Martín-Miguel Rubio Esteban
Doctor en Filología Clásica
Hace unos meses, con motivo del primer centenario de la muerte de Lenin, a las 6:50 del 21 de enero de 1924 ( “las agujas de la Spásskaya se detuvieron” ), escribimos un artículo en estas mismas páginas sobre su controvertida figura y su tremebunda repercusión en el mundo entero (“ A cien años de la muerte de Lenin”, 26 de enero de 2024). Y hoy vamos a celebrar también el primer centenario del largo poema con que el poeta comunista Vladímir Mayakovski honró la memoria de Lenin aquel mismo año de 1924. En la obra del gran Mayakovski, como el sol en la gota de agua, se refleja el alma del pueblo ruso y la faz de aquella época convulsa de que fue heraldo por designio de la historia de una doctrina “liberadora” que acabó esclavizando y haciendo regresar a la servidumbre, anterior al zar Alejandro II, al grande y entrañable pueblo ruso. Que la cosa acabase en tragedia no es óbice para percibir el alma juvenil, honesta y hambrienta de bien y de justicia del gran poeta, y su poema al camarada Lenin se convierte en una hermosa oda –de la que, por cierto, tomará muchas cosas la Oda “facilona” de Pablo Neruda, también dedicada a Lenin–, que nos recuerda mucho los elogios de Lucrecio a Epicuro, en su De rerum natura (“Pero Marx las leyes de la historia descubrió, puso al proletariado en el timón. Los libros de Marx no son pruebas de imprenta, no son columnas de cifras secas, Marx puso en pie al obrero y lo condujo en columnas más rectas” (…) “Moliendo con la piedra del cerebro sus últimos pensamientos, y trazando con su mano de cera la palabra postrera, yo sé que Marx ya columbraba en sueños el Kremlin y la bandera de la Comuna sobre el rojo Moscú desplegada” ), y que se levanta sobre una rígida y disciplinada estructura métrica, siguiendo el sistema silabotónico del gran ilustrado Lomonósov, del siglo de Catalina la Grande, quien ya en sus odas se plantean grandes problemas de Estado, y están escritas en un majestuoso estilo oratorio. Llama la atención el fracaso histórico de este poema cuando de todos los revolucionarios comunistas que nombra, compañeros de Ilich, como Zinoviev, Trotsky, Murálov, Stalin, etc., sólo Stalin sale con vida de sus propias purgas. Todos aquellos compañeros de Lenin que Mayakovski exalta con devoción fueron eliminados por el estalinismo. Otra vez la Revolución devorando a sus hijos, sin duda a sus hijos más decentes, para mimar como perversa madrastra a los más sanguinarios y depravados. Si mediante el apóstrofe nuestro Espronceda detenía el Sol, Mayakovski con otro apóstrofe detendrá la Tierra: “¡Detente, Tierra, y quédate quieta!”. El dolor se extiende por toda la Unión Soviética: “Los niños se pusieron serios como ancianos, y como niños los ancianos lloraron. El viento aullaba en vela por toda la tierra, que no acababa de comprender, en su estupefacción, que en Moscú, en una diminuta y fría habitación yacía en su ataúd el hijo y padre de la Revolución (…) La calle es como una cruel herida, gimiente toda, toda dolorida (…) Aquí a Lenin conoce cada obrero, ponedle las ramas de abeto de los corazones vuestros (…) Aquí cada campesino el nombre de Lenin lo inscribió en su corazón, como en el Santoral, con amor aún mayor”. Llama la atención que un poeta que se suicidó, con un tiro en su corazón, ante las horribles críticas de individualismo pequeñoburgués que le hacía su Partido –se mató quizás para no ser matado, como otros–, elogie al Partido como colectivo que siempre será más sabio que el individuo. “El Partido es una mano de un millón de dedos, apretada, con vigor, en recio puño demoledor. Uno solo es absurdo, uno es como ninguno, uno, por muy importante que sea, no levantará ni una simple viga de madera, y menos, un edificio de cinco pisos.” Sin embargo, el poeta se contradice con el partido-colectivo, cuando la organización puede ser representada plenamente por uno solo. “El Partido y Lenin son hermanos gemelos; para la madre-historia, ¿quién es más entrañable de ellos? Cuando decimos: Lenin, es como si dijéramos: el Partido. Cuando decimos: el Partido, es como si dijéramos: Lenin”.
El jovencísimo Mayakovski fue útil a la Revolución como creador de expresiones cortas, de tres o cuatro palabras, a veces de una, de una rentabilidad muy contundente, y políticamente muy efectivas. Eso le hizo, tras la revolución, crear, junto al plurimorfo genio Rodchenko, una agencia de publicidad, en el que el gran Rodchenko creaba las imágenes y Mayakovski ponía la letra, el lema. Precisamente uno de los carteles, de cultura revolucionaria, más famosos de Alexander Rodchenko tiene como imagen el rostro hermosísimo, carcajeante, de la bella Lilia Brik, la musa y amante de Mayakovski, y musa, en general, de toda la vanguardia cultural de la Revolución. De la boca muy abierta de la bella revolucionaria, artista multifacética, sale el vocablo “knigi”, esto es, “libros”. Lilia Brik nunca creyó en el suicidio de su amado Mayakovski, según se desprende de una entrevista que concedió al legendario “Viejo Topo”, aunque el poeta obsesivamente hablase del suicidio como método infalible para resolver los problemas. “Y luego, pasada la tempestad brava, te sientas al sol y te limpias de las verdes barbas de las algas y de las medusas, viscosas, rosáceas (…) ¿Quién lloraría ahora mi muerte pequeña cuando todo está de luto por esta muerte inmensa?”. ¿Pueden salvarse moralmente los grandes artistas que, como Mayakovski, colaboraron con la Revolución de Octubre y lo hicieron sin miedo y por propia iniciativa? La verdad es que tras la represión salvaje de 1905 y la humillación de Rusia ante Japón, el zar había perdido por completo el cariño de su pueblo – que en su día lo tuvo intensamente -, y la mayor parte de los intelectuales y creadores le habían dado la espalda, apoyando un porvenir nuevo. El aire ya estaba cargado del presentimiento de la tragedia que se avecinaba: la primera guerra mundial y la Revolución de Octubre. La eliminación de la injusticia y del dolor se convirtió en una obligación acuciante. “Estoy en dondequiera que hay dolor; / en cada lágrima vertida, / me crucifico yo.” Ahora bien, los intelectuales y artistas que apoyaron todavía el régimen comunista después de 1930 –año del suicidio de Mayakovski–, cuando todo conato de libertad y democracia era estrangulado ipso facto, no tendrán jamás perdón de Dios.