lunes, 12 de agosto de 2024

Última novillada del verano en Madrid, con Reyes, Vargas y Niño de las Monjas. Cuando sobreviene la desesperanza. Pepe Campos & Andrew Moore

 


toda fácil caída es precipicio


PEPE CAMPOS


Plaza de toros de Las Ventas.

Domingo, 11 de agosto de 2024. Séptima y última novillada del verano, segunda en horario tradicional de los domingos. Menos de un cuarto de entrada. Un día después de San Lorenzo, con ese calor.


Novillos de Paloma Sánchez-Rico, de procedencia Clairac. Bien presentados. Mansos y nobles. Escasos de fuerza. Astifinos. Corniveletos el primero y el sexto. El primero, castaño, de buena condición. El segundo abanto y tardo. El tercero, flojo y remiso. El cuarto, inválido. El quinto, muy flojo. El sexto, pronto y avisado.


Terna: Rafael Reyes, de Córdoba, de azul marino y oro, con cabos blancos; silencio tras un aviso y silencio tras aviso; de treinta años; en 2023, seis festejos. El Niño de las Monjas, de Carlet (Valencia), de blanco y oro; tres avisos y saludos; de veinticuatro años; en 2023, tres festejos. Uceda Vargas, de Gerena (Sevilla), de tabaco y oro, con cabos blancos; saludos y silencio; de veinticuatro años; en 2023, trece festejos.


Suerte de varas. Picadores: Primer novillo —Juan Carlos Sánchez—, primera vara, trasera y caída; segunda vara, trasera tras rectificar. Segundo novillo — Santiago Morales ‘Chocolate’—, primera, detrás de la cruz; segunda, muy trasera dándole al novillo. Tercer novillo —Juan Miguel López—, detrás de la cruz, rectifica, trasera, dándole; segunda, trasera y caída, fuerte y tapando la salida. Cuarto novillo —Antonio Peralta—, la primera, picotazo, detrás de la cruz y caída ‘de posaderas’ a plomo del picador ‘tumbón’; la segunda, detrás de la cruz, dándole; una tercera, detrás de la cruz, recetándole al novillo de mala manera. Quinto novillo —Pedro Manuel Muñoz—, la primera, trasera; la segunda, detrás de la cruz y pierde las manos el novillo en la salida. Sexto novillo —Antonio Joaquín Carrasco—, la primera, trasera —deslomando— a novillo entrado en el peto; la segunda, muy trasera, rectifica, vuelve a ser trasera, derrengando.


La ganadería de Paloma Sánchez-Rico venía a Las Ventas con cierto predicamento y lo que se vio ayer tarde del juego de sus novillos dejó a la afición en la mayor de las desesperanzas. Ausencia de toda esperanza porque los astados —muy bien presentados, por cierto, y con los pitones afilados— se vinieron abajo tras las primeras acometidas que sufrieron en el ruedo venteño. Unos embates sobre los bóvidos que fueron emprendidos por los novilleros, por el peonaje y por parte de los del castoreño. Casi nada bien se les hizo a los novillos de Sánchez-Rico y esto —las malas lidias— no es una novedad en los tiempos taurinos que vivimos. Tanto es así que la memoria comenzó a actuar en algunos aficionados y vino el recuerdo de otros tiempos y otros subalternos, que lidiaban con eficacia a finales de los años setenta y comienzos de los años ochenta, del siglo pasado, en las corridas duras del verano madrileño, como Roberto Camarasa, Alfonso Ordóñez, Orteguita, Pacorro, Curro de la Riva o Rafael Redondo. O Miguel Atienza, si rememoramos a los del castoreño. Aquellas lidias posibilitaban posibles faenas de muleta. No es que sucedieran estas, pero podían suceder. No es que todo tiempo pasado sea mejor, pero lo que hemos padecido durante este verano en las novilladas de Las Ventas debe hacer reflexionar, porque las lidias de los banderilleros han tocado fondo y las arremetidas de los picadores sobre los novillos han consistido en eso, en agresiones. Cierto que ayer tarde los astados de Sánchez-Rico no desarrollaron bravura, ni mostraron un ápice de fuerza, pero puede que algo de esto último, del derrumbe que sufrieron al llegar a la suerte de banderillas, y durante las mismas, en cierto modo tenga que ver con el tratamiento al que fueron sometidos, un trato con los capotes y con las varas como si fuera ‘trato de cuerda’, y, por último, el remate con los rehiletes. Porque la culpa de todo está en el toro. Que si tiene muchos pitones, que si no se deja, que mira mucho, que no colabora, que es informal, etc., un dechado de animal malo, demoníaco, y que hay que llevar al matadero. Entonces, durante la lidia, la receta es darle cera en todo momento, de cualquier manera y con todas las armas o engaños a disposición de los lidiadores. Esto es lo que vemos normalmente, porque parece ser que nunca sale un novillo o toro ‘que sirva’, que tenga finales, que coloque la cara, que tome los ‘chismes’ como si fueran caramelos. Toda una jerga del buenismo taurino —que va creando conciencia— y que tendrá que entrar en la siguiente edición de El léxico español de los toros de José Carlos de Torres, para que los aficionados a los toros del futuro entiendan semejantes conductas de laboratorio.


