El tejado
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Lo que Aristóteles decía del hombre (que el hombre es un zoón politikón) lo ha dicho Mourinho del Real (que el Madrid es un club político), y los tontos se han quedado mirando el dedo que señala a la luna.
–¡Mourinho ha dicho Jehová! ¡Mourinho ha dicho Jehová! –denuncian pasadas de “speed” las barbudas en el corro de la lapidación.
El Madrid no es un club político, pero, como todo en España, está sometido a la política, que sopla siempre del mismo lado.
Por política, Franco tira de los directivos del Barcelona para los cargos deportivos del Estado.
Por política, Pascual Estevill le chafa a don Santiago Bernabéu el negocio de la esquina del Bernabéu.
Y por política se le llama “nazi” al entrenador del Real Madrid que tuvo el valor de gritar “¡El rey va desnudo!” al paso de Guardiola, cuando el señorío madridista consistía en dejar ganar con reverencia a Guardiola, que meaba colonia porque había inventado el fútbol.
El primer KO fue la Copa de Valencia.
–Cuando te noquean con un buen golpe no sientes dolor. Flotas. Es como si estuvieras borracho. Sientes que quieres a todo el mundo.
He ahí un KO visto por Floyd Patterson.
La verdad es que, después de aquel golpe, Guardiola flotó como beodo y sintió tanto querer a todo el mundo que fichó a Chigrinski y se dedicó a vender buenrrollismo: el Barcelona era Lo Progre, y Lo Facha era el Madrid.
Los mulás mediáticos denunciaban en el extranjero el impacto del fascismo madrileño de Esperanza Aguirre (más política) en las aficiones del Barcelona y del Athletic para la final copera en la capital, donde pitaron al himno español, que es una marcha granadera y alemana, belicosa, extraña al buenrrollismo de la sardana o el zorziko.
Esta socialdemocracia española y terminal, que viene de los 60, culminó en el buenrrollismo del Pep, que necesita para existir del contraste con el Madrid, donde sólo Casillas (y acaso Kaká) ha dado muestras de estar hecho para responder a ese espíritu.
El buenrollismo, tan del gusto del nuevo hortera hispano, alcanza al argentino que viene al banquillo culé igual que al palestino y al judío que se miran a los ojos (“¡míreme a los ojitos!”, que decía el Sabio de Hortaleza) en un callejón de la Ciudad Santa.
–El Tata es una persona humilde –dice Xavi, que no sabe que en el fútbol, como en los toros, humilde es el que no puede ser otra cosa.
Y la prensa seria de Barcelona se marcaba ayer una sardana dominical con este titular:
–Ilusión culé en Oriente Medio. Palestinos e israelíes celebran la paz azulgrana.
Se ve que al disminuir en Madrid el nivel de chulería (Carletto, nos tememos, es menos chulo que Mou), el Barcelona se ve en la obligación de disminuir su nivel de humildad, y en vez de contentarse con buscar la paz del vestuario, que sería lo realmente humilde, busca ya la paz del Oriente Medio, tarea de un titanismo sólo comparable al de la resurrección del angélico Kaká.
El cormorán
LA LIBERTAD DE CRISTIANO
Corre el rumor de que Carletto quiere dar libertad táctica a Cristiano, como si con Mourinho el Di Stéfano portugués hubiera jugado como un Pegaso atado a un arado. Di Stéfano, por cierto, subió un día a decirle a Bernabéu que o él o Muñoz, y salió de aquel despacho convertido en jugador del Español. Cristiano no subió, que se sepa, a decirle a Florentino Pérez que o él o Mourinho, pero todo el mundo sabe que discutieron por cuestiones de exigencia. Carletto, que es hombre de paz sólo porque no es hombre de líos, concede libertad a Cristiano y que sea lo que Dios quiera, es decir, que sea Cristiano, que es el que a todos nos parece que es, o que sea Ronaldo, que es el que la prensa chuletera quiere (¡ahora!) que sea.
Corre el rumor de que Carletto quiere dar libertad táctica a Cristiano, como si con Mourinho el Di Stéfano portugués hubiera jugado como un Pegaso atado a un arado. Di Stéfano, por cierto, subió un día a decirle a Bernabéu que o él o Muñoz, y salió de aquel despacho convertido en jugador del Español. Cristiano no subió, que se sepa, a decirle a Florentino Pérez que o él o Mourinho, pero todo el mundo sabe que discutieron por cuestiones de exigencia. Carletto, que es hombre de paz sólo porque no es hombre de líos, concede libertad a Cristiano y que sea lo que Dios quiera, es decir, que sea Cristiano, que es el que a todos nos parece que es, o que sea Ronaldo, que es el que la prensa chuletera quiere (¡ahora!) que sea.
El puerto