José Ramón Márquez
Pues yo, mayormente, paso de los sanfermines. Lo primero porque detesto las multitudes; lo segundo porque no me gustan las borracheras multitudinarias ni las botellonas; lo tercero porque, por muy plástica que sea la bobada del encierro con sus Hemingways comprados en los chinos, a uno lo que le gusta es el espectáculo llamado Los Toros, que se realiza en una plaza con arreglo a un rito y a unos cánones.
En Pamplona ir a los toros es deplorable. Es un espectáculo absurdo con ‘los alegres tendidos de sol’ despreocupados de lo que pasa en el ruedo, y preocupados por las magras, el ajoarriero y por empinar el codo, arrojando la basura al callejón o a la arena, molestando a los de sombra con los espejos, con las bromitas aberchales y, sobre todo, con el gamberreo, porque eso es lo que son los sanfermines: la apoteosis del gamberro.
Y siempre, cuando veo correr a los toros, me da la pena de pensar que esos animales que deberían estar en las plazas de verdad, en Madrid, en Bilbao, en Sevilla, en Málaga, en Valencia, donde la gente va a los toros, están destinados a ser ninguneados por la inmensa mayoría de una plaza que tiene bastantes cosas en qué pensar mejores que en atender a lo que ocurre en el ruedo.
Que Manzanares no vaya a ese espectáculo no creo que sea como para censurarle, como hacen por ahí. Yo creo que hace muy bien si respeta un poco su oficio; yo mismo no voy porque no me da la gana, y Curro Romero creo que fue una vez, si no recuerdo mal, y nunca más volvió. Que vaya el July me importa un bledo. Su presencia en Pamplona no le reivindica como nada. Va porque quiere y punto. Su toreo basto puede que cale en las ‘alegres peñas’ y quizás consiga que le dediquen un minuto de su atareado tiempo en el rato que va del mojete del pan a la basca de vino remezclado. Lo que pase allí no afecta a la temporada, aquello tiene sus propias reglas y el toreo es posiblemente una de las cosas que menos importan.
La pena es que no haya habido toros para componer una buena semana de toros en Madrid, donde se ha demostrado con suficiencia que se ama al toro y que gusta la variedad de encastes, la pena es que no haya habido ocasión para conseguir que los hermosos ejemplares que correrán por las calles de Pamplona hayan venido a Las Ventas, donde serían venerados, en vez de mandarlos a la ceremonia de la confusión, en la que lo accesorio, el encierro, se ha enseñoreado de lo esencial, la corrida.
En cualquier caso, es bonita esta semana en la que despertamos por la mañana con la visión del toro. Sólo él da respeto a esas calles que, tras su paso, se volverán a llenar de borrachuzos y del olor fétido que las anega en estos días. ¿En eso consiste una fiesta?