Ese laboratorio se encuentra en los tentaderos y en la selección que se hace del ganado. Un ganado que debe ser dócil, abandonar toda fiereza y comportarse como ganado de granja. Ese es el ganado que gusta a las figuras del toreo que van recorriendo España en galas. Desde esa perspectiva para los novilleros, los subalternos e incluso para los neo-aficionados todo astado que salte a un ruedo y sea áspero hay que mal lidiarlo, porque es un animal con mal gusto, con negativas tendencias y bastardas intenciones. En definitiva, una ordinariez. Por el contrario, el toro debe ser suave, afable y sumiso. Humillar y obedecer. Seguir la senda. A partir de ese momento ya se le puede destorear a gusto. No entremos en esto del destoreo practicado por ciertas figuras. No toca. Sí, debe preocupar que el toro bravo está en el camino de la desaparición. Cada día está más acosado y menos valorado. Tanto que las ganaderías duras puede que hayan entrado en una crisis, pues se lidian menos corridas de determinados orígenes y comportamientos, y cuando salen a las arenas de los cosos muestran escasez de fuerzas y pautas cercanas a la mansedumbre. Toda una reflexión a realizar. Puede que el mercado cerque a estas ganaderías. Tal vez, incluso, intentan refrescar para acondicionarse a los nuevos gustos de lo correcto en lo taurino, en búsqueda de un animal que desarrolle buena conducta y buen gusto. Pero no, precisamente, el gusto clásico del que habla Natsume Soseki en «Nowaki», ese gusto «elemento esencial que impregna —que impregnaba— todos los aspectos de la vida», que está siendo erradicado, para sustituirlo por otro gusto, el gustillo aparente, de fachada o de obediencia (la humillación del toro). De los novillos de ayer, nobles, hay que decir que no eran del todo disciplinados, pues embestían con la cara alta —por ejemplo, el bello ejemplar, primero, y el segundo— o daban tarascadas tras las malas lidias —el tercero— o estuvieron sobre aviso a cualquier otra persecución cautelosa por parte de los humanos —el sexto—. Mirado así, los novillos de Sánchez-Rico aún conservan o conservaron un gramo de lo indomeñable, indómito o indoblegable de su propia naturaleza de «Bos taurus».


Entrados en el análisis de lo desarrollado por los matadores de novillos, se puede apuntar que no estuvieron acertados, ni parecieron querer estarlo. Entre los tres novilleros sumaron en 2023, doce paseíllos. Poco bagaje para ser anunciados en Las Ventas. Sabios hay en la empresa Plaza 1. Ellos sabrán por qué y para qué. Por nuestra parte decir que Rafael Reyes, no estuvo a la altura de su primer buen novillo, precioso animal, noble, algo escaso de fuerza —no se comía a nadie—, que se defendió en algún momento ante los engaños de Reyes, que no le llevaban por el camino adecuado, acaso debió ser a media altura pues el astado tuvo tendencia a no humillar, y la tauromaquia está para resolver esos aspectos que surgen en el guión. Reyes ahogó al novillo que se fue quedando sin recorrido. Un recorrido que tenía y se le sacó, muy suave. Los pitones del animal impusieron precaución en el novillero. Lo mató en la suerte contraria, de dos pinchazos y una estocada baja en la suerte natural. En el cuarto, de condición blanda, no lo hizo pasar con la muleta, empleó la técnica de las afueras y el despego o desvinculación. Mató de dos pinchazos en la suerte contraria, el segundo caído y dos descabellos.


El Niño de las Monjas, recibió a su primer enemigo a porta gayola. El novillo era abanto y la suerte se hizo esperar. Era noblón, con la cara alta. De haberle hecho bien el trasteo, el astado podía haberle regalado cierta épica y haberle aportado importancia a la labor. Mucha puesta en escena y poco contenido. Un quiero y no puedo. Todo en los medios. Mucha parsimonia. El novillo se quitaba el engaño y no quiso colaborar. Pudo haber muerto de media estocada caída y tendida, y cinco descabellos, pero sonaron los tres avisos y volvió al corral de manera penosa, en bochornoso espectáculo. En el quinto, El Niño de las Monjas, volvió a los tiempos muertos y aparecieron sus voces, unos aullidos tremendos que el novillo no quiso entender. Aparte, no podía obedecer a la muleta retrasada y al pico, y a las afueras, y el astado preceptuó al novillero enganchones y tarascadas. Murió, esta vez sí lo mató, de un pinchazo caído en la suerte contraria y de una estocada atravesada y delantera en esa misma suerte.


Uceda Vargas, que vestía de tabaco y oro que se convertía en berenjena, a su primer novillo, noble y sin fuerza, que se defendió tras una insufrible suerte de varas, lo ahogó. Y todo quedó en una nada, resuelta con dos pinchazos en la suerte contraria y un bajonazo en la natural. En el último novillo de la tarde, el más interesante de comportamiento, informal y avisado, con nervio y prontitud, si bien, no dejó de ser noble, le aplicó una faena de aliño por las lejanías ante tanta ingratitud mantenida por el burel que había sido deslomado por el piquero. Vargas lo mató de dos medias estocadas en la suerte natural, entremediado por un pinchazo, más dos descabellos.






ANDREW MOORE












FIN