viernes, 4 de diciembre de 2015

La pera



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Gobernar, para Rajoy, es la pera (¡champaña y peras Rousselet en la bodeguilla de Bertín!), cosa que nunca hubiera salido de la boca de Cánovas.

¡Es la pera!

Pero no la pera limonera de Campa, el subsecretario de Hacienda, sino la Pera turca, Beyoglu, con su mercado de las mil y una noches.

Para Colón una pera era el mundo, que tiene, anota en su bitácora, forma de pera o teta de mujer. ¡Un gobernar que sabe a teta! El padre Isla nos dice que la Catanla, señora madre de fray Gerundio, abría tanto la boca para pronunciar su “a” que, de un bocado, se engullía una pera de donguindo hasta el pezón.

¿Hay manía más graciosa que negar que Judas se crió en casa de Pilatos, que le sirvió de jardinero y que después mató a su padre sin conocerlo porque quiso llevarse unas peras de la huerta?
Los que en España se creen la pera al gobierno llaman “gobernanza” (palabro robado por Felipe González, Gonzalón, al silvano Strauss-Kahn), que designa el trabajo que Judith Anderson desempeña en “Rebeca”.

Inglaterra no tiene separación de poderes, pero sí un sistema representativo (los diputados se deben a sus electores) que permite que muchos laboristas apoyen a Cameron en el bombardeo de Siria, y para explicar la autoestima Freud ponía por ejemplo la que lucen los británicos en el extranjero:

Ello se debe a que el inglés cuenta con que su “Government” despachará un buque de guerra si tan sólo le tocan un pelo.
¿Qué es un buen gobierno? En la biblia de la democracia representativa, Hamilton, su creador, sostiene que el buen gobierno implica dos cosas: fidelidad a su objeto y conocimiento de los medios para alcanzarlo. Y su elemento fundamental debe ser la energía, sobre todo frente a cualquier movimiento sedicioso (su modelo es Roma).

Esta energía se halla en relación con la firmeza personal, al hacer uso de sus poderes constitucionales, y con la estabilidad del sistema de administración adoptado bajo sus auspicios.
Otra cosa es pedir peras al olmo.