Poeta
Alfredo Valenzuela
Abc de Sevilla
Portuense, historiador, ha sido el único autor que, desde el siglo XVII, ha pedido el «nihil obstat» a la Iglesia para publicar un libro de poesías, lo que no impidió que su familia política y su propia madre se alarmaran ante su poema «Despedida de soltero», días antes de su boda
—¿Le gustaría convertirse en poeta maldito?
—Bueno, aquí donde me ve soy un… «maldito poeta» para muchos. La gente se imaginaría a un borracho que frecuenta prostitutas, que pertenece a la extrema izquierda, que luce tatuajes. Aunque siguen rentabilizando la estética oficial del malditismo, la verdad es que ser maldito tiene que ver sencillamente con el soberano ejercicio de la libertad.
Abc de Sevilla
Portuense, historiador, ha sido el único autor que, desde el siglo XVII, ha pedido el «nihil obstat» a la Iglesia para publicar un libro de poesías, lo que no impidió que su familia política y su propia madre se alarmaran ante su poema «Despedida de soltero», días antes de su boda
—¿Le gustaría convertirse en poeta maldito?
—Bueno, aquí donde me ve soy un… «maldito poeta» para muchos. La gente se imaginaría a un borracho que frecuenta prostitutas, que pertenece a la extrema izquierda, que luce tatuajes. Aunque siguen rentabilizando la estética oficial del malditismo, la verdad es que ser maldito tiene que ver sencillamente con el soberano ejercicio de la libertad.
—Entonces, ¿qué es ser maldito hoy?
—Pues no creer en la democracia que nos están vendiendo, que hoy día no es más que un sistema político basado en la publicidad, tan sangrante económicamente como ineficaz en la práctica. Es ser católico, antiabortista, conservador en cuestiones estéticas, reaccionario en cuestiones morales, devoto de la luminosa Edad Media…
—Vamos, que en poesía usted no será el número uno de los 40 principales…
—No, no, ni quiero. La poesía no es una carrera en pista rápida como se piensan sino un camino largo, que se tiene que hacer medio solo, con amigos íntimos. Yo no quiero llegar a ninguna meta, sino caminar tranquilo, cantando mientras miro el paisaje.
—¿Y esto lo sabían cuando, al abrir la plica y ver su nombre, intentaron arrebatarle un premio literario?
—Lo que pasó es que, después de saber mi nombre, empezaron a husmear alrededor de mi biografía y creyeron reconocer el hedor de un gas altamente tóxico, nada más y nada menos que al Opus. Salieron despavoridos.
—¿Sigue presentándose a premios?
—Sí, claro, soy un defensor de los premios, por supuesto de los que no están dados, pero también de los que sí lo están. Soy de esa clase de poetas a los que no dan jamás los premios que están dados (risas).
—En cualquier caso, viste más ser poeta maldito que bendito ¿no?
—Sí, es el barniz del tópico, y en el mundo del arte hay que barnizarlo todo. Ser poeta maldito hoy sólo radica en ser un bendito, por lo que un chapado a la antigua como yo se encuentra en su salsa. Qué placer divino ser revolucionario simplemente yendo a misa y leyendo a León Bloy. Ser un poeta maldito de mesa camilla es una bendición.
—¿Y hace actos de rebeldía… antirrevolucionaria?
—Me gusta escandalizar un poco de vez en cuando. Para mi último libro solicité al Arzobispado de Madrid que me concediera el Nihil Obstat. Desde el siglo XVII, más o menos, no se solicitaba en España la autorización moral para la publicación de un poemario. Recibir la bendición de la Iglesia fue de las mayores satisfacciones que me dio el libro.
—¿Crea personajes heterónimos como juego literario o para permitirse ser gamberro?
—Desde el punto de vista literario es muy interesante ser otro, sentir por otro. Es como mágico. Me ha desvelado aspectos de mi personalidad que no hubieran visto la luz sin este tipo de introspección literaria. Los novelistas crean historias habitadas por personajes; yo creo personajes que escriben poemas por mi cuenta y riesgo.
—Hay un largo poema de su heterónimo en que se detecta cierto miedo al compromiso...
—Sí, se titula «Despedida de soltero». Lo escribió para protestar porque me casaba. Se produjo un pequeño escándalo familiar. Mi suegro al leerlo sugirió si no sería conveniente posponer la boda, y mi madre me envió por correo urgente una docena de libros de cómo se debía vivir el matrimonio.
—¿Y la novia, se acabó casando…?
—¿Y la novia, se acabó casando…?
—(Risas) La celebramos felices, en la fecha prevista. La novia incluso ayudó a la creación del poema, así que... imagínese. Ahora advertiría a mi heterónimo que tenga cuidado, que lo peor del matrimonio es que uno se acaba enamorando.
—¿Qué es más divertida, la verdad o la mentira?
—La verdad es increíble; la mentira es lo de siempre. Lo que pasa es que mientras la mentira la regalan por la calle, la verdad es para quien la trabaja.
—Su trabajo en el Museo Prado, dará para varios «códigos da vincis»…
—Cierto. Por lo menos una vez al mes descubrimos algo… de novela, y otras de cuento de las mil y una noches.
—¿Qué es lo más raro que se ha encontrado oculto en un cuadro?
—Uf, qué diría… Un ejemplo gracioso, un enorme bigote oculto bajo la nariz de la Reina retratada por Velázquez. Y hasta esto tiene una explicación histórica. La pintó sobre un retrato del rey. Con la reflectografía infrarroja se ve este tipo de cosas.
—Recordando el título de su último libro, ¿a quién le pediría que le viniera con «Otro cantar»?
—¡A mi musa! Se lo pido cada mañana, y siempre me contesta: «Sí, hombre, lo que tú digas: ¡para canciones estoy yo hoy!».