Andanada del 9
Durante la faena de Toñete
(Con Ponce en la barrera)
Del coro al caño
José Ramón Márquez
En italiano lo llaman “nubifragio”, que es una palabra que me encanta, aunque para esos que han viajado poco y se creen que sólo hay tontos en España, hay que explicarles que los de la TV allí lo sustituyen por “bombe d'acqua” (del inglés cloudburst), que se les hace mucho más guay.
“Nubifragio” es lo de hoy en Las Ventas, para entendernos. Consiste en que empieza a caer agua como si estuviese cayendo desde el cielo el trasvase Tajo-Segura, entero, y el que venga detrás que arree. En cierto modo hoy pensábamos, ante la manta de agua del “nubifragio”, en El Diluvio de Noé, una deliciosa ópera en un acto de Benjamin Britten, que escribió hace sesenta y tantos años para que un reparto de aficionados (unos novilleros operísticos) la representasen en un amplio salón o en un templo, pero no en un teatro. Se representó hace unos años en el Real, vulnerando la disposición de Britten, y al público se le equipaba a la entrada de unos divertidos chubasqueros de colores, que es lo que Domb tenía que tener previsto para ocasiones así y haber llenado la Plaza de chubasqueros con propaganda de Plaza1, o del Anís del Mono, que bien se los habrían agradecido los de los tendidos, pero también los de las gradas y las andanadas donde el agua se colaba violentamente por las goteras y por los agujeros de los roblones y revocaba con presión como un surtidor, manando hacia arriba en un prodigio nunca antes visto, y mira que hemos visto cosas. Por momentos la andanada era un Titanic minutos antes de hundirse y los que andábamos por allí nos fuimos apiñando hacia arriba, esperando que en cualquier momento la banda del Maestro Zahonero comenzase a interpretar «Más cerca de ti, Dios mío» (Nearer, My God, to Thee), que es lo que la ocasión demandaba. Todo este cisco ocurrió en el sexto novillo, Buzonero, número 31. Comenzaron a caer gotas y de pronto la arena de Madrid adquirió un tono dorado impropio por completo del coso de la Calle de Alcalá; el encargado de la lidia y muerte a estoque de Buzonero era Toñete, natural de Madrid y nuevo en esta Plaza que se aprestó con enorme disposición a torear bajo la lluvia, cosa que fue agradecidísima por la parroquia, que había que estar ahí abajo en la pista de patinaje del ruedo y Toñete vio claro que afrontar ese reto pondría netamente a su favor al público, como así fue.
En realidad Toñete hizo lo que se espera de un novillero que tenga ganas de triunfar, que ni el agua ni las inclemencias le echen atrás en sus ansias y que llegue al tendido la neta voluntad de querer ser alguien. Eso, como el valor de los soldados de cuando la mili, se debería dar por supuesto, pero ya hemos dicho mil veces cómo la novillería andante se viene muy a menudo a Madrid con ínfulas de figura medio aburrida y harta de ganar millones. Toñete hizo lo que debía y el agradecido público se lo recompensó con una oreja a su decisión y a sus ganas, que ya hay que tener ganas para estar ahí abajo en las condiciones que estaba el piso, con la muleta empapada y llena de barro. Por fortuna el novillo, a quien el agua le importaba un bledo, era de condición suave y embestidora, y acudía a los cites de Toñete con prontitud y ansioso de reiterar su embestida. Como es natural, bastante hizo el muchacho con andar por ahí, en un ring de lucha de lodo, tratando de armar una faena con aquellos mimbres. Apetece volver a verle en tarde sin lluvia, por algunos detalles que apuntó.
El sexto novillo fue la culminación de la corrida que mandó a Madrid el Conde de Mayalde, que fue una corridita muy interesante, encastada y de buena presencia, y por más que el tercero se quedase muy corto zootécnicamente para la exigencia de Madrid, el comportamiento de los condesos fue de indudable buena nota especialmente en la parte muleteril. Ese tercero, Guardamonte II, número 30, le tocó a Toñete, y era novillo que demandaba colocación, firmeza y mando y a mí me da que no tuvo enfrente ninguna de las tres cosas. Por poner lo bueno, pongamos lo bien vestido que venía Toñete, su deseo de verticalidad y un cierto aire de personalidad, y de entre lo malo, el no acabar de aprovechar las condiciones del toro, el pasárselo lejos y la usual falta de compromiso en el cite, consustancial a los modernos modos del toreo.
