jueves, 20 de enero de 2011

Sus majestades los galgos

Ignacio Ruiz Quintano, Javier Espiniella, Ricardo Sánchez Montero,
José Ramón Márquez y Ramón Rueda
a la puerta del Mesón Castellano, casa fundada en 1959

José Ramón Márquez


I

El galgo, pese a su innegable galicismo etimológico, es animal autóctono de España y, como tal y por esa misma razón, digno de toda sospecha.

La caza con galgo en campo abierto, dos galgos contra una liebre, es una de las pocas actividades de competición, junto al boxeo, que a uno le interesan; porque lo único que puede oponerse a la farsa de la vida cotidiana, tan aburrida en su tediosa sucesión de todos esos momentos históricos, únicos e irrepetibles con los que el pensamiento dominante trata de adormecernos, es la rudeza primitiva de aquellas cosas en las que se juega con la verdad de la vida y de la muerte; esta visión se sustancia en riesgo físico para los contendientes y cobra su expresión más certera en momentos fugaces e intensos: la emoción de un lance de capote, de un gancho de izquierda o del quiebro imposible de la liebre acosada que la permite llegar al perdedero cuando ya todo parecía perdido contienen en sí mismos más verdad que todo lo que ha escupido la televisión desde que la inventaron.

II

Lucio Flavio Arriano, un griego que fue cónsul de la Bética con el emperador Adriano, relata la caza con galgo que practicaban nuestros antepasados, de forma significativamente idéntica a la que se practica en nuestros días, y apostilla que ésta era la diversión favorita de los hispanos, sin distinción. Entiendo que estos merecimientos son bastantes como para que nazca inmediatamente un movimiento a favor de la abolición de esta práctica. ¿Nadie se va a animar a ser el primero? ¡Venga, Mosterín! ¡A por ellos!


Instante incierto

Sosiego varonil

Entremés español

Barcience, Toledo