Lo que nos perdimos
José Ramón Márquez
En esto de los toros es difícil que salte la sorpresa, si uno está un poco atento a los indicios. Quiere esto decir que la suspensión de la corrida de toros de hoy, 6 de Partido de Resina para Sánchez Vara, Javier Castaño y Thomas Dufau, no pilla de sorpresa más que a los incautos. En el cartel original que se puso a la venta no figuraba Sánchez Vara, ya que esa plaza estaba ocupada por Ricardo Torres. No sé qué le pasó al aragonés, pero el asunto es que se cayó del cartel y en el día de ayer, domingo, ya se sabía que no comparecería en Las Ventas y quién le haría la sustitución, y ahí está una de las claves de la trama, en que ya ayer había un considerable número de personas devolviendo los billetes, porque hay muchísimas personas que a la mínima están esperando para meter los billetes de nuevo en la taquilla. Pensemos en alguien que tenga dos abonos del 9, fila 12, que se embolsa tan ricamente 100 euros con los que irse a cenar y se queda sin ver a los toros bonitos, pero le da igual, porque realmente lo que le interesa del abono es Manzanares y Roca Rey, así como mantener sus derechos de abonado. La cosa es que ayer ya se percibía movimiento de devolución en las taquillas. Para el empresario esa devolución es un pésimo negocio, porque el empresario con las corridas que gana dinero es precisamente con éstas, en las que paga lo que pague por los toros y casi nada a los toreros. La cantidad de abono cautivo le da una óptima rentabilidad entre lo que ingresa y lo que desembolsa, y eso es algo que no le ocurre como en las de Manzanares o Roca Rey, y no decimos nada de Julián, que el hombre se lleva la intemerata, en su condición de “poderoso”; en las de las “figuras” el magro beneficio para la Empresa viene de la venta de almohadillas, de gin & tonic y de almendras. La cosa es que ante la perspectiva de que los abonados en masa se pongan a devolver el billetaje comprado a la fuerza por el trágala, a la Empresa le trae más cuenta que el seguro se haga cargo de la suspensión, mucho mejor que dar la corrida.
Esta mañana llovió de manera inmisericorde y el ruedo, desgraciado y alisado por los caprichos de Morante el Nivelador, permanecía perfectamente descubierto. Alegan los Nautalias, amantes de las aguas, que las aguas freáticas que hay bajo el despropósito del Mofletes, como si dijéramos el acuífero de Las Ventas, rezuma agua hacia arriba en las noches, acaso por el influjo gravitacional de la Luna, y que un suelo que ayer en la tremolina de la lucha con los Dolores Aguirre estaba en buenas condiciones, se transforma en barrizal por un “cambio climático” que se produce durante la noche, sólo si se cubre con una lona. Así que ahí tenemos el ruedo recibiendo litros y litros de agua durante toda la mañana sin que nadie le echase un capote, mientras los tejadillos de los burladeros del callejón estaban perfectamente instalados, para que se vea que había habido acción humana de por medio. De esa manera el ruedo se fue convirtiendo en un campo de patinaje y junto al burladero del 10 se crearon dos pequeños lagos estacionales, a los que sólo faltaban los patos y las fochas.
A las 18:22 recibo un amable mensaje del aficionado R., instalado en la comodidad de su hogar, en que avisa de que “los del Plus ya están diciendo que el ruedo está impracticable”, en una actitud perfectamente acorde y seguidista de los intereses de la empresa, como suelen, que “anoche no pusieron las lonas para que se oreara la arena” y anticipa certero que “suspensión habemus”; luego imagino que un señor memorioso que perora por la TV explicaría los monzones que ha sufrido Las Ventas desde su construcción, y el fracasado torero que, parapetado tras un micrófono, vierte sus teoremas en apoyo de lo que convenga, haría lo propio. Con esto ya estamos en las siete menos cinco donde la fila de la devolución en la explanada es descomunal. Y dentro, sobre el ruedo, se analizan las condiciones de la arcilla, como si estuviésemos en el Instituto de Ciencia de Materiales del CSIC, para concluir que la corrida no debe darse, que ésa es una decisión que compete de manera exclusiva a don Justo Polo, Presidente del festejo, el cual puede recabar la opinión de los matadores para tomar su decisión, porque en esa decisión ni intervienen las cuadrillas, ni los empresarios, ni los benhures, ni nadie: es privativa del Presidente. Claro que ahí cada cual tira para su lado y, pongamos por caso, los de la empresa pueden ponerse a decir que ellos no arreglan el ruedo, que ellos sólo pintan las rayas y que se torea con arreglo a lo que hay, y los peones también pueden estar diciendo que así no trabajan, y así cada cual con su tira y afloja. La cosa es que se retira la comisión y al poco se escuchan unos como carraspeos de los altavoces y luego de ellos sale una voz que dice:
-Prfffggghhh ggggrrrrtttss ffrrrrgggghhh ssssgsgsrrrrrr….
