Ignacio Ruiz Quintano
Abc Cultural, 2011
Para ponderar el proverbial orgullo portugués, el conde Keyserling, en su “Análisis espectral de Europa”, anotó: “Cuando el terrible duque de Alba penetró en Portugal en 1580 a la cabeza de su ejército, que por entonces era el más formidable de Europa, mandó a sus tropas que se detuvieran delante de un puente. Corría por allí un pequeño portugués, de aspecto muy insignificante. Sombrero en mano, se adelantó hacia el duque de Alba y le dio a entender cortésmente que por él no se detuvieran: “Passai, passai, que nâo vos farei mal.” Ese gesto, realizado sin duda con seriedad y sinceridad, servía para expresar el orgullo del... enano.” Parecerá una exageración –portuguesa, naturalmente–, pero yo alguna vez he soñado que ese puente en que el enano mira por encima del hombro al Gran Duque es el Puente de Saramago, y que el propio Saramago era el enano. Saramago es tan español que, comiendo de España, para no tener que decir España urde una futura anexión española de Portugal que daría lugar a una cosa que ya no se llamaría España, sino... Iberia. Esta Iberia, sin embargo, no daría para “legalizar” el preterido nombre de Iberoamérica, continente que, a instancias de Saramago, pasaría a llamarse definitivamente, no América Latina, como han impuesto los franceses entre la progresía mundial para justificar su “imperialito” en Méjico, sino América del Sur. Dicen que a la mano de Saramago para los nombres se debe que el futbolista Képler Laverán Lima Ferreira se llame Pepe y el Madrid se lo haya comprado al Oporto por treinta millones de euros. Después de todo, Saramago y el presidente accidental del Madrid Calderón (“me llamo Calderón y doy suerte”), son los dos mayores enemigos europeos de las oligarquías financieras, y eso siempre une. ¿Quién nos dice que un día ese senador de Massachussets (Palencia) que preside el Madrid no presidirá la Iberia de Saramago?
–Pero para usted lo ibérico, ¿qué es? –le preguntó Giménez Caballero al iberista Pedro Bosch Gimpera.
–¡Oh! Algo muy largo de explicar. Algo que hay que situar en la cultura sahárica de la que hablé hace poco en una conferencia del Centro Germanoespañol de Madrid.
Para el humorista Rovira y Virgili, ser catalán era no ser ibérico, porque lo ibérico era lo castellano. Y así fue hasta Bosch Gimpera, quien, después de mucho excavar, estableció una teoría contraria:
–No se contaba con la raza precapciense, que es la madre de los catalanes puros. Pero también la de los puros andaluces. Lo que más se parece a un andaluz es un catalán.