Ignacio Ruiz Quintano
Arco, con un montón de galerías extranjeras, más internacional que nunca. Así titulan, o así se explican, los periódicos. ¿Qué se quiere decir con eso? Cualquiera sabe. En una de las reuniones para la selección del nuevo Arco, Chirino, que vive en Chinchón, se lo decía a Moneo, que va de internacional al cubo: «Que no, hombre, que no. Que “extranjero” no es lo mismo que “internacional”». Un pintor estonio es un ciudadano extranjero, pero eso, sin más ni más, no lo convierte en un artista internacional.
Bien, pues el aumento de extranjeros en Arco se considera una prueba del internacionalismo de la feria, lo cual que en la feria de Lucas*, como en el cielo del evangelista, será mayor la alegría por un extranjero que haga la penitencia de venir que por noventa y nueve lugareños que no necesitan de ella. Esta veleidad se ha impuesto también en la votación parlamentaria de la nueva Ley de Extranjería, que, aprobada por la oposición, abre la mano un poco más de lo que hubiera querido el Gobierno, haciendo de la extranjería una discusión de cola.
Lo que pasa es que una cola de ventanilla española no es una cola de teatro inglés. Para los ingleses, la cola —«the queue»— se basa en un principio moral —«first comed, fírst served»— que representa a la civilización inglesa. Al revés que en la cola de un teatro inglés, en la cola de una ventanilla española ser fuerte o ser «vivo» cuenta más que llegar temprano. Y, desde luego, no es lo mismo un extranjero en la cola de Arco que un extranjero en la cola de Caritas, que desde el Gobierno todos los extranjeros parecen de Caritas y desde la oposición todos los extranjeros parecen de Arco. ¡Caritas y Arco! «¡Despensa y Escuela!», que decían los regeneracionistas. ¿Y qué han dicho los nacionalistas?
«¡Que no nos gobiernen los extranjeros!» supone la expresión en lenguaje llano de un pensamiento implícito en la teoría del nacionalismo, si bien, como aconseja Ernest Gellner en su lúcido e ingenioso testamento intelectual, hay que insistir en la diferencia que existe entre el nacionalismo tal como se considera a sí mismo y el nacionalismo tal como es realmente. (Realmente, el nacionalismo es una teoría, aunque quienes lo profesan creen limitarse a reconocer lo que es obvio y en absoluto-reconocen que teorizan. «Aún diríamos más», escribe Gellner: «Aquello que no es percibido como una teoría polémica, no puede ser corregido. Si, además, resulta que esa teoría es falsa, la situación es funesta»).
Pero el disimulo de la vanidad también forma parte de la insinceridad nacionalista, donde todo el mundo representa la comedia de no considerarse mejor que su vecino, y esto explica que nuestros nacionalistas hayan tenido, de pronto, la veleidad de encontrar admirable la demagogia de los internacionalistas humanitaristas. «¿Es que tiene usted la veleidad de parecerse a Samuel Butler?», le preguntó Ernesto Giménez Caballero a Luis Araquistain. «Nosotros los vascos nos parecemos a los ingleses en tantas cosas que no necesitamos la veleidad», le respondió Araquistain, que lo había recibido en bata, como un boxeador al entrar en el cuadrilátero. Araquistain no era boxeador, sino vasco y socialista, como Almunia, a quien, por cierto, y pues que defiende desde la oposición una idea de extranjería que desde el Gobierno atacó, habría que preguntarle: «¿Es que tiene usted la veleidad de parecerse a John F. Kennedy?».
Kennedy fue América, y América, «una nación de inmigrantes», con su patera (el «Mayflower»), su tierra de promisión (Massachusetts) y su fe (el puritanismo). Luego, los puritanos, al empujar la puerta para cerrarla, tuvieron que inventar el concepto de «inmigrante ilegal» contra los cuáqueros, que empujaban la puerta para abrirla. Aquella nación de inmigrantes es hoy una democracia y al mismo tiempo es un imperio. Perplejos ante su doble naturaleza histórica, no saben qué camino tomar. La disyuntiva, según Octavio Paz, es mortal: si escogen el destino imperial, perderán su razón de ser como nación. ¡Ruritania para los ruritanos!
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* Juan José Lucas, presidente de Ifema
Martín Chirino en Chinchón
«¿Es que tiene usted la veleidad de parecerse a Samuel Butler?», le preguntó Ernesto Giménez Caballero a Luis Araquistain.
«Nosotros los vascos nos parecemos a los ingleses en tantas cosas que
no necesitamos la veleidad», le respondió Araquistain, que lo había
recibido en bata, como un boxeador al entrar en el cuadrilátero