domingo, 4 de agosto de 2024

Camoens


 

Martín-Miguel Rubio Esteban


Os Lusíadas de Luís Vaz de Camoens, cuya tumba recibió ofrenda reciente por la princesa Leonor, son toda una catedral de la Literatura Universal. Hay muchas literaturas nacionales en el mundo que sumadas las obras de cada una no alcanzan la riqueza maravillosa, sorprendente y polimorfa que tiene esta sola epopeya, sin duda el más grande poema épico, después de Homero, Virgilio y Lucano. La Araucana nuestra, siendo también grandiosa —está escrita en octavas reales en homenaje a Camoens—, no esconde, sin embargo, la infinidad de mundos y temas que tiene la del portugués ciudadano del Imperio Español. Si bien, La Araucana es la única epopeya imperial que admira el valor y la humanidad de los vencidos, además de la belleza de las indias, representadas en Glaura. Ningún imperio europeo ha tenido la mirada humana y humanista de nuestro Alonso de Ercilla; que llega a admirar al indio araucano que defiende su patria contra el conquistador, pero tampoco ningún otro imperio ha tenido la Escuela de Salamanca, claro, madre del ius gentium moderno o derecho internacional, que proclamó los Siete Derechos naturales básicos del hombre, a través del padre dominico Francisco de Vitoria, del que dentro de dos años celebraremos su llegada a la Universidad de Salamanca como catedrático de teología.


     Os Lusíadas crea Portugal, y no se entiende Portugal sin este tesoro de la literatura occidental. Si el español mide su dignidad moral e ingenuidad genuina en el troquel de Don Quijote y Sancho, el portugués mide su valor en el molde de los hermanos Vasco y Pablo de Gama. Historia nacional, historia universal, mitología grecorromana, literatura clásica, geografía, astronomía, ciencias naturales, una portentosa erudición de alejandrino antiguo e imágenes poéticas sublimes, a veces de un desbocado lirismo pre-surrealista, se entrecruzan y entretejen para levantar la gran epopeya peninsular; el despliegue del espíritu luso y su alianza con el alma de España desde la época de Viriato, el héroe hispanoluso por antonomasia.  Como todas las obras de las épicas clásica y renacentista —no las medievales—, Os Lusíadas es una obra difícil. La literatura en la épica llega al máximo grado de literaturización; más allá de la épica la literatura se hace ininteligible. La épica es la mayor desviación formal que la lógica interna de una lengua permite y, paradójicamente, crea las lenguas nacionales. En este libro hay constantes ecos culturales de todas las muchas literaturas que el misterioso Camoens conocía —no sólo la griega y la romana—, tiene licencia para construir las figuras de pensamiento (phantasíai noéseôs) más alucinantes y descabelladas, y, como a buen poeta épico, le está permitido crear palabras, algunas de las cuales pasan a ser ladrillos de la gran literatura portuguesa. Hay metáforas de Camoens que resuenan en el mismo Lorca: “Del galope el estrépito parece / que el llano todo esté temblando”. Los prosopónimos extranjeros, particularmente los ingleses, los portuguesiza, con tanta gracia y talento poético, que fueron acuñados por la lengua portuguesa. Ejemplo de ello es el nombre de Magricio. Los malos en esta historia son siempre los musulmanes —“la maligna secta sarracena”—, que él casi siempre llama moros, y a los que siempre pinta como gente con doblez, traidora y de poco valor en las batallas. Gentes sembradoras de cizaña y maldad, y, a la vez critica acerbamente las guerras de religión entre cristianos, que debilitan a Europa en beneficio de los diabólicos moros. El destino de Portugal Camoens ya lo veía en los principios de los tiempos, entre las ninfas “saudosas” y el tebano Luso, cuya tumba da lugar a Lusitania. Del mismo modo que el destino de Roma es desvelado por el fantasma de Anquises a su hijo Eneas, el tonante Zeus desvela el destino luso a Dione o Venus Ericina, una especie de madre divina de Portugal:


“Que si el prudente Ulises escapó


De ser en la isla de Ogigia eterno esclavo,


Si Antenor en los senos penetró


De Iliria y en la fuente de Timavo,


Y si el piadoso Eneas navegó


Entre Escila y Caribdis el mar bravo,


Los tuyos, más empresas intentando,


Nuevos mundos al mundo irán mostrando.


Fortalezas, ciudades y altos muros,


Por ellos verás, hija, edificados;


Los turcos tan guerreros y tan duros,


Por ellos verás siempre derrotados;


Los reyes indios libres y seguros


Verás al rey potente sojuzgados;


Y por ellos del todo, en fin, señores,


La Tierra ha de tener leyes mejores”.