Y uno por allí, con buen oído explica:
-Deben de haber suspendido.
Lo que se esperaba desde esta mañana ha ocurrido, y todos los involucrados, salvo los espectadores, quedan tan contentos. Por supuesto en el momento de la suspensión no llovía, ni llovió después hasta que se puso el sol. Ahora sólo resta apresurarse a obtener el reintegro del precio de la entrada, para lo cual dan un generoso plazo de cuatro días. Los que compraron el boleto con tarjeta deben aportar la tarjeta, cuando lo lógico sería que la Empresa devolviese todo lo de las tarjetas de una vez sin necesidad de que el abonado se presentase en taquilla a manifestar su deseo de que se le reintegre el importe de un festejo que no se ha celebrado, pero eso ya es de otra galaxia. Lo real es que nos quedamos sin los Partido de Resina.
Sobre las suspensiones hay muchas anécdotas y cuentos. Traemos uno aquí para solaz del respetable:
“En la época en que unos hermanos de Toledo regentaban la Plaza de Las Ventas, se suscitó, un día en que había llovido con abundancia y el cielo amenazaba con más agua, la posibilidad de que se suspendiese la corrida. Los hermanos tenían particular interés en que dicha corrida se celebrase y, habían ordenado cubrir el ruedo con las lonas, que entonces no había lo del 'cambio climático'. En el momento de la deliberación, a pie de obra se presentaron con armas y bagajes, acompañados del Gerente y del Administrador de la Plaza a tratar de hacer buena su opinión, vencer las reticencias y conseguir que el festejo se diese. En un determinado momento uno de los hermanos, al que llamaremos Abraham, explicó con elocuencia que no importaba que la lluvia hiciese acto de presencia durante la corrida, pues la lluvia había sido el factor que había propiciado el triunfo de muchos toreros a lo largo de la historia en Madrid, refiriendo varios y explicando de manera tan vehemente como convincente que incluso la faena de Manolete al toro Ratón, número 242, de Pinto Barreiro, se había producido bajo un intenso chubasco que hizo más valiosa toda la actuación del Califa. Había muchos por allí que oyeron la encendida explicación del inteligente toledano. La corrida, finalmente, se dio y al día siguiente, en su crónica, un crítico en pleno proceso de acinturamiento recogió la anécdota que había oído de labios del Empresario respecto de Manolete, sin darse cuenta de que el aluvión de palabras del inteligente toledano sólo tendía a convencer a tirios y troyanos para que se diese la corrida, y él se podía permitir la licencia, todo vehemencia, de convertir la espléndida y soleada tarde del 6 de julio de 1944 en una tempestuosa jornada marcada por un aguacero que jamás existió y que quedó registrado para los anales en la crónica del crítico”.
Esta mañana llovió de manera inmisericorde y el ruedo, desgraciado y alisado por los caprichos de Morante el Nivelador, permanecía perfectamente descubierto. Alegan los Nautalias, amantes de las aguas, que las aguas freáticas que hay bajo el despropósito del Mofletes, como si dijéramos el acuífero de Las Ventas, rezuma agua hacia arriba en las noches, acaso por el influjo gravitacional de la Luna, y que un suelo que ayer en la tremolina de la lucha con los Dolores Aguirre estaba en buenas condiciones, se transforma en barrizal por un “cambio climático” que se produce durante la noche, sólo si se cubre con una lona. Así que ahí tenemos el ruedo recibiendo litros y litros de agua durante toda la mañana sin que nadie le echase un capote, mientras los tejadillos de los burladeros del callejón estaban perfectamente instalados, para que se vea que había habido acción humana de por medio. De esa manera el ruedo se fue convirtiendo en un campo de patinaje y junto al burladero del 10 se crearon dos pequeños lagos estacionales, a los que sólo faltaban los patos y las fochas.
