José Ramón Márquez
Las paridas que suelta el Serrat ése, referidas a la propiedad intelectual, tienen un punto muy bien hallado que es el del chorizo. Dice el vate: “Voy a comprar un chorizo, he pasado por delante de una charcutería, he agarrado un chorizo y me lo he llevado”. Y uno, que no entiende de finuras, piensa en la razón que tiene este hombre con lo del chorizo, que mientras los demás nos buscamos la vida para conseguir un sueldecillo que llevar a casa a fin de mes, el Serrat, por mor de su fina poesía choriceada, de su ritmo, de sus tonadillas, qué sé yo, el hombre recibe llamadas de los Ayuntamientos para contratar sus trinos; de diputaciones, para oír su voz; de pedanías ansiosas de recibir sus versos musicados: “Españolito que vienes/al mundo, te guarde Dios/ una de las dos Españas/ha de helarte el corazón”, cantaba el tío con palabras que se había bajado para su interés, que eso lo oía Alfonso Guerra en aquella época remotísima en la que quizás tuvo inocencia y se le ponían al hombre los pelos como escarpias; lo mismo que si estuviese viendo a Morante en Cantalejo, para entendernos.
Bien, pues este Serrat –Serrati que decía mi amigo Mariano Ranera en los años 70, para destacar el hecho diferencial-, no ha tenido otra ocurrencia que sacar a un chorizo como expresión del vilipendio a la propiedad intelectual, que digo yo que a ver qué es lo que le diría al tal Serrati el Machado, que era catedrático de instituto y que está fiambre en Collioure por el uso y escarnio a beneficio propio de sus versos que ha hecho el rapsoda, con esa musiquilla ratonera que le pone el Serrati a los versos para darles ritmillo; que a ver qué derecho tiene el menda para poner esa musiquilla a las palabras del catedrático de instituto, que lo mismo viene ahora la Angelines Sinde, la Ministra, y con la ayuda de los del PP va y mete en la cárcel al Serrati por descargarse ilegalmente los versos del sevillano y por ponerles una música ratonera a las palabras de un pobre catedrático de instituto que la palmó en el exilio, ignorante e inocente, pensando en días azules y en sol de la infancia, a treinta y tres quilómetros de la frontera de su patria.
Y el Serrati éste, para darse importancia y como viene el viento a favor, habla de lo chorizo que es uno que le roba el choricillo al botiguer de su barrio, y no se fija en la forma en que él le ha robado a Hernández, a Machado, a Alberti, a Felipe, a Benedetti sus palabras para llevarse las pelas con ellas, poniéndoles una musiquilla ratonera y haciendo gorgoritos, con toda desfachatez, para darle una excusa cultureta a los concejales que le han contratado por toda España en los últimos treinta años.
Serrat, Serrati, poeta de tres al cuarto, urraca de versos que emociona a Abella. Serrat, Serrati, que nos enseñó la imposible palabra ‘genista’, que le vino de perlas para rimar con ‘vista’, que es la que trabaja.