     La inspiración de nuestro poeta ha sido abrevada en la fuente de Aganipe, y le lleva hasta Meotis, el actual mar de Azov, mar desde hace siglos ruso y al que disputan hoy los ucranianos. Luego le lleva a España en donde la ninfa del río Terneso profeiza:


“Es aquí donde está la noble España


Por cabeza de Europa reputada,


En cuyo señorío y gloria extraña


La fatal rueda vueltas tiene dadas;


Pero nunca podrá con fuerza o maña


La inconstante Fortuna hacerle nada


Que no ceda a la fuerza y osadía


De los guerreros pechos que en sí cría.”


    Hace una relación crítica y libre de los reyes de Portugal, de los que ensalza o denuncia sus glorias o sus vicios. Compara a la condesa Teresa, madre del primer rey Alfonso Enríquez, con Medea y Progne, por querer eliminar a su propio hijo para hacerse ella sola con el poder en Portugal. Pero el héroe Egas Monís, uno de los “founding fathers” de Portugal, provoca la caída de la malvada condesa derrotándola en la batalla de San Mamed. Narra las grandes batallas con las que los portugueses transtaganos consiguieron expulsar de todo Portugal a los malditos sarracenos. Reconquistado el Algarve, los reyes de Portugal, algunos de ellos casados con reinas españolas, colaborarán con “la noble España” para expulsar por completo a los moros de la Península Ibérica. Nos habla con emoción y profunda indignación de la española Inés de Castro, que inició una relación con el infante Pedro de Portugal y que ello provocó el rechazo del rey Alfonso IV de Portugal, que por razón de Estado tenía para su hijo preparado el matrimonio con una princesa de sangre real, y que esto provocó el asesinato de Dña. Inés con su consentimiento. Esta historia tanto el pueblo portugués como toda su literatura lo han vivido como un horror, lo que dice mucho de la sensitiva y honesta alma nacional de Portugal. Dña. Inés será siempre la Polixena de Portugal.


La obra recorre las hazañas de los grandes que hicieron grande a  Portugal hasta la época de Camoens, como Nuno Alvares, religioso, militar y aristócrata, que venció a los españoles en la época de Juan I, Nicolás Coelho, Fernán Martins, clérigo, secretario de Nicolás de Cusa y geógrafo que trazó la ruta a la India, Egas Moniz, Fúas Rapinho, Martín Lopes, Gonzalo Ribeiro, Gil Fernandes, Fernán Veloso, duque de Alencastro, Enrique el Navegante, hijo del rey Juan y conquistador de Ceuta, San Teotonio, santo portugués, fundador de la Orden de Canónigos Regulares, Pacheco, el “Aquiles lusitano”, Albuquerque, Soares,  castigador de “las rojas arábigas riberas”, Sequeira, Meneses, Mascarenhas, Sampaio, vencedor en Bucanor, Heitor de Silveira, el Héctor portugués, que “dará a los guzarates con su mano/ el daño que a los griegos dio el troyano”, y tantos otros. El rey Manuel emprende la gran empresa portuguesa de ultramar. El cabo Arsinario perdió su nombre al llamarlo los portugueses Cabo Verde. Llegan al Congo, adonde los compañeros de Vasco Gama llevan por vez primera la fe de Cristo. La descripción de las tempestades en el mar son verdaderamente grandiosas, descritas con grandílocua escritura, propias casi de la novela inglesa del XVIII. “Ora sobre las nubes los subían / las ondas de Neptuno furibundo, ora parece que a caer venían / del abismo del mar en lo profundo.” Para potenciar el horror de la tormenta, palabra de la que nace el Cabo Tormentorio, que da fin a la costa sur de África, el gran Camoens inventa al monstruo marino Adamastor, símbolo de las fuerzas de la Naturaleza a las que los navegantes deben vencer. Descubren Sofala, la provincia de Mozambique rica en oro. Antes que Cervantes, el poeta lisboeta afirma que la pluma y la espada siempre se han llevado bien, y pone como ejemplos a Octavio, César, Escipión y el mismo protagonista de la epopeya, Vasco de Gama. La llegada a Calicut, que aún se llama así, abre a los portugueses aquella parte de la India que aún hoy sabe hablar portugués. Camoens nos habla de los tipos de gobierno que tienen las nuevas tierras, y los títulos que dan a sus autoridades, como los de “samorín” y “catual”. Se produce una gran alegría y gozo entre toda la marinería portuguesa cuando son recibidos en el desembarco en “la lengua clara de Castilla”, hablada por un tal Monzaide, de origen magrebí, y que hizo de intérprete entre las autoridades indias y Vasco de Gama. El alma de España, que es la lengua, ya estaba en la India, antes de la llegada del genio portugués. El vate portugués nos describe una sociedad de castas incomunicables en la que los nobles naires están en la cúspide de la pirámide, y los llamados poleas en su base. Enseguida Gama propone al rey malabar un gran comercio con Portugal, asegurándoles al samorín y al catual un futuro económico próspero si así lo hacen. Pero el rey de esa parte de la India, Perimal, tiene como asesores a siniestros mahometanos, que quieren acabar con Gama y el próspero futuro comercial que se abre entre Portugal y la India. Tras ver las estatuas y grandes relieves de los dioses de la India los portugueses los comparan con los dioses griegos y romanos más teratológicos: Briareo, Jano, las Dórcadas, las arpías, etc. Con frecuencia Camoens utiliza el término “Hesperia” para referirse al territorio que comparten los dos reinos juntos de España y Portugal. La mayor crítica del dinero que se ha escrito, plagiada por nuestro Quevedo, Señor de la Torre de Juan Abad, la escribe Camoens al final de su Canto VIII. Los valientes navegantes portugueses son premiados de sus hazañas y trabajos en la “Isla de Venus”, en donde hacen el amor con las nereidas, y con la reina de ellas, Tetis, el propio Vasco de Gama en la mansión de la diosa. “Ella en palacio logra sus amores, / las otras por la sombra entre las flores”. ¿Vendrá la raza portuguesa del mar, como así pensaba Francisco Nieva de los ingleses, en su maravillosa novela Oceánida? En Os Lusíadas hay una delicada sensualidad que se transpira en todas las descripciones de la Naturaleza. Diríase incluso que existe un pre-modernismo que recuerda al mismo Rubén. “La flor cefisia su cabeza inclina/ sobre el estanque límpido y sereno; / florece el hijo y nieto de Ciniras / por quien tú, diosa Pafia, bien suspiras”. Con algunos versos repartidos por todo el largo poema Camoens homenajea la Odisea, y él mismo se siente un nuevo Demódoco, el aedo de la corte de Alcínoo, al cantar las glorias de Portugal. La envidia y la intriga ponzoñosa siempre están presente en las cortes, y la corte lusa se comportó ingrata contra el gran Pacheco, que dio a su rey un reino mucho más grande que Portugal, y recibió de éste sólo olvido y avaricia. Exactamente igual le pasó a nuestro Hernán Cortés, que dio a su emperador una tierra tres veces más grande que España, y no recibió prácticamente nada de éste.


