasa casi siempre, el procedimiento radical que propugnan los caracteres exaltados o de extremo no da resultado casi nunca.
Nadie deja de fumar como quien deja de leer el periódico, entre otras cosas porque el humo actual de los periódicos engancha bastante menos que el de cualquier cigarro. De madrugada, cuando uno se queda sin cigarros, rebusca como un loco entre las colillas, y en cambio, cuando uno se queda sin periódico, no siente la premiosa necesidad de leer el cucurucho de las castañas. Así que, en tanto que representantes del siglo XX, si aspiramos a legar alguna hazaña al siglo XXI, mejor será olvidarnos del abandono del tabaco y sopesar propósitos más modestos. Por ejemplo, la erradicación de la pobreza.
Los economistas sostienen que la causa universal de la pobreza es la falta de dinero entre quienes la padecen. Se dice que nunca ha habido tantísimo dinero suelto como ahora, y, sin embargo, tampoco ha habido tantos pobres nunca. ¿Cómo se explica esto? Pues con la misma paradoja que, según Camba, pierde al fumador. Ningún fumador, en efecto, se ha formado jamás a favor de las circunstancias, sino contra ellas, pero como las circunstancias le son ahora tan hostiles al fumador, resulta que nunca le fueron tan propicias. «Hay actualmente en el mundo una generación que aún no ha adquirido el hábito del tabaco y que, viendo las fatigas y sinsabores que en las presentes circunstancias pasan los que lo tienen —los que tienen el hábito y carecen de tabaco—, parece que debieran renunciar generosamente a la mano de Doña Leonor, pero ¡que si quieres!».
Camba escribía en plena posguerra europea, mientras que nosotros lo hacemos en plena prosperidad mundial —la globalización—, con una generación que aún no ha adquirido el hábito de la pobreza y que, viendo las fatigas y sinsabores que en las presentes circunstancias pasan los que lo tienen —los que tienen el hábito y carecen de dinero—, parece que debieran renunciar generosamente a la mano de Doña Leonor, pero...
En Francia, cuna del cartesianismo, mil estudiantes de ciencias económicas han firmado un manifiesto contra la enseñanza «despegada de la realidad» y contra el «uso incontrolado de las matemáticas». Vamos al siglo XXI con las mismas ideas religiosas del siglo XIII y con las mismas ideas políticas del siglo XVIII, y estos estudiantes denuncian que la economía científica intimida con ecuaciones a la economía política, que los profesores no dejan que la realidad pueda estropearles una buena teoría y que la Universidad no fomenta el espíritu crítico entre los ciudadanos, como si la Universidad, los profesores y las ecuaciones no se hubieran inventado para acabar con eso que los estudiantes franceses llaman ahora espíritu crítico y que las mujeres, en general, siempre llamaron armario de luna.
Los estudiantes franceses quieren poner ante la realidad un armario de luna, sin darse cuenta de que no hay realidad ni armario que lo aguante. La realidad, aunque sea una realidad tan pujante y tan próspera como la presente, acostumbra tener sus puntos de vista, que, naturalmente, difieren de los nuestros, razón por la cual, si buscamos cierto equilibrio mental y nervioso en la vida, necesitamos de un trago, de un cigarro o de una novela, por muy perniciosos para la salud que hoy en día resulten el alcohol, el tabaco y la literatura.
Cuatro días tenemos por delante para hacer algo interesante en lo que queda de siglo. Y ni siquiera sabemos por dónde empezar.
No es fácil. La mayoría de la gente no quiere pensar, y a la que quiere hacerlo, cuando se pone, no se le ocurre otro pensamiento que dejar de fumar el día de Año Nuevo. Son los radicales de nuestro tiempo, pero no van a ningún sitio, pues si algo se puede dar por demostrado en este siglo es, primero, que en todos los trabajos se fuma, y luego, que así como el procedimiento gradual para abandonar el tabaco que recomiendan los caracteres moderados o de centro fracasa casi siempre, el procedimiento radical que propugnan los caracteres exaltados o de extremo no da resultado casi nunca.
Nadie deja de fumar como quien deja de leer el periódico, entre otras cosas porque el humo actual de los periódicos engancha bastante menos que el de cualquier cigarro. De madrugada, cuando uno se queda sin cigarros, rebusca como un loco entre las colillas, y en cambio, cuando uno se queda sin periódico, no siente la premiosa necesidad de leer el cucurucho de las castañas. Así que, en tanto que representantes del siglo XX, si aspiramos a legar alguna hazaña al siglo XXI, mejor será olvidarnos del abandono del tabaco y sopesar propósitos más modestos. Por ejemplo, la erradicación de la pobreza.
Los economistas sostienen que la causa universal de la pobreza es la falta de dinero entre quienes la padecen. Se dice que nunca ha habido tantísimo dinero suelto como ahora, y, sin embargo, tampoco ha habido tantos pobres nunca. ¿Cómo se explica esto? Pues con la misma paradoja que, según Camba, pierde al fumador. Ningún fumador, en efecto, se ha formado jamás a favor de las circunstancias, sino contra ellas, pero como las circunstancias le son ahora tan hostiles al fumador, resulta que nunca le fueron tan propicias. «Hay actualmente en el mundo una generación que aún no ha adquirido el hábito del tabaco y que, viendo las fatigas y sinsabores que en las presentes circunstancias pasan los que lo tienen —los que tienen el hábito y carecen de tabaco—, parece que debieran renunciar generosamente a la mano de Doña Leonor, pero ¡que si quieres!».
Camba escribía en plena posguerra europea, mientras que nosotros lo hacemos en plena prosperidad mundial —la globalización—, con una generación que aún no ha adquirido el hábito de la pobreza y que, viendo las fatigas y sinsabores que en las presentes circunstancias pasan los que lo tienen —los que tienen el hábito y carecen de dinero—, parece que debieran renunciar generosamente a la mano de Doña Leonor, pero...
En Francia, cuna del cartesianismo, mil estudiantes de ciencias económicas han firmado un manifiesto contra la enseñanza «despegada de la realidad» y contra el «uso incontrolado de las matemáticas». Vamos al siglo XXI con las mismas ideas religiosas del siglo XIII y con las mismas ideas políticas del siglo XVIII, y estos estudiantes denuncian que la economía científica intimida con ecuaciones a la economía política, que los profesores no dejan que la realidad pueda estropearles una buena teoría y que la Universidad no fomenta el espíritu crítico entre los ciudadanos, como si la Universidad, los profesores y las ecuaciones no se hubieran inventado para acabar con eso que los estudiantes franceses llaman ahora espíritu crítico y que las mujeres, en general, siempre llamaron armario de luna.
Los estudiantes franceses quieren poner ante la realidad un armario de luna, sin darse cuenta de que no hay realidad ni armario que lo aguante. La realidad, aunque sea una realidad tan pujante y tan próspera como la presente, acostumbra tener sus puntos de vista, que, naturalmente, difieren de los nuestros, razón por la cual, si buscamos cierto equilibrio mental y nervioso en la vida, necesitamos de un trago, de un cigarro o de una novela, por muy perniciosos para la salud que hoy en día resulten el alcohol, el tabaco y la literatura.
Cuatro días tenemos por delante para hacer algo interesante en lo que queda de siglo. Y ni siquiera sabemos por dónde empezar.
Julio Camba
Un paisaje del cual se sale, en que todo se empequeñece y se pierde. Eso
es ya el siglo XX. Pero, si hoy es miércoles, todavía disponemos de
cuatro días para hacer algo que valga la pena de ser recordado en el
siglo XXI