Había abierto Plaza Pablo Atienza con Jarretón, negro salpicado, número 1, que fue el toro con algo más de más complicaciones de los de esta tarde, por su mansedumbre, y al que Atienza toreó sucesivamente en los medios, en el 9, en el 10 y en el 1, donde lo mató haciendo guardia, cosa que al parecer ya no es importante para cortar orejas en Madrid, visto lo del otro día con Adame. En su segundo estuvo muy espeso, sobre todo porque el novillo embestía y embestía, que el bicho no paraba de moverse y de ir y venir y no había forma de que Atienza nos diese ni una tanda, ni un muletazo como Dios manda y no ese recital de toreo “en paralelo”, fueracacho y pata atrás. Al final se fue sin torear ese novillo con el que seguramente habría soñado en la soledad del hotel, un novillo que acudió incesantemente a los cites, que se quedaba colocado él solito, con una nobleza extraordinaria y una bonita embestida y que por más cosas que se le hicieran no aprendía. Ahí Pablo Atienza desgranó los nefandos principios de la tauromaquia contemporánea, sin hacer que su concepto fuera capaz de abrir un hueco en el encallecido corazón de la cátedra.
Y vistos Atienza y Toñete, el que falta por reseñar es Alfonso Cadaval, de Sevilla, nuevo en esta Plaza, que tampoco puede quejarse del material que le echó el Conde de Mayalde. A su primero lo recibió, también muy en novillero, de rodillas en el platillo. El novillo era bueno, con un punto violento muy interesante que a la postre es el que dio más interés a la faena de Cadaval, que no acabó de cobrar vuelo. A éste lo mató de una estocada arriba quedándose en la cara y perdiendo la muleta. Ese primero, Extranjero, número 26, fue el novillo mejor de su lote en cuanto a franqueza en la embestida. En el otro, Joyero II, número 44, más encastado, en el que había que currar más, Cadaval dejó la impresión de ir algo justito en cuanto a su bagaje taurómaco. A este lo mató cuarteando, echándose hacia afuera y soltando la muleta.
Cadaval y Toñete se quedaron pésimamente colocados en el tercio de varas, a ver si alguien les dice cuál es el sitio del matador mientras se pica, y Fernando Sánchez, siempre de tercero, nos dio el disgusto de tomar el olivo por dos veces, que alguien con sus facultades no debería. Ángel Gómez Escorial, matador de alternativa bregado en las corridas más duras y ahora en la cuadrilla de Toñete, nos dejó un buen par pleno de torería.
“Nubifragio” es lo de hoy en Las Ventas, para entendernos. Consiste en que empieza a caer agua como si estuviese cayendo desde el cielo el trasvase Tajo-Segura, entero, y el que venga detrás que arree. En cierto modo hoy pensábamos, ante la manta de agua del “nubifragio”, en El Diluvio de Noé, una deliciosa ópera en un acto de Benjamin Britten, que escribió hace sesenta y tantos años para que un reparto de aficionados (unos novilleros operísticos) la representasen en un amplio salón o en un templo, pero no en un teatro. Se representó hace unos años en el Real, vulnerando la disposición de Britten, y al público se le equipaba a la entrada de unos divertidos chubasqueros de colores, que es lo que Domb tenía que tener previsto para ocasiones así y haber llenado la Plaza de chubasqueros con propaganda de Plaza1, o del Anís del Mono, que bien se los habrían agradecido los de los tendidos, pero también los de las gradas y las andanadas donde el agua se colaba violentamente por las goteras y por los agujeros de los roblones y revocaba con presión como un surtidor, manando hacia arriba en un prodigio nunca antes visto, y mira que hemos visto cosas. Por momentos la andanada era un Titanic minutos antes de hundirse y los que andábamos por allí nos fuimos apiñando hacia arriba, esperando que en cualquier momento la banda del Maestro Zahonero comenzase a interpretar «Más cerca de ti, Dios mío» (Nearer, My God, to Thee), que es lo que la ocasión demandaba. Todo este cisco ocurrió en el sexto novillo, Buzonero, número 31. Comenzaron a caer gotas y de pronto la arena de Madrid adquirió un tono dorado impropio por completo del coso de la Calle de Alcalá; el encargado de la lidia y muerte a estoque de Buzonero era Toñete, natural de Madrid y nuevo en esta Plaza que se aprestó con enorme disposición a torear bajo la lluvia, cosa que fue agradecidísima por la parroquia, que había que estar ahí abajo en la pista de patinaje del ruedo y Toñete vio claro que afrontar ese reto pondría netamente a su favor al público, como así fue.
