miércoles, 27 de mayo de 2020

¡Qué fútbol más raro!

    
 De Haaland, la expectativa

De Kimmich, la soberbia ejecución del gol


Francisco Javier Gómez Izquierdo

       Ese fútbol del futuro al que se nos quiere aclimatar para que pueda sobrevivir el negocio tuvo una excelente piedra de toque en el Borussia  Dortmound-Bayern de Munich -“partido que decide la Bundesliga”, nos habían vendido- un día martes, y a una hora 18,30 como si el acontecimiento fuera un capítulo mas de esas series que ve la gente.

     Vaya por delante que el Bayern no tiene rival en Alemania (ésta de la peste será la octava liga seguida) por mucho interés que pongan los mercaderes en las capacidades de Achraf y Haaland. A éste último le tengo fe, pero Lewandosky es mucho Lewandsosky aún y para lateral-carrilero espectacular, quédense con el juvenil Davies, la espiga más brillante de entre una gavilla de oro de zurdos a elegir : Alaba, Perisic, Lucas Hernandez.. por el señor Hans-Dieter Flick, un entrenador que si la fortuna no le da la espalda y reafirma su valentía de elegir titulares entre los más en forma y no entre los de más fama puede que complete más de un trienio en Munich. Fue mejor el Bayern que el Borussia Dortmound y mereció la victoria, pero el fútbol es atractivo y hace adictos porque muchas veces gana quien no lo merece. Suerte, fallo del portero, genialidad de un debutante, penalty dudoso, gol fantasma, presión del público... eran elementos que explicaban partidos históricos y que los amos del tinglado quieren corregir en lo posible como si esas peripecias no fueran el alma del fútbol y entendieran que el meollo del cogollo estuviera en la tele, la repetición, el VAR... y el sofá del salón. 
      
El Westfalenstadion vacío contra el Bayern es todo un sindiós que mediatiza el resultado porque todos sabemos que el público mete goles y no digamos si como en el caso de Dortmound el ambiente intimida al más pintado (recuérdese aquella eliminatoria del Málaga y el canguelo de un árbitro aterrorizado). Sin el abrigo de los aficionados, sin la calidad técnica ni la forma de los muniqueses y sin un fenómeno como Kimmich al son de cuya batuta debe moverse no sólo el Bayern sino también la selección germana, el partido transcurría al ritmo del pequeño centrocampista. Ritmo firme, seguro, alemán.., como programado para acabar la sesión con el objetivo alcanzado sin sobresaltos. El árbitro llevaba también un tranquilo pasar pero de repente apareció uno de esos chispazos que hace al fútbol diferente a cualquier otro espectáculo y el cortocircuito lo produjo ese invento perverso que es el VAR. Boateng resbala y cae ante Haaland; el gigante rubio remata hacia puerta y el balón es desviado por Boateng a córner. Un lance que en el fútbol de toda la vida hubiera pasado desapercibido a ojos de árbitro, jugadores y público  y del que se apuntaría en las crónicas la pillería del defensa tras la repetición de la jugada por televisión. Pero ¡amigo!, tengo entendido que el VAR se inventó para denunciar estas incidencias en el área. Faltas y manos voluntarias de las que duda el árbitro y aquéllas que pasan desapercibidas. Se incorporó al fútbol para chivar al árbitro manos como la zamorana de Boateng que con astucia de veterano hizo un gesto con el brazo como si guiñara la 31 en el mus. La mano evitó el gol del empate y recortó millones a la cotización del muchachote noruego que en el gesto del disparo se lesionó.
      
Imagino que a la polémica jugada no se le ha dado importancia porque, como digo, el Bayern mereció el triunfo y Kimmich fabricó una obra de arte genial más propia de brasileño que de metódico teutón. 0-1 fue el resultado final. Un golazo de vaselina matemática, algo alemán había de tener el alarde de Kimmich, oscureció el resto del partido, pero si los amos del negocio quieren colocar el fútbol televisivo con reglas novedosas no deben olvidar un mínimo rigor para evitar convertir el fútbol en una serie misteriosa.