EL SÉNECA Y LA ZARZA LOBERA (FRAGMENTO)
José María Pemán
Parecía un grupo escultórico, de un naturismo primitivo, entre franciscano y mitológico, el que formaba el Séneca acariciando maternalmeente a su galgo Cigüeño, echado sobre sus rodillas. El Cigüeño tenía una cara larga y achatada de serpiente, manchada de canela, apoyada suavemente sobre el hombro del Séneca; y entornando sus ojos tristes, parecía querer indicar que se enteraba de cuanto su amo decía.
-¿Qué haces, Séneca?
-Consuelo al Cigüeño, don José. Lo matriculé este año, como todos, en las carreras de liebres... Y ahí lo tiene usted: él, cargado de victorias, ha sido descalificado. Es su jubilación.
-¿Una injusticia?
-No; justicia pura. Corría en el llano de "la Ina". Usted sabe que en él, rompiendo la igualdad de la gran sabana verde de tréboles y gramilla, hay un solo mechón más alto, formado por unos escaramujos y una zarza lobera. Cuando las liebres se han visto acosadas por los galgos en varias direcciones, sin caer en sus dientes, acaban siempre refugiándose en esa trinchera de ramas y púas que les sirve de perdedero. Muchas se han salvado allí... El Cigüeño ha corrido demasiadas veces en ese llano. Cuando le soltaron hoy, para la prueba, mientras su compañero se disparaba tras la liebre, el Cigüeño se fue con un trotecillo casi sonriente, y, desentendiéndose de la carrera, se plantó a la vera de la zarza. Allí esperó a pie quieto. Créame usted, don José, que me pareció que se sonreía con su larga boca n egra de diablo. A los pocos minutos, la liebre llegó a refugiarse en la trinchera. La cazó de un salto... Momentos después, el señor marqués, que era juez de la carrera, lo descalificaba con lágrimas en los ojos. Me lo trajo con pena, y me decía: "Se trataba, amigo Séneca, de ser ligero, no de ser listo".
-¿Y crees que tenía razón? ¿Llegar a tanta sabiduría no es más maravilloso que llegar a tanta velocidad?
-No lo crea usted, don José. En las liebres, como en la vida, hay que estar a las reglas del juego. También son maravillosos los ángeles. Pero no servirían para jugar una partida de tute, adivinando ellos cada carta que iba a salir... Todas las cosas tienen su perdedero, su zarza lobera: las mujeres, los negocios, la política... Todo ntiene su trampa, su punto de vulgar emboscada, donde la cosa se alcanza sin esfuerzo. Pero esto no debe saberse. Cuando ya se sabe, viene la Muerte, nos descalifica y nos saca de la carrera, para que no hagamos una competencia demasiado desleal a los enamorados, a los trabajadores, a los sencillos; a los que corren derecho, por el llano, detrás de la liebre...
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