En realidad Toñete hizo lo que se espera de un novillero que tenga ganas de triunfar, que ni el agua ni las inclemencias le echen atrás en sus ansias y que llegue al tendido la neta voluntad de querer ser alguien. Eso, como el valor de los soldados de cuando la mili, se debería dar por supuesto, pero ya hemos dicho mil veces cómo la novillería andante se viene muy a menudo a Madrid con ínfulas de figura medio aburrida y harta de ganar millones. Toñete hizo lo que debía y el agradecido público se lo recompensó con una oreja a su decisión y a sus ganas, que ya hay que tener ganas para estar ahí abajo en las condiciones que estaba el piso, con la muleta empapada y llena de barro. Por fortuna el novillo, a quien el agua le importaba un bledo, era de condición suave y embestidora, y acudía a los cites de Toñete con prontitud y ansioso de reiterar su embestida. Como es natural, bastante hizo el muchacho con andar por ahí, en un ring de lucha de lodo, tratando de armar una faena con aquellos mimbres. Apetece volver a verle en tarde sin lluvia, por algunos detalles que apuntó.
El sexto novillo fue la culminación de la corrida que mandó a Madrid el Conde de Mayalde, que fue una corridita muy interesante, encastada y de buena presencia, y por más que el tercero se quedase muy corto zootécnicamente para la exigencia de Madrid, el comportamiento de los condesos fue de indudable buena nota especialmente en la parte muleteril. Ese tercero, Guardamonte II, número 30, le tocó a Toñete, y era novillo que demandaba colocación, firmeza y mando y a mí me da que no tuvo enfrente ninguna de las tres cosas. Por poner lo bueno, pongamos lo bien vestido que venía Toñete, su deseo de verticalidad y un cierto aire de personalidad, y de entre lo malo, el no acabar de aprovechar las condiciones del toro, el pasárselo lejos y la usual falta de compromiso en el cite, consustancial a los modernos modos del toreo.
Había abierto Plaza Pablo Atienza con Jarretón, negro salpicado, número 1, que fue el toro con algo más de más complicaciones de los de esta tarde, por su mansedumbre, y al que Atienza toreó sucesivamente en los medios, en el 9, en el 10 y en el 1, donde lo mató haciendo guardia, cosa que al parecer ya no es importante para cortar orejas en Madrid, visto lo del otro día con Adame. En su segundo estuvo muy espeso, sobre todo porque el novillo embestía y embestía, que el bicho no paraba de moverse y de ir y venir y no había forma de que Atienza nos diese ni una tanda, ni un muletazo como Dios manda y no ese recital de toreo “en paralelo”, fueracacho y pata atrás. Al final se fue sin torear ese novillo con el que seguramente habría soñado en la soledad del hotel, un novillo que acudió incesantemente a los cites, que se quedaba colocado él solito, con una nobleza extraordinaria y una bonita embestida y que por más cosas que se le hicieran no aprendía. Ahí Pablo Atienza desgranó los nefandos principios de la tauromaquia contemporánea, sin hacer que su concepto fuera capaz de abrir un hueco en el encallecido corazón de la cátedra.
Y vistos Atienza y Toñete, el que falta por reseñar es Alfonso Cadaval, de Sevilla, nuevo en esta Plaza, que tampoco puede quejarse del material que le echó el Conde de Mayalde. A su primero lo recibió, también muy en novillero, de rodillas en el platillo. El novillo era bueno, con un punto violento muy interesante que a la postre es el que dio más interés a la faena de Cadaval, que no acabó de cobrar vuelo. A éste lo mató de una estocada arriba quedándose en la cara y perdiendo la muleta. Ese primero, Extranjero, número 26, fue el novillo mejor de su lote en cuanto a franqueza en la embestida. En el otro, Joyero II, número 44, más encastado, en el que había que currar más, Cadaval dejó la impresión de ir algo justito en cuanto a su bagaje taurómaco. A este lo mató cuarteando, echándose hacia afuera y soltando la muleta.
Cadaval y Toñete se quedaron pésimamente colocados en el tercio de varas, a ver si alguien les dice cuál es el sitio del matador mientras se pica, y Fernando Sánchez, siempre de tercero, nos dio el disgusto de tomar el olivo por dos veces, que alguien con sus facultades no debería. Ángel Gómez Escorial, matador de alternativa bregado en las corridas más duras y ahora en la cuadrilla de Toñete, nos dejó un buen par pleno de torería.
Pablo Atienza, Alfonso Cadaval y Toñete
El nublo
La naumaquia
La Andanada
La oreja mojada
Las Ventas, 21 de Mayo de 2018