El catolicismo de Camoens, aunque siempre está presente a lo largo del libro, se intensifica en el último Canto, con la descripción de los milagros y la muerte en Narsinga del apóstol Santo Tomás. Con la ayuda de una esfera armilar la diosa Tetis muestra a Vasco de Gama el mundo y su sitio en él del Imperio hispano-portugués. Elogia al continente europeo, del cual Portugal es mascarón de proa. “Ve la cristiana Europa excelsa y clara,/ la mejor en cultura y fortaleza.” Quizás sólo por estos versos del siglo XVI, Camoens debería tener un reconocimiento en la Unión Europea. Le seguirá también mostrando la diosa, como Anquises a Eneas, todas las naciones del Asia de la que un día se posesionará Portugal, incluida Camboya, con su río Mecón, que “capitán de agua” se interpreta —río español bajo Felipe III, antes de que llegaran los franceses y los yanquis de Apocalypsis Now—, y Borneo, de donde se saca el alcanfor. Este viaje geográfico es trepidante, y late en él la alegría perpetua del gran pueblo portugués navegante, que aún decora las casas más humildes con azulejos que representan barcos. En Timor, dice la diosa que había un río que cualquier cosa que se metiese en él quedaba petrificada. Curiosamente también en Camboya hay una fuente cuyas aguas hacían la misma conversión. Y un soldado español llevó al rey Felipe III una gran langosta petrificada que sacó de tal fuente, y se dice que en su día se enseñaba en el Palacio de El Escorial. Finalmente la hermosa “Anquises” de Portugal expone el destino manifiesto de este pueblo, el más hermano de España: “A todos dad favor en sus oficios,/ según sean sus vidas y talentos…” Humanismo cristiano donde los haya.


No hay en la poesía hispano-portuguesa del siglo XVI otra obra de semejantes dimensiones que se le pueda comparar a Os Lusíadas; es la mayor proeza literaria peninsular de su siglo. A la vez es también la mayor meditación sobre la experiencia de toda una civilización, la cual, a pesar de sus contradicciones y desvíos, sigue siendo la mejor que ha tenido la Historia Universal. También introdujo Camoens con sus Rimas el “dolce stil nuevo” del Renacimiento en Portugal. Y con ellas supera no sólo a todos sus contemporáneos, cultivadores de la rendondilla, sino también a los poetas de toda la escuela petrarquista. Por último su teatro de tema clásico (Anfitriôes, Auto d´el rey Seleuco) constituyen verdaderos “prelibatezze di cardinali”.