A las 18:22 recibo un amable mensaje del aficionado R., instalado en la comodidad de su hogar, en que avisa de que “los del Plus ya están diciendo que el ruedo está impracticable”, en una actitud perfectamente acorde y seguidista de los intereses de la empresa, como suelen, que “anoche no pusieron las lonas para que se oreara la arena” y anticipa certero que “suspensión habemus”; luego imagino que un señor memorioso que perora por la TV explicaría los monzones que ha sufrido Las Ventas desde su construcción, y el fracasado torero que, parapetado tras un micrófono, vierte sus teoremas en apoyo de lo que convenga, haría lo propio. Con esto ya estamos en las siete menos cinco donde la fila de la devolución en la explanada es descomunal. Y dentro, sobre el ruedo, se analizan las condiciones de la arcilla, como si estuviésemos en el Instituto de Ciencia de Materiales del CSIC, para concluir que la corrida no debe darse, que ésa es una decisión que compete de manera exclusiva a don Justo Polo, Presidente del festejo, el cual puede recabar la opinión de los matadores para tomar su decisión, porque en esa decisión ni intervienen las cuadrillas, ni los empresarios, ni los benhures, ni nadie: es privativa del Presidente. Claro que ahí cada cual tira para su lado y, pongamos por caso, los de la empresa pueden ponerse a decir que ellos no arreglan el ruedo, que ellos sólo pintan las rayas y que se torea con arreglo a lo que hay, y los peones también pueden estar diciendo que así no trabajan, y así cada cual con su tira y afloja. La cosa es que se retira la comisión y al poco se escuchan unos como carraspeos de los altavoces y luego de ellos sale una voz que dice:
-Prfffggghhh ggggrrrrtttss ffrrrrgggghhh ssssgsgsrrrrrr….
Y uno por allí, con buen oído explica:
-Deben de haber suspendido.
Lo que se esperaba desde esta mañana ha ocurrido, y todos los involucrados, salvo los espectadores, quedan tan contentos. Por supuesto en el momento de la suspensión no llovía, ni llovió después hasta que se puso el sol. Ahora sólo resta apresurarse a obtener el reintegro del precio de la entrada, para lo cual dan un generoso plazo de cuatro días. Los que compraron el boleto con tarjeta deben aportar la tarjeta, cuando lo lógico sería que la Empresa devolviese todo lo de las tarjetas de una vez sin necesidad de que el abonado se presentase en taquilla a manifestar su deseo de que se le reintegre el importe de un festejo que no se ha celebrado, pero eso ya es de otra galaxia. Lo real es que nos quedamos sin los Partido de Resina.
Sobre las suspensiones hay muchas anécdotas y cuentos. Traemos uno aquí para solaz del respetable:
“En la época en que unos hermanos de Toledo regentaban la Plaza de Las Ventas, se suscitó, un día en que había llovido con abundancia y el cielo amenazaba con más agua, la posibilidad de que se suspendiese la corrida. Los hermanos tenían particular interés en que dicha corrida se celebrase y, habían ordenado cubrir el ruedo con las lonas, que entonces no había lo del 'cambio climático'. En el momento de la deliberación, a pie de obra se presentaron con armas y bagajes, acompañados del Gerente y del Administrador de la Plaza a tratar de hacer buena su opinión, vencer las reticencias y conseguir que el festejo se diese. En un determinado momento uno de los hermanos, al que llamaremos Abraham, explicó con elocuencia que no importaba que la lluvia hiciese acto de presencia durante la corrida, pues la lluvia había sido el factor que había propiciado el triunfo de muchos toreros a lo largo de la historia en Madrid, refiriendo varios y explicando de manera tan vehemente como convincente que incluso la faena de Manolete al toro Ratón, número 242, de Pinto Barreiro, se había producido bajo un intenso chubasco que hizo más valiosa toda la actuación del Califa. Había muchos por allí que oyeron la encendida explicación del inteligente toledano. La corrida, finalmente, se dio y al día siguiente, en su crónica, un crítico en pleno proceso de acinturamiento recogió la anécdota que había oído de labios del Empresario respecto de Manolete, sin darse cuenta de que el aluvión de palabras del inteligente toledano sólo tendía a convencer a tirios y troyanos para que se diese la corrida, y él se podía permitir la licencia, todo vehemencia, de convertir la espléndida y soleada tarde del 6 de julio de 1944 en una tempestuosa jornada marcada por un aguacero que jamás existió y que quedó registrado para los anales en la crónica del crítico”.
El paripé de las cuadrillas
La desilusión
El papeo en el palco
(La orquesta que toca mientras el Titanic se hunde)
La devolución
Las Ventas, 28 de Mayo de 2018