James Lovelock
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Entre James Lovelock y Linda Lovelace me quedo con Linda Lovelace.
Ésta es una reflexión de puente de los trabajadores en el país de los parados, donde el periódico de la hegemonía cultural llama a Ullán “Luis Miguel” y “pintor”, entre nublo y nublo de primavera invernal, cuando todos los cálculos indicaban que España sería una sartén del calentamiento global.
En un ataque de platonismo hormonado, Lovelock postulaba en 2009 la supresión de las democracias en pro de unos gobiernos de sabios tan competentes como él para hacer frente a la catástrofe.
–Antes de que termine este siglo, miles de millones de personas morirán –escribió Lovelock.
Decir que miles de millones de personas moriremos antes de que termine este siglo está al alcance de un ciclista, sólo que el ciclista, sometido a un control antidopaje, no lo puede decir.
Como Lovelock no es ciclista, puede decir esa bobada y hacerse rico y famoso con ello.
Doce años después de las amenazas de Lovelock, los parados no pueden irse de puente de los trabajadores por culpa del agua y el frío, y los únicos prodigios que vendrían a anunciarnos una catástrofe se han producido en Chicago: la postal recibida por un hombre en un buzón equivocado después de 54 años (se la envió su madre en 1958) y la deslocalización de “Playboy”, la revista de Hugh Hefner, que deja la ciudad del viento para irse con su batín a Los Ángeles.
Con ese par de datos, más la cita de autoridades de Al Gore, un periodista verde te monta una guerra de los mundos en menos de lo que tardaba en persignarse un cura loco.
Y, sin embargo, no hay nada.
–No sabemos lo que hace el clima. Hace veinte años creíamos que sabíamos. Eso llevó a escribir algunos libros alarmistas, como el mío. Se supone que teníamos que estar ahora a medio camino hacia un mundo frito, pero han pasado doce años, un tiempo razonable, y la temperatura ha permanecido casi constante.
Palabra de Lovelock.
Abril, 2012